La Apología de Sócrates es de los primeros dramas sobre un proceso judicial mediático y está basado en hechos reales —a diferencia del narrado por Homero cuando los dioses juzgaron a Ulises tras la guerra de Troya—.
El contexto político es un elemento muy importante para comprender La Apología. ¿Por qué importa? Porque Atenas acababa de perder la Guerra del Peloponeso y los atenienses recién salían del gobierno oligárquico impuesto por los espartanos. ¿Qué quedaba de la gran Atenas de Pericles? Poco más que ruinas, y todavía humeaban. ¿Cómo estaban los atenienses? Dolidos, tras perder su preciado régimen democrático. ¿Y el ambiente? Altamente partisano y volátil: los intereses personales se superponían a todo, las alianzas cambiaban con la brisa, y la lealtad era un concepto inútil.
Bajo el estrato de los cotilleos políticos, subyaciendo a las intrigas de los gobernantes y a sus amoríos, el debate más acalorado en la Atenas antigua, el asunto más feroz y encarnizado era de naturaleza conceptual. Se trataba de establecer lo que significaba tener pruebas y conocimiento acerca de lo que sea.
Para la tradición, el conocimiento se desprendía de las antiguas epopeyas de Homero y Hesíodo. El respeto a los dioses y su caracterización eran tan sagrados como lo es LATINUS para algunos opositores de AMLO: una fuente incuestionable de verdades.
Del lado opuesto, otra clase de poetas se oponían a las viejas ideas. Por ejemplo, Xenófanes se burló de la antropomorfización de los dioses por parte de Hesíodo. “¿Qué pasaría si los asnos y los bueyes pudieran dibujar? ¡Pues dibujarían a dioses con rasgos de asnos y bueyes!” La risa sarcástica de Xenófanes retumbaba en los tímpanos de los conservadores.
Es aquí donde Sócrates entra en escena. Sócrates consideraba sumamente ingenuo creer en la exégesis de los textos antiguos como un método confiable para adquirir conocimiento, se oponía a esta idea porque para él no había texto, ser humano o institución que no pudieran ser desmantelados, abatidos y derruidos con un buen argumento.
Aunque Sócrates creía en la capacidad de la razón para cuestionar a los poderosos, la realidad demostró ser mucho más cruel. La maquinaria política de Atenas lo aplastó como a un tábano. Nunca tuvo escapatoria. Al ser condenado a muerte, cuando se le pidió proponer un castigo alternativo, él, con ironía y mofa, sugirió que lo alimentaran y trataran como un héroe olímpico durante el resto de su vejez. Desde el comienzo del juicio, Sócrates conocía su destino y cuando lo encontraron culpable reaccionó burlándose de la situación y de sus acusadores. La sociedad ateniense, los poetas y los comediógrafos viejos como Aristófanes, nunca perdonarían su cuestionamiento constante a las autoridades por parte de aquel viejo de ya 70 años.
El contexto del juicio de Sócrates se parece al de García Luna por la tensión en el fondo de los dos eventos. En el caso de Garcia Luna se juzga a uno de los poetas viejos, a sus principios epistémicos y a sus relatos políticos. Si se le encuentra culpable, ¿cuál historia contarán los defensores de las administraciones pasadas para desvincularlo de Calderón? Me cuesta trabajo no relacionarlos con los antiguos poetas atenienses, incapaces de cuestionar a la institución homérica, aquella en la que habían creído durante toda la vida.