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viernes, noviembre 22, 2024

Claudia Sheinbaum y yo (escena con ceviche y licenciados)

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Soy especialista en vomitar lo que pienso sin, de pronto, detenerme un momento para verificar si aquello que estoy diciendo es lo que realmente siento, o simplemente lo eyecto desde las vísceras para detonar un debate o incomodar al interlocutor.  

Si tuviera el poder de gabar todos esos momentos, seguramente al revisitarlos menearía la cabeza en señal de franca negación y vociferando quedito “en qué momento abriste la boca para decir semejante sandez que a la distancia no suscribes”. 

Me pasa sobre todo en lo laboral; a la hora de pretender causar en los demás una impresión que no coincide con quien soy en lo privado: alguien que difícilmente se engancha en una discusión con su pareja, no porque le otorgue la razón, más bien porque sé que la confrontación virulenta con un hombre con creencias profundamente enraizadas es un juego perdido y riesgoso en el tenor de que la necedad aleja a dos cuerpos que se atraen para lo único que vale la pena en esta vida: amarse.  

Lo digo porque he estado mirando mis interacciones en el programa de debate político en el participo semanalmente y en casi todos en los que se ha tocado el tema de la candidata mujer, en este caso Claudia Sheinbaum, no me he cansado de repetir que la doctora no estaría ahí sin el espaldarazo y la resaca que provoca en los políticos ser jalados por la inercia de un líder tan poderoso y mediático como lo es AMLO.  

Me veo ahí, en la pantalla de la computadora,  vestida de negro, según esto muy malota, hard core  y provocadora, dando un mensaje equívoco, y no; ya que la nuez de cada una de esas intervenciones no se contrapone con lo que creo, es decir, no me desdigo en el aspecto general del comentario, pues hemos visto cómo la influencia del presidente desde que fue candidato es una ola brutal que atrae hacia sí el poder, y que, por supuesto, dota de agencia (aunque no la merezcan) a los que lo apoyan y se montan en su proyecto.  

Ahora bien, lo que valdría la pena matizar es que cuando digo: “Claudia es una hechura del presidente”, pues es ciertamente injusto y suena a que no le doy mérito a su trabajo, no como mujer política, sino como persona.  

Esto lo pienso mientras preparo un ceviche de pescado, un domingo sin crudas ni sobresaltos después del 15 de septiembre.  

Mi casa está en silencio y la perra floja retoza en el jardín.  

Miro a mi alrededor y de pronto siento la necesidad de agradecerle a alguien, no a un ser superior, la armonía que respiro en el instante mismo en el que las gotas del limón que aliña al pescado, y es justamente un hombre en el que pienso, Carlos, el mío, no el licenciado que muchos buscan para resolverles sus asuntos. Entonces hago el paralelismo en las historias:  

Mucha de la gente que me conoce y no me aprecia, se regocija en afirmar que sin el licenciado no estaría en el lugar que hoy ocupo tanto laboral como íntimo.  

Soy una mujer que cruza por la primera crisis de la mediana edad, dueña de un pequeñísimo medio de comunicación que me permite vivir holgadamente. Sólo yo y los muy cercanos sabemos el trabajo que me cuesta mantener la revista y ser independiente, sin embargo, a los ojos de los morbosos y los incrédulos machistas, soy una hechura del hombre que me acompaña sentimentalmente. Me lo han hecho saber desde la cobardía de las redes y las alcantarillas de los clubes sociales, en donde el chismorreo se oxigena siempre de lo negativo y sobrevive gracias a las réplicas que en la oscuridad encuentra la maledicencia.  

Me detengo espolvoreando la pimienta sobre los trozos de sierra cruda y concluyo que el problema del ninguneo —que todos practicamos a diario contra aquellos que de una manera nos incomodan porque nos confrontan con una parte tapiada en nuestro ser— deja de ser problema cuando se mira desde la gran perspectiva y no desde las minucias de nuestros respectivos complejos.  

Decir que la doctora Sheinbaum llegará a la presidencia (ni duda tengo) porque un hombre, en este caso AMLO, está detrás de ella, deja de ser peyorativo si se le añaden algunas notas al pie de página, para no sonar antifeminista (que es lo más políticamente incorrecto en estos días) ni visceral.  

Desconozco los detalles profundos de la carrera de Claudia Sheinbaum, pero estoy cierta de que ella misma, si es lo suficientemente inteligente en el plano emocional, jamás podría negar que el señor que le enseñó a tocar la puerta, y que en algún momento también se la abrió, es parte de su éxito actual. Y no por ello se le debe tildar como una persona incapaz. 

Mientras el limón ya hizo su magia y escoció el pescado, repaso la intervención y repercusión que ha tenido en mi vida una presencia como la de Carlos Meza Viveros; un personaje mal comprendido por aquellos que lo miran desde las gradas; lo digo porque en la mayoría de circunstancias en las que me toca escuchar comentarios sobre él, la representación mental que crea en la mente de los demás (sobre todo de sus contrapartes) es la del miedo; Carlos es un abogado que con sólo mencionar su nombre en Puebla, la mayoría reacciona con recelo por su fama (equívoca y no) de ser un verdadero cabrón a la hora de litigar.  

Mi afortunada unión con el licenciado Meza ha generado entre la opinión de mis malquerientes el clásico comentario misógino del “sin él no lo hubiera logrado”, que en su momento me podría herir, pero que, al escudriñar en mi archivo personal, y para sorpresa de esos mismos maliciosos, suscribo, aunque con sus respectivas notas al calce.  

Porque es cierto que él me ha acercado a gente que ha apoyado y creído en mi proyecto laboral, pero también es cierto que si yo fuera una descerebrada me hubieran dado las gracias por participar antes de regalarme un bonito no y un palmo de narices junto con la atenta frase “dale mis saludos al licenciado”.  

El feminismo más radical reniega de este tipo de premisas. Una feminista de esta categoría diría sin empacho que, al hacer esa afirmación, me convertiría en una presa más del patriarcado…  

Pero como no creo en ese nuevo dogma sectario, huelga decir que mi concepción de pareja se ceba ni más ni menos en el ejemplo que acabo de dar.  

Puedo decir que a partir de mi relación con el licenciado soy una mejor persona, más asertiva, paciente y congruente.  

Puedo decir que tras años de intentar ganarme un espacio en el mundo sola (y de alguna manera remota encontrarlo), descubrí que el mundo es infinitamente mejor con ese hombre que me contiene… no que me mantiene.  

El ceviche está listo. La perrita ya está presta a limosnear un fragmento de pescado limonoso mientras revisito el último programa en el participo y vuelvo a decir que Claudia sin AMLO no sería candidata. 

Rectifico: Claudia sin AMLO no sería mejor candidata.  

El presidente la contiene, no la mantiene.  

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