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jueves, marzo 28, 2024

Gorronas profesionales

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Estar confinado por una enfermedad (que no sea grave) te permite dormir todo el día, despertar, volver a dormir, no contestar el teléfono, ver las películas que quieras, volver a dormir, pasar revista a cosas que no te pongan a pensar demasiado…

Entre estas últimas actividades está hacer zapping, ver pedacería de videos en TikTok o Instagram. La mayoría es basura infumable o la repetición infinita del mismo diálogo o baile, pero ahora que en París está la semana de la alta costura. Me gusta ver los desfiles porque, aunque jamás podría comprarme una prenda de esas características, no dejo de admirarme con el trabajo de diseñadores como Olivier Rousteing o los genios detrás de la casa Schiaparelli. Estos personajes están muy lejos de ser la ejemplificación de la más alta frivolidad; sus prendas no nacen por ósmosis, sino que son, sin duda, el resultado de horas y horas viendo pintura, yendo al teatro, escuchando música y leyendo.

Lo que pervierte este tipo de espectáculos es, sin duda, la irrupción de esa casta de gorronas profesionales llamadas influencers.

Fue el chef mexicano Edgar Núñez quien acuñó esta frase para definir a la perfección la vida y la nula obra de estas muchachas que, a falta de talento —pero gracias a sus buenas perchas y las legiones de idiotas que las siguen— aparecen en los desfiles y en las calles y en los hoteles y en los restaurantes de más caché alrededor del mundo para, literalmente, fungir como maniquíes vivos de las marcas que se presentan.

Cerca de Anna Wintour, la misteriosa e icónica mujer tras los lentes que dirige Vogue, estas chicas se muestran como villamelones en un aplaza de toros. Porque van a ver, pero más que a ver, van a instalar su teléfono entre ellas y la realidad para hacer su chamba y captar la misma imagen entre todas. Sin ningún tipo de imaginación o vuelta que las haga quitarse el membrete de anuncios ambulantes.

Esto pasa en las cumbres de la industria de la moda, pero no dista mucho de lo que sucede aquí mismo, en donde el mérito intelectual o la suma de talento y disciplina se van al caño, gracias a la alienación de la gente que aspira a tener sus propios 15 minutos de fama moviendo el trasero o presumiendo los cientos de miles de pesos que pueden gastar al mes comprando bolsas y reseñándolas.

Este último tipo de videos son la fase superior de lo que un día quiso hacer, hizo y definió Emilio Azcárraga Milmo, como televisión para jodidios.

En este caso ya no es en televisión: la enajenación por un perreo o soñar despiertos con comprar una bolsa, que sólo las novias de los narcos se dan, ya no necesita si quiera que uno se vaya a apoltronar frente a la tele.

Los gorrones están prestos para atraparnos en cualquier sitio donde haya conexión a internet.

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