Decía Emil Cioran que un libro debe ser una herida… teniendo en cuenta que él fue un gran reincidente en las lesiones porque escribía, sin embargo, la lectura de los libros de otros también debe ser una herida, si no lo es, el libro es perfectamente olvidable.
Lo mismo pasa con todas las artes.
Hay que recalcar que Cioran corre el riesgo de ser muy mal leído. En el horrible mundo de las etiquetas es colocado como uno de los grandes pesimistas. Primer error. Con Cioran pasa como con todos los artistas genios-monstruosos: se confunde el pesimismo con la violencia.
Sus palabras son petardos, pero el veneno que llevan dentro no mata. Sólo hieren. ¿Y qué sería de esta vida, de los cuerpos, de una mente sin heridas, sin huellas? Violencia. El lenguaje tiene el derecho precioso de poder ser violento, y mientras más lo sea, mejor aún. Ahora: también se corre el riesgo de confundir la violencia con la procacidad o la abyección. Eso nunca será Cioran, como no lo será Thomas Bernhard ni Céline.
La violencia es una parte intrínseca de la condición humana. Es una reacción ante el peligro, un método de defensa y, claro, también del ataque abierto.
Hoy tenemos miedo de todo aquello que implique violencia. Los jóvenes transgreden desde la más innecesaria vulgaridad y el resentimiento propio de una generación frustrada por la alienación de la que somos víctimas. Los nuevos liderazgos están construidos sobre una base en la que prima un falso discurso de corrección política y una supuesta responsabilidad ambiental y de respeto a la diversidad.
Así no se puede entonces echar mano de la ironía y la auténtica comedia. Partiendo desde el punto de que la comedia es en realidad una tragedia que se camufla; algo parecido a lo que es una samba: una tristeza que se balancea.
He descubierto tardíamente el flamenco. Y digo tardíamente porque mis miembros ya no responden como lo hacían veinte años atrás; con la misma precisión y potencia. Y a pesar de eso, de no aspirar a convertirme en una profesional, disfruto plenamente ejecutar cada uno de los movimientos.
La danza, como el amor, no es algo que se busca ni se encuentra, simplemente se revela. De pronto, ya estás. Tienes de frente esa energía que no la adoptas, te posee.
Eso también es la maravilla de todas las artes.
Ser artista es una especie de trastorno incurable. A veces uno trata de huir del éter, pero el éter te asaltará en cualquier esquina torva y alejada.
Pienso en Cioran en la escritura como en Goya en la pintura, McQueen en la tela y en John Zorn en la música: criaturas violentas, más cercanas a la oscuridad que a la luz.
Uno busca siempre arrimarse a lo que produce encantamiento, y en mi caso, ganan por default los personajes atípicos, no los pesimistas, sino los violentos. Porque de otra manera el mundo me aburre, me parece un lugar liso y simple, inhabitable; pues la mayoría de sus habitantes consideran que la realización y la dicha está estrechamente ligada a sus anhelos de perfección.
Debo confesar que lo que más amo de la vida es la arruga, la grieta, la mancha, la verruga, la herida… el misterio de lo inacabado, la imperfección.
Por esa razón abandoné pronto el ballet. Porque las formas que persigue son las líneas, lo occidentalmente armónico, la pulcritud y el virtuosismo.
Creo que lo que más puede llamarme de esa disciplina no es el resultado, sino el doloroso proceso para llegar a él. El arco de un pie deformado, los dedos sangrantes, las caras famélicas y el Jesús en la boca.
En la danza africana encontré la libertad y la brutalidad. Mi lado masculino se regocijó y logré engancharme, sin embargo, también el primitivismo llega a aburrir. Lo brutal tampoco es lo mismo que lo violento.
El Flamenco es violento. El cuerpo es la armonía dentro de la pieza, de cada palo. Es lo suficientemente complicado como para tener el cerebro ocupado y no pensar en el suicidio.
Descubrí a Rocío Molina hace poco. La bailaora, que más bien es danzaora que encontró precozmente el oro. A los 18 ya había hecho todo lo que se debía hacer para figurar y pasar a la historia como una máster. ¿Qué hacer después?
La tradición está hecha para romperla.
Y Molina no se ha quedado en espera de ser ascendida al Olimpo de las majas de mantón y castañuela.
Su danza ha negociado con la oscuridad. Rompió con la línea curva y la falda de lunares.
Casó al flamenco con el Butoh y el contact. Es una punk de las tablas.
Saca ideas del teatro NO y se permite presentarse de súbito en lugares inéditos con tal de mostrar las perlas del error.
Los grandes genios pueden nunca llegar a conocerse, pero siempre hay ojos y oídos que logran conectarlos.
Molina es la Zorn, la Cioran, la Mc Queen, la Goya de la danza española. Descalza o en tacones, provoca heridas.
Verla en acción es otra forma de leer al mundo.