I.
Muchas mujeres nacimos dentro de esa generación a la que se le bautizó como “X”. Otras son más viejas, como mamá, que es del tiempo de las discotecas, así que ella es de la generación “Disco”. Algunas son mucho más jóvenes y no me queda claro a qué generación pertenecen, pero diremos que las que más abundan son las millenials. Nada de esto importa. A la fecha todas podemos ubicarnos dentro de una sola frecuencia: la frecuencia del Whatsapp.
II.
Mi tía Lula no dice groserías. Lo máximo que se atreve a decir es que uno es majadero si eructa en la mesa o si se pedorrea viendo la tele. Nunca he oído que mi tía se refiera al sexo. Creo que sus hijos fueron una suerte de milagro divino. Cuando fui creciendo y haciéndome más morbosa llegué a jurar que no tenía vagina. Espero que mi tía no lea esto (aunque sé que si lo lee hará como que la virgen le habla y en su íntima intimidad balbuceará algo como: “Esta muchacha es incorregible. Es una ordinaria que se le salió a su madre de las manos, y para colmo la muy ladina es negra). La tía, olvidaba decirlo, es racista y clasista. Eso sí, reza el rosario todas la noches mientras se empuja media botella de Vermut y manda memes.
III.
Tengo amigas de todas las edades. Más bien tengo pocas amigas. Creo que la mujer es el lobo de la mujer, así que por eso selecciono muy bien a las hienas que entran en mi cueva. Por el contrario, tengo amigos hombres hasta para repartir. La mayoría cree que soy más ruda que ellos. Me consideran un machito de buenos bigotes que escucha sin ejercer ningún tipo de arbitraje moral. Repito: tengo muchos amigos. La mayoría intentó algo al principio, pero cuando se dan cuenta que soy una ladilla, reculan en sus intentos de ligue. Dicen que estoy loca.
IV.
Las cuatro amigas que tengo oscilan entre los 30 y los 50 años. Las de treinta me juzgan todo el tiempo. Me dicen que soy una amargada imposible. Ya no me gustan los antros, prefiero las comidas lentas. Por eso me buscan poco, por aburrida. Por otro lado, las cincuentonas se divierten como locas conmigo porque les recuerdo a ellas mismas cuando tenían mi edad. Algunas de ellas se niegan a envejecer y terminan haciéndose amigas de mis otras amigas para agarrar fiesta y muchachos jóvenes.
V.
Cuando mis amigos varones me enseñan sus conversaciones en el teléfono, noto que son bastante pragmáticos. Debo decir que casi todos son o fueron excelentes donjuanes. Ellos pasan el día pensando a ver a quién se cogen. Pero, carajo, estamos en cuarentena. Se jodió el asunto. Quieren coger todo el tiempo y de preferencia a mujeres que no son suyas.
En los mensajes que envían a sus cuates evitan ser demasiados explícitos sobre sus ligues. Supongo que es porque, si quieren poseer a una mujer, no se la van a dar a desear al amigo. Igual y con el tiempo, después de consumar sus planes, sueltan algunos detalles, pero no demasiado reveladores. Sólo ponen: “estaba buena, pero tenían un All Bran en la cabeza” o “esto ya murió, era peor que Glen Close en Atracción Fatal” o ” para un revolcón estuvo padre, pero mejor que la aguante su marido”.
Así “textean” mis amigos sobre sus amantes. A mí me muestran los mensajes pues, como ya dije, no me asusto de nada y no los ando juzgando. Soy un buen camarada.
Nuestra vida actual se desarrolla en su mayoría en redes, en WhatsApp. Ahora mensajeamos en vez de hacer la llamada. Se pide permiso para marcar el número.
Mi tía Lula sigue vivita y coleando, lo sé porque me tiene agregada a diez grupos de Whats. Mi tía sigue pensando que soy negra y mal educada. Ella continúa omitiendo las malas palabras dentro de sus conversaciones.
Mi tía tiene muchas amigas. Muchas, muchas. Se reúnen los martes a jugar canasta. Es viuda desde hace 9 años. Alguna vez me enteré que su marido tenía dos casa más y que ella nunca olvidó a un tal Flavio que la pretendía a los 19 y que terminó casado con una prima suya.
¿La tía Lula sí tenía vagina?
No lo puedo asegurar.
Lo que sí tiene es celular, y lo usa todo el día para perpetuar sus prejuicios.