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jueves, noviembre 21, 2024

41 años con sus noches

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Ayer cumplí 41 años 

41 de día y el mismo trayecto de noche.  

Estoy en la Ciudad de Quebec, en donde reina el orden, uno desconocido para mí. Aquí vive mi corazón, el que no traigo puesto.  

He transitado con la misma intensidad por la luz que por la oscuridad. 

He dejado atrás mi afición de hacer drama por cosas innecesarias. Sonrió cuando se debe, no por deber.  

Mi cabeza funciona como una central que manda al resto del cuerpo algunas órdenes inconexas. 

Hasta hoy he participado en todos los escándalos en los que se me ha involucrado y los recuerdo sin amargura ni vergüenza. 

Cometí en este tiempo un par de crímenes no tipificados como graves. 

Nunca he dejado una cuenta sin pagar. 

Soy constante en mis obsesiones y de vez en cuando reincido en la lesión para nunca olvidar. 

Bailo para no engordar porque como hasta el punto de reventar. 

La copa dejó de ser una buena amiga. Brindo por eso desde la memoria de mi embriaguez. 

Este año volvió a pasar por mi cabeza la idea de inyectarme ácido en las grietas, porque, sí, he compensado a sentirme vieja y en desventaja. 

Pero odio las agujas. 

Más que el efecto del tiempo sobre mi faz. 

He decidido ciertas cosas importantes, asumiendo que decidir implica renunciar… 

Para luego contemplar con esa terrible sensación de duda aquello que por descarte dejamos tirado al costado del camino. 

Hoy tengo un lugar asegurado en la tierra, sólo espero ver crecer la casa que será mi hogar. 

Hay algo peor que ser vieja: ser una falsa joven. 

Hay algo peor que la enfermedad: alcanzar la sanación y seguir actuando igual que si un cáncer te estuviera carcomiendo. 

Hay algo peor que la soledad: la compañía forzada. 

En mis 41 de noche aprendí a enamorarme de los defectos de los demás. 

Siempre he pensado que con la oscuridad aumenta el frío 

Y con el frío llega la claridad 

  

En mis 41 de día aprendí que enfrascarse en una charla casual puede llevar a dos antagonistas a comprenderse. El amor es la mejor suerte de la amistad.  

  

Me he perdido muchos de los placeres pequeños por megalomanía. 

Quizás por eso me he topado pocas veces con la felicidad. 

Prefiero entrar a una irrealidad que me golpee, por encima de una certeza que me deje tibia. 

Nunca he atendido a las premoniciones ante un posible desastre. 

¿Qué es el desastre? 

Es la vida sin astros, sin estrellas. 

Una vida uniforme, sin machas ni piedras que te corten los pies al caminar. 

  

Vine a este mundo dentro de un cuerpo que hasta ahora ha resistido mis excesos 

Ha sido un cuerpo gentil, alcahuete, generoso 

Ligero para volar. 

  

Cada mañana me despierta un distinto tono de azul. 

Y lo que me levanta de la cama tiene que ver más con el deseo que con la necesidad. 

Mis alegrías y mis tristezas tienen el mismo nombre y apellido. 

No son causas del azar. 

Todo lo que me hace dichosa contiene una vasta porción de irrealidad. 

En mis sueños, aquellos que me han roto son mis rehenes y disfrutan del yugo. 

Todo es temporal, menos la ilusión de estar. 

Las horas que he perdido en la cuenta larga son los únicos muertos que debo soltar. 

  

El desprecio que he acumulado de mis malquerientes amenaza con volverme 

inmortal. 

Cuando entro en sus mentes me regalan una dosis considerable de su vida. 

  

A mis 41 sé volverme invisible cuando es necesario.  

Selecciono mis pensamientos, intervengo en mi memoria, por lo tanto, dicen, soy una amante ejemplar. 

La última aproximación al paraíso fue cuando dormí en una apacible playa de mentiras piadosas. 

Hoy cumplo 41 años, y siguen siendo los mismos 40. 

No tengo mucho orden en mi cabeza: donde van las letras hay números, y donde van los números habita el color y un fragmento de mar. 

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