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jueves, noviembre 21, 2024

Lilly Téllez contra el chicharrón asesino

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No se sabe bien si en los sueños de opio (orgánico), la senadora Lilly Téllez –en verdad– tenga aspiraciones para participar como precandidata o candidata presidencial.

No se sabe y parece una mala broma, pero en este país de los albures y los dobles sentidos nada debe sorprendernos.

De la señora sabemos que hace muchos, muchos años, engrosaba las filas de los malos reporteros de Televisión Azteca.

Quienes tenemos memoria la ubicamos como la entrevistadora cachetoncita que fue a la casa de la niña Paulette y se sentó en la cama donde días después fue encontrado su cuerpo.

De Téllez sabemos que estuvo ahí, con lágrimas en los ojos, increpando a la mamá de Paulette, la señora Lizette Farah, durante más de una hora.

Lilly Téllez después se vendió como una de las principales quejosas de ese crimen; de hecho, en la serie que salió en Netflix hace dos años, la protagonista era una periodista con el perfil de la hoy senadora; sólo que pasada por la cosmética del showbizz, es decir, esta reportera resulta ser mitad heroína y mitad víctima de los corruptos que movieron el lodo para que el caso fuera absolutamente descabellado y sin solución lógica.

De Lilly Téllez sabemos que un buen día dejó el oficio del periodismo para dedicarse a la política; cosa complicada, pues ser político no es nada sencillo… para ser uno de los buenos se requiere un gran adiestramiento biliar y hepático, o sea, hay que tener muy curtidos el hígado y el riñón en aras de no quedar exhibidos en tribuna.

De Lilly Téllez sabemos que en 2018 se subió a la caballada de AMLO y fue gracias a la inercia de este fenómeno que llegó a la cámara.

Impensable que la señora que entrevistó a la mamá de Paulette junto a la cama (sin ver el cuerpo) llegara a ser legisladora, y algo peor, que en el camino mordiera la mano que la puso ahí.

Muerde la mano y avienta esputos cada que abre esa boca delineada con la que ha acepta copitas inocentes en restaurantes de lujo de personajes que hoy duermen en la sombra.

Pero esa es la vida privada, y ahí sí, cada quién es dueño de sus malos ratos y gustos.

No debe shockearnos ver que la senadora se suba a tribuna y crea que sigue dando las noticias en un noticiero a la manera en la que en México –y en su alma máter– se dan las noticias: con gritos que sobrepasan los decibeles permitidos para no considerárseles como contaminación auditiva, sin filtro en sus calificativos y anteponiendo siempre la acusación ramplona y vulgar ante el verdadero intercambio de ideas.

A Lilly Téllez no se le puede exigir más de lo nos da en la cámara alta; no más que el performance frívolo y guango que ejecuta desde una supuesta autoridad moral que se le regresa como boomerang y sólo le aplauden Chumel Torres y Javier Lozano.

La semana pasada la señora que cree que puede ser presidenta de México algún día, tuiteó una foto de la senadora Citlalli Hernández leyendo el libro El Rey del Cash, y puso el siguiente comentario: “Cayó en la tentación, como si el libro fuera un taco de chicharrón”.

Sobra decir que el comentario de Téllez no hubiera sido el mismo si su compañera de Morena tuviera el peso que Téllez presume gracias a intensas jornadas de genuflexión frente al inodoro.

¿En verdad se atrevería Lilly Téllez a pedir el voto a un padrón de votantes que – desgraciadamente– forman parte de la cruel estadística de obesidad en nuestro país?

No se sabe bien si a la senadora le lleguen bien las proteínas al cerebro para reflexionar un poco sobre el amor que los mexicanos le tenemos al chicharrón y a la fritanga en general.

No se sabe si algún partido decadente como el PAN la vea como opción.

Aunque pensándolo bien sería la candidata que el Acción Nacional se merece. Por lo menos ya tendría tres votos asegurados: el de Lozano, el de Chumel y el de la otra odiadora de la garnachiza nacional: la tal Bárbara de Regil.

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