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martes, septiembre 17, 2024

Vivir o soñar ¿soñar es vivir?

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Soñar es vivir una realidad sin filtro. La vida despierta es un artilugio de la mente para protegernos del horror y/o de la belleza ilimitada, que se vive en el sueño. La realidad real, es decir, la que vivimos mientras dormimos, es tan monstruosa a veces que necesitamos por fuerza salirnos de ella. Vivir el mundo es un trabajo de medio tiempo. Exactamente de medio tiempo, tomando en cuenta que pasamos la mitad de la vida durmiendo. La vida despierta es un trabajo burocrático, ordenado, rutinario, lleno de convenciones y reglas absurdas. En cambio la vida que ocurre en el sueño no es un trabajo, sino una vacación perpetua llena de riesgos y desvaríos. Una orgía, una bacanal, y una serie de accidentes. En ese mundo no hay límites: uno vuela, uno mata al que aborrece, uno le puede decir a la madre
de tus hijos que es una bruja, uno come sin culpas, uno escoge a conveniencia interpretar el papel de víctima o victimario (y ese papel lo puedes intercambiar en un parpadeo), uno pasa de la borrachera a la sobriedad sin resaca, uno ama sin recato a alguien que le guste: sea hombre o sea mujer, uno puede dominar cualquier idioma sin pasar por aburridas clases, uno obtiene tiene poder sin merecerlo y podemos ser virtuosos con un instrumento o diestro con las palabras. En el sueño construimos puentes que se demuelen sin necesidad de utilizar dinamita. Podemos desaparecer a nuestros enemigos del plano, y lo bonito del sueño es que, quien llora, lo hace desde afuera; el que sufre es el cuerpo que está en esa otra realidad. El que está sitiado en una cama sin poderse mover creyendo que está descansando. En esa otra realidad uno le transfiere al imbécil (que es uno mismo: el de las reglas y las convenciones) que ronca y se revuelca, el sufrimiento que rechaza el “yo dormido”. La vida en sueños es perfecta y brutal porque nunca podemos ver nuestro rostro. Sabemos que estamos ahí, con la cámara al hombro, documentando y viviendo la acción, pero no tenemos la desventaja de ver nuestra cara ni nuestro cuerpo. Y lo mejor: cuando estás a punto de morir –cuando ya te vas a estampar contra el piso– despiertas y te salvas. Y el que despierta se queda temblando todo el día y el que se queda en el sueño sale impune. Esa otra vida es en realidad la inmortalidad prometida que nos venden las sectas y las religiones. La vida despierta un día termina, y termina como empieza (ya lo dijo Quevedo), entre lágrimas y mierda”.

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