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jueves, noviembre 21, 2024

El bendito rocanrol

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Ni la más remota idea tenían Buddy Holly o Bill Haley… ellos qué iban a saber de la adicción. 

Sólo hicieron algo nuevo (aunque ambos terminaron condenados al rincón).  

No eran guapos, ¡qué va! Uno demasiado gordo. Otro flaco y narigón.  

¡Guapo Elvis! Pero él no tuvo la culpa. Ni le importaba siquiera. Elvis al final sólo quería una pastilla para poder dormir, y otra para poder despertar.  

Una para hablar. Una para callar. 

No, señores. La culpa más bien fue de Chuck Berry. O quién sabe. Tal vez ni siquiera ellos sabían qué mierda hacían.  

Entonces creo que el culpable es, sin duda, el que le puso nombre. El que dijo, desde una cabina inmunda: esto es bueno. Esto es rocanrol.  

El culpable entonces, sí, sí, es el necio de Allan Freed. 

Pinche pincha discos. Encontraste el secreto y se dio el contagio. 

Yo ni siquiera había nacido. Mi madre tampoco. Pero bueno… si te gusta Joyce no es porque hayas nacido en los años veinte, que ¿no?  

Cosas que pasan, ¡ay! Uno se topa con alguien o con algo sin querer. Como sin pensar, tomas un diente de león que adorna un terreno baldío, le soplas y te vas.  

Así descubrí el rock un buen día, y fue mi perdición. 

Claro que no lo sabía. Uno nunca se imagina que lo que un día te da placer, al siguiente te dará dolor.  

Así el maldito, el bendito el rocanrol.  

¿El primer beso? Rocanrol. 

¿La primera borrachera? Rocanrol. 

¿Todas las drogas y los viajes? Rocanrol. 

Y los hombres… 

Qué podía hacer yo sino cantar, bailar, alardear. Ponerme mi playera favorita y treparme a la moto o al carro convertible. 

Quien ama el rocanrol nunca es lo suficientemente viejo para negarse a caer rendido al vértigo de las altas velocidades o al decibel demencial. 

Hay que despeinarse, carajo.  

Y molerse la cabeza a golpes de duda. ¿Lo hice bien, lo hice mal? ¿Qué falta? ¿Te quedas o te vas?  

Y acabarse el pulmón a sobredosis de alquitrán o el hígado, poco a poco, a cucharaditas de gin. 

Fui la esposa de un rockero que tocaba como el mismo diablo la guitarra. Una Stratocaster roja salida del averno.  

Fui la novia de un rockero que murió en manos de un Washburn prieto. Las cuerdas del mítico bajo terminaron separándole la cabeza del cuello. 

Fui el suspenso de un bataco. Su tum tum pata pum aún resuena en mi corazón. 

La niña de mis ojos nació entre cables y pedalearas. 

El día que la vi por ultrasonido juro que pedía un encore. 

Mi vida se ha ido dos o tres veces al caño. 

 Todo por el bendito rocanrol. 

¿Y qué le hago? Si me gusta.  

La culpa es del maldito rocanrol. 

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