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sábado, noviembre 23, 2024

Pasos en la acera (el asecho de las ratas)

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Los padres de María Fernanda Contreras localizaron su celular por un app de GPS y alertaron a las autoridades de Nuevo León, pero éstas decidieron esperar.  

No desplegaron ningún operativo, hasta que días después, encontraron su cuerpo sin vida.  

Así son las cosas en materia de desapariciones. Nada es pronto ni expedito.  

La familia colabora con todo y su dolor a cuestas, y del otro lado, indiferencia y negligencia.  

Domingo de ramos, 11 am.  

Salgo de mi casa a pie para ir a buscar mi carro. Lo dejé lavando una hora antes.  

Tomo la calle que desemboca en la avenida que me lleva al establecimiento. Visto shorts cortos, botas cómodas y playera de tirantes.  

A mi derecha, en los campos de fútbol, una comitiva de hombres juega. Otros tantos están sentados en las gradas y en el césped. Toman cerveza mientras echan porras.  

Paso junto a la barda de la cancha y escucho a varios de ellos musitando algo a mi paso. Echan indirectas sobre mis piernas, sobre si voy o no poniendo atención a lo que pasa.  

Yo, que soy siempre un polvorín, pienso que, si se pasan de vulgares, sin duda encenderé el Facebook y haré una transmisión en vivo. Me les acercaré para enfrentarlos y callarles la boca. Esos que vociferan de lejos, siempre meten la probóscide cuando te tienen de cerca, y más con una cámara en mano.  

No saben que soy cero delicada. Que no me intimidan sus bajezas y, por el contrario, puedo con tres frases dejar en evidencia su falta de gónadas. 

Pero sigo, me alejo y callan.  

No fue necesario hacer la transmisión.  

Tomo la avenida. Para llegar al carwash debo caminar dos kilómetros y pasar por debajo de dos puentes solitarios. 

Voy con el teléfono en la mano. Abro Twitter. Cientos de mensajes de indignación por la muerte de María Fernanda. Cada día es un nombre distinto, pienso. Y desgraciadamente uno va borrando al anterior en el feed.  

Hace calor. Cruzo la acera en busca de sombra.  

Oigo un ruido detrás de mí. Alcanzo a ver que una rata se guarece en la alcantarilla, y un poco mas lejos, un hombre que salió de las canchas camina y va también viendo su celular.  

Llego al otro lado de la calle. Sigo curioseando en redes, sin embargo, el sonido de más pasos cercanos me hace voltear. Es el mismo tipo que venía hace unos segundos en la otra acera.  

O le dio calor como a mí, o me persigue… pienso sin alarmarme.  

La calle está vacía de caminantes, pero hay tráfico continuo de autos. Estoy a punto de llegar al puente solitario… y los pasos se escuchan más cerca.  

O camina rápido el sujeto o arreció el paso a propósito para intimidarme, o para intentar algo, o sólo por joder.  

No pierdo la calma. Voy viendo las posibles armas de las que me puedo valer si llega a arremeter contra mí. Hay varas en el piso, botellas, alambres. Lo bueno de vivir en México es que la basura que los cerdos avientan desde sus carros, puede salvarte en algún aprieto.  

Creo un escenario catastrófico. ¿Cómo defenderme? ¿Con qué seguridad y rapidez podría actuar ante el ataque? El sonido de los pasos es una luz amarilla. Me tienen alerta y podría darme tiempo de revertir el desenlace.  

De pronto sí me pongo nerviosa, porque los pasos vienen todavía más cerca, se oyen seguros, contundentes.  

¿Ya no se puede caminar en paz sin pensar que el peatón de atrás viene por ti?  

Me freno de tajo. Así, un alto total sin razón. Con las piernas separadas y los pies plantados en el pavimento.  

El tipo que ya estaba a dos pasos se desconcierta y se baja con un salto  torpe de la acera. Me rebasa por la derecha. 

Lo veo.  

Me ve.  

Sigue de largo y ahora va delante de mí.  

Llego al carwash. Mi carro está reluciente. Pago y me subo. Lo enciendo y echo a andar hacia mi casa.  

Veo todo el trayecto que anduve como en cámara rápida. Subida en el auto. Pensando en lo paranoico que nos hemos vuelto.  

Y cómo no.  

María Fernanda está muerta.  

Sus padres le dieron la localización a la policía y no se movieron.  

Nadie hizo nada.   

Lo demás es silencio.  

Siempre silencio.  

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