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domingo, noviembre 24, 2024

Leon Redbone (conocerás al hombre de otras vidas)

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“Suena como a un viaje al pasado”, comentó alguien en mi Facebook cuando subí un video de Leon Redbone.

¿Y quién es ese señor?

Es un tipo que, una vez ubicado, se reconoce a kilómetros por su bigote grueso y negro; por las gafas que parecen ese tipo lentes de broma que traen pegada al armazón una nariz aguileña y blancuzca, y por los trajes impecablemente blancos que siempre usa.

Un viaje en el tiempo. Es verdad.

Escuché por primera vez a Redbone hace años, mientras veía la película You Will Meet a Tall Dark Stranger, dirigida por Woody Allen, y me la volví a topar este fin de semana, mientras trataba de no hacer nada. Se trata de una comedia romántico-mística muy a la Allen, cuyo tema principal sigue siendo el resquebrajamiento de las relaciones de pareja. Pero en esta ocasión el hilo conductor de la trama es la fijación de una viejita abandonada por su marido que suele consultarle todo a una clarividente charlatana. No es la mejor película de Woody Allen, pero tampoco es uno de los grandes churros que ha hecho por su necedad de estrenar una película al año.

Digamos que podemos catalogarla como un filme entretenido con personajes poco convencionales. Con actores buenos, pero venidos a menos.

No es apoteósica como Manhattan, Annie Hall o Match Point, pero tampoco es ridícula y soporífera como Scoop o To Roma with Love.

La comedia ligera (e inteligente) se le da bien al newyorkino de las gafas de pasta y suéteres de anciano retirado. Esta es una obra decorosa de senectud, que afortunadamente fue enterrada en la memoria de los cinéfilos a la hora que Allen decidió ponerse las pilas y regresar a los dramones Shakespereanos, que le salen de maravilla; como es el caso de Blue Jazmine, un guiño evidente y bien logrado a Tenesse Williams y al propio Shakespere. Esta película reivindicó al genio y nos dio la mejor actuación que ha tenido hasta hoy Cate Blanchett. Pero volviendo a You Will Meet a Tall Dark Stranger, me gustaría acotar que, si bien no es una obra maestra, se amortigua al contener un gran soundtrack, como a los que nos tiene acostumbrados Woody Allen.

El director podrá darse sus descalabros en temas de guión y su obstinación de hacer que los protagonistas se conviertan en un alter ego de él mismo (personajes neuróticos, maniacos y obsesos). Lo que no se le puede discutir es su tino para musicalizar las películas.

Amante de Django Reinhardt y de los jazzistas de la vieja guardia, Allen rescata de algún lugar sin nombre a Redbone en You Will Meet a Tall Dark Stranger, y nos sorprende con una versión del tema de Pinocchio de Disney, When you wish upon a star, que con el tiempo se convertiría en la cortinilla de entrada de todas las películas animadas marca Disney; es la pieza aparece justo cuando Campanita levanta con su polvo de hadas el emblemático castillo del país de los sueños que un tal Walt construyó.

Leon Redbone es un fantasma del vodevil en muchos aspectos, pero ante todo lo es por su peculiar estilo de vestir y de interpretar. Es un malabarista de la voz, un contador de historias cotidianas.

Canadá es un país gigantesco que tiene muchos árboles y pocos canadienses. Y de esos pocos canadienses es complicado enumerar a sus grandes artistas. En la escritura podemos mencionar (a vuelo de pájaro) a Saul Bellow, Marshall McLuhan y Alice Munro. En la música, los más entrañables son Joni Mitchell, Leonard Cohen, Serge Fiori (que es genial, aunque no tan conocido fuera de Canadá y fuera de la escena progresiva) y el grupo Rush. Yo incluiría a Redbone entre los más grandes. Su música siempre sonó al paso de un viejo forastero de sombrero Panamá; sin embargo, escucharlo por primera vez trae consigo una nostalgia extraña. Es como si su voz, si el folk gélido que brota de su guitarra Dreadnought, hubiera estado decodificado, pero en pausa dentro de nuestras terminales nerviosas.

La música de Leon Redbone, como la mayoría de las composiciones de autores canadienses, es oportuna para transitar un trayecto largo. Sus discos bien pueden servir para cruzar el Canadá de norte a sur, y al escucharlos, el paisaje mismo desvelaría los secretos íntimos de la vida que se quedó atrapada ese pasado continuo, y que no termina, pero se prolonga hasta el presente imperfecto.

Redbone, en verdad, es una máquina del tiempo.

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