Tenía la sonrisa más ancha y seductora de todo Brasil, o por lo menos del Brasil que conocimos mediante la música.
Hay luto nacional en Bahía y en Río; en las Favelas y los barrios altos. Los brasileños siempre han colocado a sus artistas en el lugar que merecen. Son líderes sociales, las voces que más repercuten. Han ayudado a quitar y a poner buenos y malos presidentes. Han sido parte del gabinete de Lula (Gilberto Gil, en cultura). No como acá, que el que llega es casi siempre un petimetre con ganas de robar…
Cuando hubo que huir de la dictadura, los músicos lo hicieron en desbandada, pero no sin antes dejar injertada la duda y la curiosidad mediante sonidos y letras que nunca han dejado de escucharse.
A los brasileños los armaron con guitarras, y aprendieron a tocarlas como nadie, nunca. Joao Gilberto es la explosión, la chispa del bossa nova, y fue gracias su influencia que existió Gal Costa.
Durante 77 años exploró todo el espectro de colores que tienen las sambas, la balada, los lamentos y hasta el rock.
Los bahianos, como Caetano Veloso, nacieron con un órgano extraño de más, con glándulas secretas que producen sonidos inauditos y novedosos.
La voz de Gal reafirma lo dicho. Si todos en el mundo fuéramos sintestésicos (tuviéramos alterados los sentidos) veríamos que su canto era dúctil como cobre. Una voz con un matiz de metal que se dobla y regresa a la línea.
Junto con Elis Regina, Rita Lee, Fafá de Belém, Astrud Gilberto, Miucha y Maria Bethania, se constituyó una generación irrepetible de intérpretes que, sin ser negras, defendieron con su instrumento a toda una nación.
Brasil no se puede concebir ya sin el ritmo lento de samba que inventaron Joao y Vinicius y Tom Jobim, ahora bien, sin el juego que le dieron estas mujeres extraordinarias, el bossa-nova hubiera estado cojo o manco.
Mi afición a la música brasileira se dio, precisamente cuando cayó en mis manos Domingo, el disco debut de Gal Costa a dueto con Caetano Veloso.
Desde que escuché la primera canción, Coraçao Vagabundo, caí rendida ante la voz de un jovencísima Gal Costa y la sensual guitarra de Caetano.
Empecé desordenadamente.
Quien conoce un poco de estos asuntos, sabe que la puerta de entrada es Chega de Saudade, de Joao Gilberto. Nadie antes de él supo colocar las manos sobre las cuerdas para dar esas séptimas disminuidas que te daban un carácter melancólico (de saudade) a la samba.
Ayer, cuando me enteré de la muerte de esta giganta, venía oyendo en medio del tráfico justo esa canción en sus diferentes versiones. Y la que se llevó el primer lugar, después de la original, fue la de Gal Costa en una grabación en vivo.
La música va perdiendo por default.
Sin Gal, este mundo es hoy un lugar más pobre.