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jueves, noviembre 21, 2024

Olor a naftalina

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Hay que entrarle. Ni modo, así es la vida. Nos pasó a todos. A mí me castigaban mis discos de Poison y de Marilyn Manson porque, según mi jefe, o sea, mi papá, eso era basura inaudible. Y con los años te percatas que sí; que aquello que tú veías como las joyas, eran en realidad papas fritas.

Cuando vienes de familia de melómanos es una terrible contradicción negarse a oír. Si lo haces te conviertes en un ser absolutamente intransitable, un ruco pendejo y anacrónico, ¡así que hagámoslo si no queremos apestar a naftalina!

Pero no hay que hacerlo a lo tonto… recordemos que en esta vida lo bueno es lo bueno: no porque te guste el Padre Kino quiere decir que es mejor que un Vega Sicilia. Quiere decir que te alcanza para el Kino o que quizás tengas las papilas gustativas severamente dañadas por los chetos y la cocacola.  Lo bueno es lo bueno; lo barato, es barato y sirve para entretenerse; está a la mano y lo pruebas, y si quieres luego lo vomitas.

En cosas nuevas, se debe buscar lo que atrape; encontrarle algo a la canción de moda que se oye hasta el hartazgo en la radio o en las plataformas. Quizás una introducción, un acorde chido, un juego de voz. Hay perlas en la basura, y los cerdos, recordemos, son los encargados de encontrar trufas.

El tiempo te vuelve necio y recalcitrante; repetitivo.

El ser humano es adicto a vivir en la poltrona del pasado.

El político que ha dejado el poder sigue hablando como político en el poder, aunque ya hieda a rigor mortis.

A nuestros papás, sus papás los tachaban de vagos y mariguanos por escuchar Pink Floyd; y los viejos, ellos sí, bajaban la tapa de la consola y se chingó el asunto; la rola no se oía más en casita.  Apertura cero. Sin embargo, las cosas ya no funcionan así, es obsoleto pensar que siempre el pasado fue mejor. Quizás era más aparatoso, choncho, producido. Desgraciadamente no habrá otro Bach ni otro Wagner, pero que no vaya a haberlos no significa que tenemos que conformarnos con el subnormal de Bad Bunny y anexas.

Yo era de esas nefastas cerradas a escuchar y creer que lo mío era el zenit del refinamiento, lo fui durante la veintena: atrapada en la soberbia, cerré el espectro de mis gustos al free jazz y al rock progresivo (che mamadora).  Pensaba que era lo mejor, que esos sí eran músicos en serio. Me hice casi experta, y ese conocimiento, en efecto, me abrió puertas: pude conversar con gente más grande, con locos, pero sobre todo con clavados, y he ahí el problema: que clavarse u obsesionarse con algo te impide mirar la gran perspectiva y pasas inmediatamente a engrosar la fila de los inmamables, de los tercos con los que no se puede hablar.

Esa cerrazón te hace pedante, pero, ante todo, logra que te estanques y des vueltas en una pecera junto con otros peces bofos, muy orondos, que piensan y juzgan la vida igual que tú. Conclusión: ya eres tu abuelo chocho, pero con una agravante: él, que odiaba las novedades musicales y creía que las Big Bands era el paroxismo, no tenía al alcance todo el catálogo que hoy fluye y cambia por minuto, ¡y gratis!

Si antes la selección y el gusto se condicionaban también por el hecho de desembolsar o no, ahora no hay pretextos: si levantas un muro te quedarás solo de tu lado con tus Cds y tus disquitos de vinil y tu ignorancia rampante.

Entonces serás una tartana, una carcacha bien cuidada a la que nadie se quiere subir porque jala a 40 km por hora.

Hay que entrarle a lo que suena ahora. Mi hija ya pasó del reguetón al house, y eso me parece maravilloso, aunque claro que me encantaría que supiera quién carajos fue Coltrane o Mingus. Igual y un día se entere… cuando le guste un rucón y quiera tener tema para conversar.

La música es una herramienta de seducción.

Junto con el art decó, es de las cosas más sexys que hay.

Pero mientras eso no suceda, yo le entro.

Ahora empecé a escuchar a La Rosalía y a Billie Elish, y me parecen las trufas más exquisitas entre el gran chiquero de los cerdos.

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