Todos hablan de Marilyn Monroe. Otra vez. Siempre se va a hablar de ella. Yo ahora escribo de ella, y hace tres meses también lo hice, sin pensarlo, cuando vi el documental de sus cintas perdidas.
Hablar de la Monroe es lo más natural en un mundo sin la Monroe.
Sin íconos verdaderos, sin mujeres de esa belleza contundente.
Hablar de ella en un mundo de mujeres que no pueden sonreír ya porque los plásticos dentro de su cara les han quitado la posibilidad de hacerlo.
Hoy es un mundo sin Marilyn y con muchas mujeres (jóvenes y viejas) sin expresión.
Uno ya no puede saber si ríen o lloran. Son parientas del mago Garrick.
Mujeres que fueron bellísimas en su juventud (o se rumora que lo fueron) y ahora no es que sean feas, sólo que en sus rostros ya no se traducen la experiencia ni los posibles daños que las llevaron a, supuestamente, ser adultas.
Se habla de Marilyn en la película Blonde, basada en una novela de Joyce Carol Oates, es decir, se habla desde una ficción que fue calculada por la autora para ser un drama, con las técnicas a las que recurrimos los escritores para matizar o exagerar la realidad.
Más bien se habla de Norma Jean Baker, la verdadera Marilyn, la que estaba antes de la bomba sexual que paralizó al cine.
En esta película se pretendió mostrar, sobre todo, la vulnerabilidad de Norma Jean; el lado más patético y terrible que vive una mujer que fue cosificada hasta la humillación.
Y como dice el clásico cuatroteísta: no es mentira, pero se exagera.
Claro que su historia tiene unas sombras capaces de eclipsar el aura solar de su melena encendida. No dudamos que Kennedy la haya tratado como una puta fina; que la haya vejado, a ella, ¡a la mujer que todos deseaban!
Pero el deseo de los hombres es así; traicionero y endeble. No tienen a la mujer de sus sueños y deshacen por ella, la llegan a tener y la deshacen en medio de pesadillas.
Eso les pasa a todas, desde su nivel; a la vecina y a la compañera que años atrás era codiciada. Y ellas sonreirán, como Marilyn, cuando dentro tienen a una Norma Jean doliente.
En la película se retrata muy bien su relación con Arthur Miller. Cómo sólo a su lado pudo dejar de ser la frívola estrella que todos veían en espectaculares.
Miller amaba sus piernas, sí, pero vio en ella algo más que el bulto: una luz en su cerebro. Al contrario de Di Maggio… yo siempre he dicho que la peor elección para casarse es un deportista que sólo controla y domina su cuerpo, pero nada sabe del mundo fuera del campo y los excesos que da el dinero.
Todos hablan de que si la película es misógina y cruel.
La vida lo es, y así le tocó a la pobre Norma Jean; sin embargo, la balanza se fue del lado opuesto. No hay equilibrio.
La victimizan más de lo que ella misma pudo victimizarse y de lo que el mundo de entonces la victimizó.
Hay millones de Normas Jeans que ocultan sus desgracias, no tras la fama y la entronización de ídolo como el que fue Monroe, sino detrás de un vestido bonito en alguna fiesta, en una boda, por ejemplo, que la única oportunidad que tenemos las mortales para parecer rockstars.
Arthur Miller le dijo a Marilyn cuando la conoció: eres la mujer más triste que he conocido en el mundo. Y ella sonrió con esa sonrisa hipnótica de estrella de cine. Luego la hizo su mujer, intentó cuidarla, la pulió en su actuación. Se dejaron porque un escritor serio no sobrevive a un ambiente de flashes y paparazis. Un escritor vive en el confinamiento permanente.
Para el día de su funeral, un reportero le preguntó a Miller si asistiría. Él dijo, tajante: no, ella no va a estar allí.
Con su muerte de multiplicó la fama. La buena, sobre todo.
Se borró por un tiempo ese otro lado: el triste, el patético, el de la mujer rota detrás de un vestido y un pastel.
Hoy hablamos de Norma Jean Baker desde el asombro y la solidaridad. Eso pasa cuando un tercero cuenta la historia desde la mistificación.
Pero cada mujer sin fama lleva dentro su propio ejemplar de Norma Jean.
Marilyn dejó también ese legado, esa escuela: la de vestirse de seda dorada y alborotar la blonda cabeza para salir a escena y brillar en sociedad, cuando la realidad es que eres la mujer más triste de la fiesta, pero con un whisky en la mano. Sonriendo, como si el día anterior no hubieras recibido una noticia devastadora. Las sombras van con una siempre, aunque pasemos por el tinte nuevo y la cosmética de un salón.
Sólo faltan los ojos avispados que lo puedan traducir.