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viernes, noviembre 22, 2024

Los neo jipis en sus hoyos negros

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El punto de no retorno es el límite –más allá– al cual no se puede ir sin quedar preso. 

Para quien lo atraviesa, no hay esperanza. El destino está irrevocablemente trazado. 

Palabras de Karl Schwartzschild, el físico que perfeccionó las teorías de los hoyos negros después de los estudios de la relatividad de Einstein. 

Menudo enredo que rompió con la ciencia tradicional. 

Después de sus descubrimientos, la cosa se volvió más compleja, o mejor dicho, inquietante y aterradora. 

El alemán fue de los precursores de la mecánica cuántica; el zenit de la locura que puso en jaque a la parte más pequeña del átomo… pero qué puedo yo decir sobre el tema si apenas aprendí a multiplicar y jamás logré resolver una ecuación sin copiar, ¡qué digo una ecuación! ni una regla simple de tres. 

Sin embargo, hay algo dentro de todas esas teorías que me fascina: que no las entiendo (nadie, de hecho), pero al leer sobre ellas, se espabilan mis sentidos y entro en un estado de alerta más catastrofista que esperanzadora. Porque sí… la ciencia ha dado luz al mundo, pero sus sombras son aún más paralizantes. Desgraciadamente todo ese asunto de la física cuántica se ha visto muy manoseado por una bola de farsantes que la han querido adaptar a su mistiquez pacheca logrando que, ese lenguaje casi onírico y demencial, se pervierta y tergiverse en aras de vender cursitos y de pescar a los incautos pachamamos por el lado de la famosa ley de la atracción. 

A lo largo de mi vida jipi, y sobre todo, como ex jipi (situación que me hace muy feliz) he tenido que renunciar a entablar conversaciones clavadas del tema cuántico porque simplemente los que lo hacen a mi alrededor creen saber algo porque leyeron un libro de mierda escrito por una rapaz usurero que deslactosó la información y la pandeó para que la banda que quiere iluminarse con mantras y drogas psicodélicas en Tulúm crea que todas sus estupideces son el paso natural hacia un universo paralelo y que “decretando” mueven la energía como si fueran semidioses y conseguirán al amor de su vida y volverse abundantes. 

Conozco bien a esos personajes; los que van pregonando el cambio de paradigma y la renovación de la consciencia, vestidos de manta y quemando incienso; esos mismos a los que se puede desnudar y evidenciar fácilmente poniéndolos en decúbito supino sobre la arena quintanarooense para preguntarles: a ver, carnal, muéstrame cuál de esas estrellas es Sirio. Y no sabrán qué decir porque en su vida han escuchado ese nombre. Los mismos que se “súper cagan” cuando alguien les dice que ese manchón de estrellas que parece una nube de polvo es parte de la Vía láctea, y que, de hecho, nosotros estamos ahí metidos también”. Y te contestan: ¿neta, wey? A poco se puede ver desde aquí. Qué cool. 

Alguna vez formé parte de una mini comuna chic en donde se hablaba mucho de despertares, vidas paralelas y energías con el atrevimiento que sólo poseen los ignorantes. 

Y no es que yo sea una ilustrada en el tema (lejos estoy de poder dar el resultado de la raíz cuadrada de 25), pero por lo menos he tenido la curiosidad de asomarme a libros científicos serios como para darme una regañiza ejemplar al toparme con un muro impenetrable de números y teorías que tratan de descifrar lo que los jipitecas creen tener resuelto por medio de vibraciones de los cuencos y movimientos pendulares que aprendieron con Jodorosky online. 

Lo único que realmente confirmé en esa época fantoche de mi vida fue que sí existe el punto de no retorno, ya que con el tiempo estos camaradas han seguido en su espiral de estulticia creyendo que son iluminados por un cosmos (que desconocen) cuando en la realidad real (y en la cuántica) habitan en sus respectivos hoyos negros que los han succionado para sí, sin enterarse, de aquí a la eternidad… 

Namaste… 

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