Como mi madre vivió entre varones toda su infancia, aprendió pronto a defenderse a golpes. Cada vez que se siente amenazada, reacciona como reaccionarían sus hermanos: se le va a golpes a quien la amenace. A quien la amenace a ella o a sus hijos. Mamá no se queda pasmada frente a los abusos o las arbitrariedades.
A mamá, de hecho, le gusta golpear a la gente. Mi madre una vez golpeó a un tipo que pasó en su bicicleta y le metió la mano bajo la falda. Yo tenía seis años e íbamos caminando juntas hacia la tienda para comprar cigarros, cuando este tipo salió de la nada, montado en su bicicleta, y extendió la mano derecha para aprovechar la velocidad y meterle la mano en las nalgas a mamá. Yo me puse a llorar.
Nunca nadie se puede sentir bien cuando a su madre le han metido la mano bajo la falda. Pero ella, mamá, no lloró ni se quedó paralizada. Al contrario, se repuso de inmediato del bochorno y recogió una piedra el piso. Tomó vuelo y lanzó la piedra. La piedra le dio en la cabeza al ciclista y lo tumbó. Mamá me dejó ahí parada y corrió hacia el ciclista. Corrió lo más fuerte que pudo para alcanzar al hombre que le había metido la mano bajo la falda. Cuando llegó hasta él, primero lo pateó en las costillas tres veces. Luego lo obligó a ponerse en pie y le propinó dos puñetazos en la cara.
Cuando conseguí llegar hasta la escena de los golpes, el hombre, asustado, ya se había subido a su bicicleta y se había ido con la cabeza descalabrada. Esa no fue la única vez que vi a mi mamá arreglando su mundo a golpes. También una vez se le fue encima a una prima que se quiso pasar de lista conmigo. La única ocasión que supe que mamá no se defendió como bato, fue cuando un malandro se le acercó para asaltarla. Ella estaba dentro del carro de mi padre, esperando que él saliera de hacer un cobro, cuando un sujeto la abordó.
Mamá tenía la ventana del carro abierta porque, como siempre, estaba fumando. El hombre, de pronto, le puso una navaja en el cuello a mamá y le dijo que le entregara todas las cosas de valor que llevaba puestas o que llevara en la bolsa.
Mamá tiene reacciones rápidas y es muy diestra con la diestra, pero tonta no es, y con un arma en el cuello hubiera sido de tontos desobedecer e intentar librarse del asalto con un golpe, así que mamá le entregó la bolsa al maleante. En la bolsa llevaba 50 mil pesos que mi padre acababa de cobrar con un cliente anterior. Entregó la bolsa sin hacer aspavientos y el ratero se fue corriendo no sin decirle una serie de improperios previos. A los delincuentes les gusta decir improperios y amenazar a las víctimas con algo referente a su sexo para atemorizarlas y paralizarlas.
Esa vez mi mamá sí se paralizó. ¡Y cómo no! Si la lujuria de un malandro es también un arma caliente… Mamá sí ha sido víctima de alguna especie de acoso masculino. Un acoso exprés y torpe, pero acoso al fin. Yo, en cambio, he corrido con mejor suerte. A mí nunca.
En mis trabajos los hombres han sido respetuosos. Han llegado hasta donde yo he querido. Han jugado el juego que yo les he permitido jugar. Más bien, ahora que recuerdo, yo acosé en la preparatoria a un chavo que iba un año más abajo.
Lo acosaba jugando y a él, obviamente, le gustaba el acoso. Él creía que yo le podía enseñar algo, y algo le enseñé: a no dejarse convencer por una mujer. La mujer, le dije, es experta en manipular. Cuando algo quiere, manipula, y cuando algo no le sale bien, inventa. Eso le dije a Angelito, mi víctima.
A mí no… no me han acosado ni abusado. Curiosamente las que me acosan son otras mujeres. Mujeres que no me soportan. Mujeres obsesionadas con sus propios complejos y que acaban por atribuírmelos a mí. Las mujeres acosan de una manera más incisiva. Me acosan mujeres que no quieren nada conmigo. Mujeres heterosexuales que me acosan por sentir amenazadas sus respectivas dichas. ¿Cuáles dichas? Una mujer dichosa no acosa.
A mí no. A mí no me acosan los hombres. Quizás porque en alto grado pienso como uno de ellos. Si me dicen “mamacita” en la calle, no me ofendo. A veces hasta me levantan el ánimo, ¡gracias, señor albañil! Pienso en su actual situación. Pienso que hoy todos los hombres se van a la cama haciendo un examen de conciencia.
Pienso que piensan en que, tal vez, un día de estos, alguien salte acusándolos de algún crimen que no cometieron. Pienso, como siempre he pensado, que ser hombre es igual de complicado que ser mujer. También pienso que, contrario a lo que se exige, jamás lograremos igualdad por una simple razón: hombres y mujeres no somos iguales, y eso lo descubrimos desde la primera infancia.
Es una cuestión física y no moral.