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miércoles, abril 24, 2024

El beso del Lama

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Los líderes de la mayoría de los cultos religiosos tienen, en su mayoría un problema de raíz: que, al estar sometidos a votos tan estrictos y antinaturales, son presas fáciles de la perversidad. 

No es novedad escuchar de abusos sexuales a mujeres y niños por parte de los sacerdotes católicos; más bien es sabido que la carrera de cura da tanto y tan bien que son dueños de los mejores autos, beben grandes finos y poseen a las siervas del señor que van en busca de consuelo a sus tribulaciones. 

Tenemos también el caso de los gurús o guías espirituales de sectas escabrosas que, aprovechándose de la vulnerabilidad, la ignorancia y los sentimientos de culpa de sus adeptos, sacian sus infames apetitos de poder y sexuales haciendo cadenas de complicidades que llegan al extremo de ser verdaderas empresas del crimen organizado. 

Ahí tenemos a Manson, Keith Rainiere y la dinastía de los Joaquín (fundadores de esa pirámide de explotación sexual llamada La luz del mundo). 

La fe siempre ha sido un vehículo para que el poderoso abuse del débil. La monera de cambio, la supuesta salvación del alma es infalible a la hora de que un degenerado con visión llega a la cúpula. 

No vayamos muy lejos; la famosa Madre Teresa no era tan buena samaritana como no las vendieron… sus colaboradoras y/o adeptas han sufrido a lo largo del tiempo tratos infrahumanos en aras de vender una imagen de absoluto sacrificio a cambio de jugosas donaciones que ayudan a los ricos del mundo a lavar dinero. Crimen organizado por doquier. 

Lo que hasta hoy era aparentemente intachable, acaba de pulverizarse en dos segundos. 

Si bien el budismo se ha deslactosado una vez llegado a occidente, la figura del Dalai Lama conservaba la suficiente autoridad moral como para que miles y miles de decepcionados de las doctrinas y prácticas judeocristianas migraran hacia las enseñanzas de estos monjes misteriosos que, encallados en el Tibet, hacen de la respiración, el desapego y la rendición del ego, una forma más pura de alimentar la espiritualidad. 

Dalai Lama, cierto, de pronto tenía que rozarse con sanguijuelas adineradas para patrocinar de alguna u otra manera la vida de ostracismo que llevan los monjes. Hasta ahí, nada grave. 

Finalmente es parte de la rueda global que gira sin piedad amenazando en exterminar a quien no se incorpore… 

¿Qué pasó entonces con este iluminado? 

¿En qué momento se le ocurre al máximo líder espiritual del siglo tocar a un menor y pedirle que le lama la lengua? 

Sabiendo que está frente a la mirada de todo el mundo, ¿en qué mente delirante o perversa cabe la posibilidad de arriesgarse, o de revelar, una posible parafilia? 

Los defensores del culto budista y los fans occidentales del Lama ya empiezan a justificar su abuso con argumentos ridículos; desde decir que esa es una costumbre del rito, hasta diagnosticarle una demencia senil espontánea. 

La piedra más sólida de la espiritualidad está a punto de desmoronarse. 

¿Qué pasará con los hinchas que han hecho de la imagen del viejo monje su piedra filosofal? 

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