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sábado, abril 20, 2024

Alejandra Gómez Macchia. Chente Fernández y la bancarrota emocional del mexicano

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Alejandra Gómez Macchia

Murieron dos personas muy famosas: Vicente Fernández y la escritora estadunidense Anne Rice.

A Vicente no le antepongo la palabra cantante.

Porque, al menos en nuestro país, no hay alguien que no lo conozca, para bien o para mal.

En cambio, a muchos les sonará como un murmullo el nombre Anne Rice.

Sólo les sonará, si es que alguna vez vieron Entrevista con el Vampiro.

La película con Tom Cruise, Brad Pitt y Antonio Banderas.

Los que hoy lloran por Chente, no lloran por Rice.

En primera porque es una escritora y a los escritores, salvo contadas excepciones, casi nadie les llora.

Excepto sus lectores fieles, sus editores, la familia y otros escritores.

Anne Rice escribió estupendas novelas, la citada Entrevista con el Vampiro es tan sólo la más conocida.

Pero hablemos de Vicente Fernández. Que no, no era compositor de los dramas lacrimógenos y bravíos que entonaba.

No, nunca tuvo el don de José Alfredo ni la voz de Javier Solís.

Chente era simplemente Chente.

Cantaba fuerte y con sentimiento (el sentimiento que urgen los borrachos para catalizar su angustia y perderse en jornadas dionisiacas).

Tampoco era actor: sus películas eran un culto a la mediocridad y la bajeza.

Eso sí, nadie niega, nos guste o no, que forma parte del patrimonio del resquebrajamiento emocional de los machos mexicanos.

En sus películas abundan la misoginia y los lugares comunes.

Las canciones que interpretaba fungían como amortiguador para un pueblo en bancarrota moral.

Dudo mucho que exista una casa en donde, para coronar y cerrar la francachela, no se haya puesto una canción interpretada por Vicente.

Le gustara al anfitrión o no.

La voz de las mayorías (ebrias) es la voz del pueblo (necio y masoquista) cuando clarea el día.

Yo misma tuve una etapa Chente: cuando me junté con un corrillo de borrachales que se sentían muy machos, jugaban conquián y llevaban serenatas.

La mancuerna de Vicente Fernández fue Martín Urieta, que como compositor distaba mucho de llegarle a los figurones de la música vernácula.

No era ni Tomás Méndez ni Cuco Sánchez ni, por supuesto, José Alfredo.

Mujeres divinas es la canción más básica que existe.

Una justificación simplista para, en vez de venerar a las damas, venerar la briaga como único medio para comprenderlas en su extraño proceder.

Chente, rey de los palenques y paladín de los parroquianos que se amanecían en las cantinas, era el estandarte del macho panzón.

Feo e infiel al que su esposa le perdonaba todo por ser un popular entre la tropa.

Parte de la mala educación sentimental de los mexicanos de mitad de siglo veinte hasta hoy se la debemos a Vicente Fernández y a sus múltiples apariciones en los programas ochenteros y noventeros de Televisa.

Murió un ídolo popular, es cierto. Pero lo popular no es necesariamente lo mejor, sino lo más conocido.

Hoy murieron dos personajes que, en sus respectivos microcosmos, lograron rebasar las expectativas económicas que priman en sus oficios.

Anne Rice, toda una best seller en el mundo literario.

Chente, la voz de un pueblo que, gracias a sus hazañas mujeriles y sus récords de taquilla, no deja de verse como la caricaturización del mexicano mujeriego, parrandero y jugador.

Vicente Fernández falleció a los 81 años de edad

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