Hay canciones que hoy en día sería imposible que pasaran el filtro de la mojigatería millennial.
Canciones escritas y cantadas por señores que ya no están vivos, pero que mientras vivieron fueron geniales.
Señores bien o mal peinados, que disfrutaron de la vida y del ron y de las mujeres y del sol… gozaron, sin llorar, de las vicisitudes de sus sistemas políticos.
Estos señores hoy serían linchados, quemados en leña verde previo un severo y escrupuloso escrutinio social y moral, por exaltar prácticas hetero-patriarcales, y ponerlas en sus letras para que la gente baile.
Así como hay pintores condenados y apuntados en las listas negras del feminismo radical para ser defenestrados post-mortem junto con sus obras.
Señores como Balthus, que ¡qué barbaridad! pintaba adolescentes en poses candorosas.
Señores como Gustave Coubert, a quien se le ocurrió pintar no a una mujer desnuda, sino sólo el coño de esa mujer en primer plano para nombrarlo luego como El origen del mundo.
Este cuadro, recordemos, es el infiernillo de los puritanos y de las feminazis porque es una canallada asquerosa de un macho que cosificó a la modelo sin siquiera mostrar su rostro.
Así, pues, como estos pintores magnánimos no se dieron color de que años más tarde sus obras iban a ser objeto de estudios rayanos en lo facho por ser un atentado contra moral y alcahuetear la trata y la pederastia (según algunas españolas muy progres), algunas canciones cubanas de Jorrín y otras de Benny Moré, hoy resultan lastimeras para los castos oídos que, por cierto, se han vuelto adictos al reguetón.
Los apóstoles de Bad Bunny (quien fue nombrado el año pasado por no se sabe qué consejo de preclaros) como “el mejor compositor del año”, ahora desentrañan en Tiktok rolas almibaradas de Manuel Alejandro o Pérez Botija, y las califican como aberraciones sexistas francamente impúdicas e incitadoras de crímenes sexuales.
Por eso, hoy que estaba escuchando El Túnel de Jorrín, imaginé a nuestros censores de ocasión con los ojos salidos de las cuencas y los oídos supurándoles en pus brutal al momento que este chachachá llega a la parte en donde el narrador cuenta que al “negro del maquinón” (que es un cazapollos, además) se le para el carro en el túnel mientras las “chiquitas” claman por ir al lugar de los hechos para confirmarlos con júbilo espartano.
Y por supuesto que el Tocineta de Benny Moré sería otro decapitado porque “no deja un sólo pollito, pa’ poderlo disfrutar”.
Frente a este escenario aterrador, los millennials paran el culo y perrean al compás de los reguetoneros, que se la viven haciendo apologías del crimen organizado y cosifican a las damas con una vulgaridad sin límites, sólo que elevan y enternecen el apelativo quitándoles el plumaje y suavizando la misoginia con su ñoñería pestilente de generación cristal.
Y así, los pollos de Jorrín, son las “bebés” de Maluma.
¡Viva la hipocresía de la posmodernitá!