El éxito de una persona puede radicar (entre muchas otras razones lógicas) en la cantidad la mala leche que le tiran los demás.
Sí. En la mayoría de los casos, los enemigos son nuestros principales promotores.
No hace mucho tiempo platiqué con un experto en creación de negocios. Me dijo: “¿Cuántos seguidores tienes?”. Le dije la cifra, nada despreciable. Entonces contestó: “En el mundo digital, los que en verdad te ayudan son los haters”.
Entonces me puse a hacer un sesudo estudio en las redes sociales de los más famosos influencers cuya lista de seguidores llegan hasta los millones, y por los comentarios que estas personas reciben es fácil darse cuenta que el grueso de esos seguidores se mueve por la envidia o resentimiento y siempre están a la espera de que algo salga mal para entonces atacar en jauría.
Pero esto no sólo aplica a la vida digital. En el terreno de la realidad sucede lo mismo.
Las así llamadas “figuras públicas” son observadas escrupulosamente con lupa por sus fans, sin embargo, lo que casi siempre los hace famosos son los yerros y las metidas de pata; es decir, lo que los convierte en seres humanos.
Lo mismo sucede en todas las profesiones.
Contaré un ejemplo: cuando mi primer libro salió alguien me sugirió que lo mejor que podía pasarle era que el personaje principal (que evidentemente estaba ligado a mí y a mi realidad) me demandará por daño moral. “Eso generará morbo, hará ruido y el libro, sin duda, tendrá más impacto y se verá reflejado en las ventas”.
Esta sugerencia me rondó por la cabeza varios meses, y luego de descartarla pensé en lo redituable que es la carrilla de los demás.
También sucede en el periodismo: los que más leen a determinado articulista o columnista son sus propios detractores. Seres que vomitan al tipo que publica lo que ellos quisieran decir, pero no pueden porque simplemente no tienen en dónde.
Las abuelas decían “es mejor que se hable mal de ti a que pases desapercibido”.
Algo saben los viejos que uno de joven ignora, y eso es que los celos, el odio y la envidia pueden surtir en el agraviado un efecto contrario al que desea obtener quien injerta el veneno.
Lo interesante aquí es saber sobrellevar los ataques tomándolos de quien viene, de otra manera la víctima del escarnio se debilita… que es precisamente lo que anhelan los ojetes.
Si se logra transitar ligero por el camino de la mala leche, esa mala leche se vuelve la forma más eficaz de encumbrarse. Así que no, no es tan malo tener legiones de odiadores. Es más: si tienes un enemigo poderoso, cuídalo, apapáchalo, porque él te blindará.