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jueves, abril 25, 2024

Shakira y la capitalización del drama doméstico (o la exesposa que se vuelve un callo)

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La mayoría de las mujeres de este tiempo ven en la autoexhibición de la desdicha y en la humillación pública del macho, una válvula de escape infalible para congraciarse con los demás miembros de la manada, y si de paso eso les genera dividendos, mucho mejor.

La valiente que alza la voz y hace pedazos la reputación del otrora ser amado, habrá ganado el apoyo unánime, aunque en el fondo la manera de extirpar su dolor sea un boomerang que la degenera en vez de elevarla.

Vaya, es humano que cualquier persona que ha sido despreciada por aquel o aquella con quien compartía la vida se desmorone y pase por distintas etapas: de la negación a la depresión, de la depresión a la furia. Es en este último escalón en donde la persona (por lo general las damas) dejan de pensar con sensatez y arremeten con rabia contra el sujeto que, por razones que quizás no tengan que ver con ella, las dejó.

Mi tema favorito… lo insostenible del matrimonio y las exesposas como un callo en el pie.

Llevo años haciendo un trabajo casi voyerista sobre este fenómeno y las conclusiones son muchas, pero llegan a un mismo punto siempre: el marido tránsfuga no pone el cuerno ni abandona porque la mujer sea una facha o porque sea muy tóxica o porque ya no se le antoje sexualmente ni porque haya envejecido. El hombre que da el paso lo hace por su propio pie, no porque el segundo frente presione. Lo hace por su insatisfacción intrínseca, y sí, en parte por inmadurez y una dosis de egoísmo incurable.

Pero ¡el problema entonces lo lleva él!, como en el poema de Cavafis, el que huye, llevará su ciudad (y su drama) a cada sitio donde intente feliz.

Nadie descubre el hilo negro.

Desde que se tiene memoria el ser humano ha sido un polígamo de closet, y sólo quien lo asume o quien es descubierto se ve obligado a tomar decisiones salomónicas. Y las decisiones van siempre acompañadas de descartar algo… Hablar del fenómeno de masas que es la viralización de un drama doméstico, es estar en el presente. No hay tema que acapare más la atención de todo tipo de público (letrados o analfabetos) que ser testigos de la pena ajena.

Se habla de dignidad cuando una mujer calla y mira al cielo… pero el concepto es muy old fashion; muy Manuel Alejandro o Mocedades… aunque para algunos sectores de la población, hacerse el ciego (y el mudo) frente a la deshonra es menos doloroso que andar mendigando afecto.

La entronización del feminismo pugna por la demanda y la exhibición del canalla a cualquier precio. Y el precio que se paga no es tan cruel cuando el contexto involucra a dos ídolos populares.

Parejas van y vienen. Los matrimonios truenan a cada minuto; existe ya la figura del divorcio incausado, es decir, con que una de las partes quiera desertar, lo puede hacer sin mayores aspavientos… pero cuando se trata de espectáculo y celebridad, no hay nada mejor que monetizar el drama y recuperar una porción de orgullo mediante métodos que generen ruido controversia y billete.

Nadie se mete en la bronca marital de un hijo de vecina, si acaso la comadre solidaria que se encarga de esparcir el chisme en aras, no de ayudar, sino de vanagloriarse de no ser ella quien ha caído en desgracia.

El sufrimiento también es un activo; uno muy bueno dado que grandes obras de arte se han fraguado en los infiernos del desamor y la deshonra. Pero decir arte no es remitirnos a un video chabacano de Shakira despotricando por su descerebrado marido.

Lo malo de ser hincha de alguien es que comulgues no sólo con sus talentos, sino que nades en sus miasmas.

El tema del día no es si Shakira se ha colocado en el Parnaso de las ardidas que acaban por darle poder a sus victimarios en un arranque de furia combinado con la explotación del capital. No. El tema es que se siga creyendo que, como en este caso, el hombre que abdica a una relación lo hace porque otra mujer (más o menos guapa, más o menos joven, más o menos rica o famosa) aparece tras bambalinas.

Si algo sé, con base en un arduo estudio de prueba y error, es que el hombre no deja a su esposa por ganas de fregar o porque la próxima novia sea una promesa inmaterial de lo que podría completarlo, no. El hombre que se va de casa o recula, lo hace por él mismo, ya que culturalmente hablando (y por desgracia para muchas) el sexo masculino ha sido entrenado para muchas cosas (arbitrarias, claro) menos para ir contra sí mismo.

Por eso el culebrón de Shakira vs Piqué me parece digno tanto de burla como de estudio (quitando que ambos ganan mucho a costa de que la perrada se ponga a defenderlos), pues si Shakira hace el papelón de quedar como la despechada del año con una pésima rola que no abona en nada a la creación artística, el futbolista desde las gradas resuelve un misterio inextricable: un hombre podrá serle infiel a su mujer mil veces sin pandearse, pero jamás podrá cometer un acto de deslealtad hacia sí mismo.

Llámenle egocentrismo o narcisismo, al final del día, en el ideal romántico esto nos podrá parecer un crimen del corazón, pero todavía no existe jurisprudencia que defienda a la víctima o que mande al patíbulo al presunto culpable. Así que… ¡animo, mis empoderadas!

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