Rasputín es el padre de todas esas escuelas pseudo místicas (y de coaches mindfullnes) que embarcan ( y no gratuitamente) a señoras, hacia aventuras supuestamente espirituales mientras acaparan espacios de poder en sus vidas y se las follan con la venia del marido.
El Monje Loco, como lo llamaron los rusos, entró en la casa Romanov, la más pudiente del mundo, gracias a la histeria y a la desesperación de una señora que intentaba salvar a su hijo de una enfermedad científicamente incurable.
Fue así como el “líder espiritual” y sanador estepario se convirtió en el hombre más poderoso, incluso más que el propio Zar Nicolás; ya que este último no daba un paso sin consultarle a Alexandra, y ella no daba medio paso sin que Rasputín lo palomeara.
Cómo me suena esta historia a cientos que he escuchado –claro que a una escala menor– de mujeres ociosas, víctimas de su tedio e ignorancia rampante, que, en busca de llegar a la iluminación, o de por lo menos llenar sus vacíos del alma, entregan su voluntad a un tipo con credenciales falsas de beato que les promete llevarlas a la paz y al contento a cambio, no de un reino, sino de transacciones disfrazadas de caridad.
Drogas, orgías, embriaguez y traiciones… son los ingredientes básicos injertados mediante cursos cursis que garantizan lo que todas las sectas: la trascendencia y la tan mentada sanación.
La sociedad ha vivido enferma, no desde que se constituyó como tal, sino a partir de la irrupción de los dogmas.
En todas las religiones hay un lado que parece absolutamente esperanzador, sin embrago, el lado oscuro es un pozo profundo de secretos que acaba por succionar a quienes se acercan demasiado.
Rasputín era un degenerado que iba metiéndose en la cama de sus seguidoras con el discurso de que “sin pecado no hay salvación posible”. Y entonces las señoras, por si las moscas, se le entregaban como corderos de sacrificio.
El rumor de que Rasputín hizo su primera amante a la Zarina jamás se pudo confirmar, pero los rusos así lo creyeron dado el poder que Alexandra le otorgó al monje, sobre todo cuando orilló a que Nicolás se fuera al frente de batalla en vez de quedarse a hacer política en su palacio.
El cuento que se ha repetido miles de veces: con tal de la que señora de la casa no esté fregando, los maridos acceden a que el gurú las aliene y todo acaba en tragedia.
Podemos decir que Los Romanov cayeron, sí a causa de la guerra, pero más bien por el capricho de Alexandra al mantener cerca a un seductor de masas de mirada penetrante, charlatán, pero misterioso y sexy, llamado Rasputín.
Lo que me lleva a concluir que, así como en el pasado, lo mismo ocurre ahora con los coaches espirituales: le hacen creer a la gente que, si pecan y luego rezan, empatan.
Cosa que no existiría si se usara el sentido común y no creyéramos en el concepto de pecado.
En fin… la hipocresía.