Soñar parece fácil: uno se descalza, se recuesta, se quita los lentes y cierra los ojos.
Pero no.
El sueño no está ahí, a la vuelta de esquina.
El sueño tarda en llegar, y si llega y las imágenes cuajan, es cuestión de suerte y memoria el recordarlas.
No se necesita voluntad para atraer el sueño, todo lo contrario: es una cuestión de no temer a la pérdida de control.
El verbo soñar está emparentado al verbo soltar.
El mundo del sueño es para valientes.
Dentro del onirismo uno puede convertirse en su propia némesis; puedes transfigurarte en tu peor versión, puedes matar, puedes acostarte con el enemigo, puedes golpear al padre, al hermano; puedes manosearte a la hermana o besar concupiscentemente a la madre.
El sueño es libertad en extremo, algunas veces puede revelarnos nuestros deseos ocultos, o no, porque también los sueños son simple y llanamente trampas de las conexiones eléctricas del cerebro.
Hay que tener cuidado con no creerse demasiado lo que se sueña.
El cochinito que soñó que era rey acabó en una cazuela de cobre en Michoacán.
El oficio del buen dormir es de lo más complejo: dar vueltas, cambiar la posición de los brazos, verificar que el cabello no te degüelle, alcanzar la respiración correcta.
Todo es una suerte de ritmo.
Dormir es desviarse un momento del camino, dar vuelta en u, encender las intermitentes, frenar en seco.
Soñar es viajar, pero para ese viaje se necesita hacer ciertos trámites como preparar a la mente para pasar por un túnel sin aduanas donde todo, cualquier cosa, (sea legal o ilegal tóxica o saludable) entra sin filtro.
Soñar es la caída libre del pensamiento.
La red solo se encuentra al final, cuando uno va a estamparse en contra el suelo.
En los sueños se pierden guerras, pero nunca, jamás, la vida por completo.
Uno sabe que está ahí, que es el narrador y el actor principal, pero no se logra ver a sí mismo en espejo.
Así, cuando en el sueño el cuerpo se precipita hacia abajo, la sensación es como ir viendo todo desde los lentes de la realidad en vigilia.
En el sueño el piso siempre queda a un centímetro del golpe final.
Y la salvación es el despertar.