En el mundillo literario mexicano —como en cualquier otro microcosmos acotado— el ego habla por las bocas de sus miembros y cada grupo suele manar —a su manera— mezquindad o envidia o resentimiento o las tres anteriores juntas. Sin embargo, algo inédito sucedió con una escritora y con su penúltima novela. Fernanda Melchor trajo la tempestad en plena primavera con su libro Temporada de huracanes, una novela delirante cuyo lenguaje encabalgado y torrencial asfixia al lector. Lo asfixia sin que él, el lector, intente escabullirse de la tortura. Lo de la Melchor es la pena sabrosa, bullanguera y tropical, matizada con aguatintas sanguinolentas. Mórbidos… sus escenarios secretan pus, semen y agua salada. La bruja anacrónica perdida en las cuencas de un río pestilente. Una bruja transgénero. Una bruja que se embriaga y hace karaoke de Luis Miguel en sus noches de alcohol y enamoramiento. Una bruja que es hija de otra bruja mayor. ¿Una bruja en pleno siglo XXI? Sí. De esas brujas que todavía habitan los pueblos costeros; a las que recurren las señoras del pueblo para amarrar al hombre rejego o para echarle la sal a la puta que amenaza su dicha. La clase de bruja patética que, de no ser bruja y no tener poderes paranormales, sería lapidada en la plaza pública por fea, maricona y farsante. ¡Ay, la bruja! La bruja violácea que flota en el río tóxico. Que es encontrada por personajes marginales. Por chavos barriobajeros que cogen sin condón y que embarazan a sus morras y que beben caguama y que duermen en hamacas junto a su chemo o su toque de mota. El problema del narcotráfico como un rumor de cucarachas trepando en la pared. Eso, y el virtuosismo del lenguaje, es Temporada de Huracanes. Forma no es fondo. Forma lo es todo. Las obsesiones oblicuas de la autora consiguió, además de muchos premios y récords de reedición, lo impensable: que las mafias literarias se pusieran de acuerdo. Que sus contemporáneos se bajaran del ladrillo y dijeran en los pasillos de las ferias —con su consabido tonito norteño-fresi-chairo— “es el mejor libro en años. El libro que me hubiera gustado escribir”.
Tan raro fue el éxito de Temporada de Huracanes, que hasta las escritoras que solían meter zancadillas a sus colegas vieron a Melchor ya no como una “joven promesa”, sino como la rival a vencer. Y eso, a la fecha, no ha pasado.
Trasladar ese maravilloso libro al cine sonaba muy complicado. Demasiado, por lo dicho: lo vertiginoso de la narración.
La cineasta Elisa Miller se aventuró a ello. Creo que el filme es bueno, bueno y ya. Y es que al fragmentar una narración que en la cabeza original no tenía puntos y aparte, deja a la audiencia con una sensación de que algo, un no sé qué falta, para amacizar la historia.
Pero eso solo se descubre leyendo a Melchor.