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domingo, noviembre 24, 2024

Inmaculadas

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¿Cuándo se pierde la inocencia? 

¿Acaso la inocencia es una cosa diferente para todos?  

¿Es algo abstracto, subjetivo?  

Hay algunos que creen que la inocencia está estrictamente emparentada con la infancia, y que ésta se va en cuanto tenemos el albedrío lo suficientemente desarrollado como para proceder con alevosía o dolo.  

Hay otros que casan el término con el despertar sexual. 

“Es que ya perdió la inocencia, dio su virtud”.  

Y nada tienen que ver las virtudes con el sexo ni la permanencia de la inocencia con disfrutar (o no) de éste.  

La inocencia es un estado de gracia del alma.  

No se pierde, más bien va y viene.  

No desaparece cuando sale más pelo o cambiamos de dientes.  

Hay personas que pueden retenerla a pesar de la transgresión o el exceso.  

La inocencia sí que tiene que ver con algo: con las ilusiones, con estar libre de culpas. Con la falta de malicia o dobles intenciones.  

Estoy leyendo Inmaculada, de Juan García Ponce, porque alguien me dijo que yo le recordaba a este personaje.  

Inmaculada es una niña viva, curiosa, imaginativa, que más tarde se vuelve una joven viva, curiosa, imaginativa y candorosa, y luego pasa a ser una mujer viva, curiosa, imaginativa, candorosa y entregada a los placeres. 

Un alma libre cuyo talón de Aquiles frente al mundo es su entrega (corporal y emotiva).  

Durante toda la trama, Inmaculada va superando sus propios apetitos hasta llegar a traspasar los límites que dictan las buenas conciencias.  

Pero nunca, jamás, en ningún capítulo, el personaje se llega a traicionar a sí mismo.  

Creo firmemente, entonces, que la inocencia es también reside en eso: en la fidelidad de la esencia.  

Cuando el sospechoso de un crimen es presentado ante el ministerio público, es menester del funcionario otorgarle el beneficio de la inocencia, es decir, que pese a estar ahí, acusado por un tercero, el señalado puede apelar que los hechos no han sido llevados a cabo con mala intención.  

Caso contrario: hay niños que desde la tierna infancia ejecutan suertes maliciosas, o que dependiendo el credo que les inculquen los padres, pueden considerarlos como presas fáciles de caer en el sentimiento de pecado.  

Por otro lado: la sociedad etiqueta a ciertas personas dependiendo de sus profesiones.  

Así, entre los señalados como faltos de inocencia están siempre los políticos y las putas.  

Pero yo he conocido políticos que de pronto tienen brotes de inocencia, y a ellos les llaman malos políticos.  

Y de las putas mejor ni hablamos, ya dijo Sabines que deberían ser canonizadas.  

Y yo así lo creo también.  

Luego entonces, ¿quién puede fungir como árbitro de la inocencia? 

Nadie.  

Porque es un asunto que habita en el fuero interno. No se crea ni se destruye… sólo se adormila.  

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