En estos tiempos de hackeo cibernético y extorsiones telefónicas, cómo nos hace falta (sobre todo a los padres) un manual para respirar profundo, hacer uso del sentido común y no entrar en pánico al ser víctimas de esta clase de atracos.
Atracos que deberían quedarse en conato de… si fuéramos un poco menos impulsivos a la hora se sentir la amenaza cerca.
¿Cuántos incautos caen en la trampa al día o por hora?
La gran mayoría de usuarios de redes saben que estos procedimientos delincuenciales tienen sus fórmulas, y los más jóvenes poseen los reflejos para hacer una búsqueda exprés del personaje que supuestamente ha sido plagiado o que está pidiendo dinero vía WhatsApp. Pero desgraciadamente, la gente mayor reacciona instintivamente y no se frena un momento para atar cabos o cotejar el vocabulario impersonal del malandro con el del familiar que supuestamente está en aprietos.
Me pasó ayer.
En la media noche del lunes recibí un mensaje de texto que me pedía (en portugués) confirmar mi clave de acceso a Whatsapp. Vi la previsualización del mensaje con el teléfono bloqueado e imaginé que era un link engañoso para, precisamente, robar datos. Lo ignoré, como sé que hay que hacerlo, y puse en silencio el aparato. Dormí a pierna suelta hasta que a las 7 de la mañana noté que había un sinfín de llamadas de contactos poco recurrentes. Luego chequé el Messenger y leí a varios amigos que me advertían que mi número había sido usurpado y un dedo malicioso estaba pidiendo dinero en mi nombre so pretexto que había chocado. Todos los mensajes les llegaron a mis contactos de la 5 de la mañana en adelante.
Fui a WhatsApp y, en efecto, no pude entrar.
Estaba bloqueado por varios intentos de penetrar en el sistema.
Como sé el teje y maneje de estos fraudes porque ya fui víctima hace cuatro años (vía Bancomer), inmediatamente escribí en mi muro de Facebook y en las historias de Instagram la advertencia: “Amigos, si les escriben de mi número pidiendo dinero, no caigan. No soy yo. Repito, NO SOY YO. Soy pobre, pero no pedigüeña”.
Las reacciones de los contactos saltaron de inmediato y sí, muchos me escribieron ya en guasa que dudaban que fuera yo porque jamás escribo “Buenos días” pues soy una majadera (yo creo que pragmática) que va a lo que va y, a menos que sea para algo formal o de trabajo, saludo pomposamente.
Luego de montar mi anuncio, pensé: muchos pudieron haber caído porque los que me conocen saben que soy una loca que me despierto a las 5 am, pero los que no me conocen tanto y creen que soy una fiestera, podrían asumir que vengo del reventón.
El teléfono recibía llamadas random, es decir, arbitrarias; algunas entraron sin problemas, otras mandaban al buzón. Desgraciadamente en esas que no entraron estaban mis papás…
Si hay alguien aprensivo ese es mi padre, y si hay alguien que opera de inmediato sin frenarse en posibilidades alternas, esa es mi madre.
Soy su hija favorita a la que ven como un bebé de seis años. No contesté el teléfono y por otro lado, la “yo” apócrifa desde mi whats genuino les estaba escribiendo que había chocado y necesitaba que depositaran una lana urgente. Se la pagaría más tarde.
Viendo mi foto en sus respectivos celulares, no repararon en el lenguaje rupestre del estafador… resultado: depositaron lo que les pidieron y les sacaron un susto de aquellos.
Mi pobre padre llegó a mi casa diez minutos después casi tirando la puerta de una patada, y yo, regando mis plantas como si la vida fuera buena y generosa.
Sé que es imposible decirle a un padre que se controle cuando alguien le dice que su hijo está en peligro, lo sé; soy madre y he enloquecido cuando mi hija deja de contestar o llega diez minutos tarde, sin embargo, este tipo de paranoia coexiste por el grado de hiper conectividad que hay ahora.
Antes, si te extorsionaban vía telefónica, el procedimiento era más lento y no por ello menos tortuoso: esperar el contacto y una segunda llamada mientras el desesperado hacía pesquisas para hallar al familiar vulnerado. Daba más tiempo de reaccionar sin la insensatez de la víscera.
Hoy no: todo es instantáneo y sumamente sofisticado. Tu propio número es plagiado y desde ahí se fragua la operación.
Teniendo en cuenta que los baby boomers no cachan toda la información de las nuevas formas de robo de datos, es fácil que suelten la morralla antes de pararse a pensar: “oye, pero si mi hija no habla así, no escribe así, es más, ni los buenos días da la muy pelada”.
OJO AHÍ, señoras y señores.