Hay diferentes razones por las que una persona decide trabajar en calzones; una de ellas supone que, al andar tan ligeros de ropa implica necesariamente chambear desde casa; y así el personaje se levanta y va directo a la computadora o a regar el jardín sin miedo a que los vecinos y las estrías y la celulitis lo descubran.
Para poder trabajar a tus anchas en calzones debes haber rebasado toda barrera del pudor y la pena ajena; también haber tenido una conversación profunda con tus inseguridades: reconciliarlas con la flacidez y el complejo.
Trabajar en calzones no es un acto premeditado a menos que la dinámica se dé en medio de una pista con tubo. Andar en calzones por la vida como si la vida fuera posible vivirla en paños menores, es un acto reflejo.
Para que el trabajo en calzones sea absolutamente exitoso, el tipo de prenda sí que importa: lo mejores son los de abuela o las así llamadas pantaletas, que se antojan suaves y perfectamente domesticadas.
La pandemia permitió que más y más gente trabajara en calzones, lo que significó un pequeño paso para los baquetones, pero un gran paso para el resto de la humanidad.
Durante meses de encierro se dieron las más deliciosas escenas en lo que respecta al home office: no faltó el maestro que se pusiera en línea con la camisa puesta y de repente se moviera y sus alumnos lo vieran en bóxers; o como me pasó a mí, que, al entrar a la habitación de mi hija en plena hora clase en busca de un pantalón para salir, sus compañeros se dieran el taco de ojo de su vida cuando pasé sin pena ni gloria en un cachetero negro, provocando que desde entonces los pubertos me mandaran invitaciones de amistad por Facebook.
No hay mejor trabajo que el que te hace sentir que estás en medio de la hueva.
Trabajar en calzones no es el zenit de a felicidad, pero se le aproxima.
El reto consiste en poder trabajar en calzones enfrente de los demás, aunque no estén en calzones.
Otra de las razones que obligan a los cínicos a trabajar en calzones es el calentamiento global.
Se nos ha repetido hasta el hartazgo que el planeta ya no aguanta y que los polos se deshacen y que las focas migran y los pingüinos se quieren rasurar y han dejado de ser los únicos animales monógamos. Es un hecho que los calores que se presentan en estas temporadas invitan a la gente a ir más ligera.
Por eso trabajar en calzones es lo mejor que nos puede pasar como la raza de inconscientes que somos.
Ya nos dimos cuenta de que cumplir con horas nalga en una oficina es innecesario y oneroso.
Lo único que hace falta para alcanzar la felicidad plena es que uno pueda salir en calzones a comer y a correr y a tomar el transporte público.
Si todos trabajáramos en calzones habría menos problemas de enfermedades alimenticias y los papanatas de los influencers verían afectadas sus mediocres carreras de anuncios ambulantes con patas.
Y los señores verían colmados sus fetiches.
Y las señoras se hermanarían con la liviandad y aceptarían el paso del tiempo sin aspirar a tener muslos de jamaicana.
Trabajar en calzones uniforma nuestros defectos y nos hace un poco más humildes. Un poco más conformes y serenos.