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sábado, noviembre 23, 2024

Lectores Malosos (sí existen y no hacen travesuras)

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Hace dos años, cuando el COVID apareció, el presidente López Obrador salió en una de las mañaneras a recomendarle a la gente que usara escapularios o los famosos “detentes” como método para ahuyentar al virus.

El presiente echa mano de un humor especial que a algunos molesta y a otros fascina.

Acá no estamos para ponernos del lado de ninguno de los dos bandos. De hecho, no estamos para hablar del presidente y sus dichos.

La semana pasada, la esposa del presidente, Beatriz Gutiérrez Müller, se volvió tendencia en redes por sus extraños métodos para fomentar la lectura.

En un acto público, la doctora dijo, palabras más palabras menos, que los libros son una herramienta para enderezar los árboles torcidos, es decir, que la gente que lee retoma el rumbo si anda perdida por ahí haciendo “travesuras”.

No entendimos muy bien si el asesinato está dentro de esas travesuras. Y en ese tenor yo me pregunto: si eres doctora en letras, ¿por qué no relacionarse sin miedo con el lenguaje y llamar asesino al asesino y delincuente al delincuente en ver de recurrir a eufemismos?

Al afirmar que un lector jamás será un agresor, parece ignorar que existen grandes pillos, matones, secuestradores, pederastas, homicidas, feminicidas y magnicidas que fueron poseedores de nutridas bibliotecas.

Ser lector no te hace ser buena persona, es más: la lectura no debería jamás ponderarse mediante un juicio de valor o moral; hay distintos tipos de lectores, aunque Marx Arriaga ya dijo anteriormente que leer por placer es un acto capitalista, sin embargo, tampoco vamos a hablar de ese escándalo que le costó el puesto a un gran lector y diplomático: Jorge F. Fernández.

Entre los actores de la historia universal de la infamia se encuentran personajes que podrían ser considerados como hombres y mujeres cultos.

Hablar así, decir que alguien es culto para encenderle incienso es, en mi parecer, lo más provinciano que hay.

Porque no; la cultura es en sí y va hacia muchas vertientes.

Es cierto que a quien le gusta leer expande su imaginación, afina su memoria y se relaciona de una mejor manera con el lenguaje, y eso sirve de mucho; digamos que tener un lenguaje amplio y echar mano de él en ciertas circunstancias, ayuda a entrar a ciertos grupos.

Sin embargo, pensar que el libro es un antídoto contra la estulticia y la sociopatía es un argumento facho.

Un ejemplo de mal leer los comportamientos de los lectores y de clasificar al libro como una entidad de mal fario es Mark David Chapman.

El asesino de John Lennon, fue detenido minutos después de matar al Beatle mayor con un ejemplar de El guardián entre el centeno de J.D Salinger.

Esta novela sigue siendo una de las diez más leídas por los lectores estadunidenses, y no ha sido la primera vez que, curiosamente, fue hallada en manos de algún “travieso” que intentara matar a un artista o a un político.

Holden Caulfield, protagonista de la obra, ha sido satanizado fuera del mundo de la ficción al volverse una especie de inspiración para algunos asesinos y francotiradores (uno de ellos intentó volarle los sesos a Ronald Reagan).

No se sabe si Chapman era un lector asiduo o simplemente llevaba el libro para matar el tiempo en lo que mataba a Lennon. Pero supongamos que no; que en realidad esta persona leía y leía mucho, no sólo a Salinger sino a otros autores.

¿Leer frenó sus propósitos?

No.

Pero tampoco creo que la decisión de plantarse frente al edificio Dakota haya sido comandada por el espíritu chocarrero de Caulfield.

Promover la lectura es una tarea complicada. Más cuando se anteponen juicios personales.

El placer por la lectura es como todo placer: mitad luminoso, mitad sórdido.

Los libros regalan fantasía sin regateo, pero no frenan ninguna catástrofe.

Hitler y Mussolini leían. Chales Manson también.

Y no; los libros no impidieron que, como Paquito, hicieran sus terribles travesuras.

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