Me había negado a ver la serie Better Call Saul porque no quería decepcionarme del personaje del abogado pitero construido para Breaking Bad: el tipo transa y mal vestido que ayuda y desgracia, a la vez, a Walter White.
No sé si a todos les pasa, pero hay veces que, así como uno debe de quedarse con la imagen de un artista que admira sin insistir en conocerlo por un posible desencanto, igual ocurre con las precuelas o las secuelas de series o películas, sin embargo, esta no es ninguna de las dos: es una trama aparte que, si bien en los últimos capítulos el director hace un experimento para juntar las tramas en un capítulo, Better Call Saul es una serie estrictamente de abogados, pero sin la solemnidad ni el glamur que otros directores le ponen al tema…
Pues bien, debo decir que hasta donde voy (temporada 4) la cosa ha sido verdaderamente satisfactoria, sobre todo por la magnífica actuación de Jimmy McGee (Saúl) y el imperturbable expolicía Mike, que repite al personaje que aparece en las cuitas de los hacedores de Metanfetaminas.
Ok, hasta ahí todo bien, ya que no me interesa hacer un análisis de la serie.
Si al final se pone moralina, como muchos de los expertos en cine dicen, ahorita eso me da lo mismo.
Al igual que los libros, las series y las películas nos regalan momentos o historias memorables que nos hacen repensar, y aunque parece que desde Shakespeare todo está dicho ya y es una variación sobre el tema, el tratamiento de las cosas cambia y eso es lo que hace especial algo, llamándolo así, aquello que nos llega a interesar a la hora de caminar, hacer la comida o trapear; labores nada menores, pues es en esos instantes en los que parece que matamos el tiempo, cuando llegan de pronto las iluminaciones o las confirmaciones.
Pensaba en la pareja protagónica de la serie, la formada por Jimmy y Kim, que en realidad es (y no) una pareja en forma.
Lo suyo va más allá.
No están rodeados de carga erótica ni hay demasiada tensión.
Trabajan juntos, toman café, él la mete en entuertos éticos, pero los minutos más reveladores se ubican en los silencios cuando salen a fumar en el estacionamiento. Mientras ella lo ve como un hombre a quien admira por su valentía, pero no por su talento, y él hace todo, hasta las tretas más cutres y riesgosas, por protegerla de las arpías circundantes.
Lo de ellos es una complicidad más que una relación estrictamente amorosa o pasional. Porque nadie en sus cabales podría volverse loca de pasión por un ser tan pánfilo como Jimmy, sin embargo, la imantación sobreviene de la lealtad.
Ese amor sin alas, sencillo y hasta racional, suele ser lo que crea huecos entre las parejas explosivas: las que se atraen por los caprichos de la química y los sentidos o por la enfermedad.
El amor, decía Cioran, es mucho más complejo que la unión de dos salivas.
Es predecible que la trama de la serie empuje a estos dos personajes hacia la fatalidad. De eso se tratan todas las comedias que al final acaban siendo tragedias y viceversa, sin embargo, la presentación de esta pareja protagónica es peculiar porque rompe con el estereotipo y la concepción irreal de amor romántico, ese que tanto nos ha dañado desde que se inventó.
Porque el cine imita a la vida, y por lo general la pareja no es el feliz encuentro de la mitad de la naranja, sino más bien, la mitad de nuestras patologías… y de ahí, la debacle.