Combinar las funciones expresivas e informativas cuando deberían estar claramente separadas es como mezclar la cursilería con el arte: un indicio de un gusto cuestionable o, en el mejor de los casos, una inclinación por interpretaciones sesgadas y torpes.
En medio de una entrevista, René Delgado arremetió contra López-Gatell acusándolo de corrupción con base en una afirmación hecha por el científico durante la pandemia. La declaración en cuestión fue: “El presidente no es una fuerza de contagio, es una fuerza moral”.
Delgado desacreditó a López-Gatell, alegando que esta afirmación era técnicamente y científicamente falsa. La acusación de Delgado ilustra el triste nivel de discusión que a veces encontramos en algunos medios.
López-Gatell explicó que la frase “fuerza de contagio” es un término técnico en epidemiología y, desde esa perspectiva, su afirmación era precisa y verificable: el presidente no era una fuerza de contagio.
En cuanto a la parte de la afirmación que se refería al presidente como “una fuerza moral” Gatell señaló lo obvio: no era una afirmación técnica, sino una metáfora.
Calificar, como hizo Delgado, las expresiones emotivas como si fueran declaraciones informativas es confundir las funciones del lenguaje. Es vapulear a un pintor porque no canta como un barítono.
Si aplicáramos el mismo rigor a todas nuestras afirmaciones, no utilizaríamos metáforas, símiles, hipérboles, y los cientos de coloquialismos con que conversamos. La comunicación no solo sería monótona, se volvería prácticamente imposible.
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Quizá Delgado no estaba confundiendo las funciones del lenguaje, y simplemente esperaba del científico un lenguaje a prueba de ambigüedades. En 1905, Bertrand Russell esbozó un tipo de lenguaje que encaja en esta descripción.
Para Russell, debajo de la gramática superficial de las lenguas naturales se esconde una gramática analizable en términos de variables, cuantificadores, predicados, conectores lógicos e identidades matemáticas. Esta gramática puede formularse utilizando la lógica de predicados.
El enfoque de Russell permite etiquetar como falsas ciertas oraciones que se refieran a entidades inexistentes. Por ejemplo, para lógicos como Gottlob Frege, frases como “Santa Claus entrega regalos por la chimenea” no son ni verdaderas ni falsas, ya que no se puede decir nada verdadero o falso respecto a Santa Claus.
Russell tenía una perspectiva diferente. En su enfoque, tales oraciones podían calificarse como falsas. Según la óptica de Russell, detrás de oraciones como esa se encuentran tres afirmaciones independientes que pueden evaluarse por separado.
Por ejemplo, “la fuerza que es contagiada por el presidente es moral” puede analizarse del siguiente modo en términos russellianos:
∃x (Fx & ∀y (Fy ⊃ x = y) & Mx)
Este análisis descompone la oración en tres afirmaciones: primero, afirma que existe una entidad que es la fuerza contagiada por el presidente. Segundo, sostiene que esta entidad es la única fuerza contagiada por el presidente. Y tercero, establece que esta entidad es de naturaleza moral. Dado que no existe una “fuerza moral” en el sentido literal, la oración se consideraría falsa.
Armado con la lógica de Russell, Delgado podría respaldar su ataque contra López-Gatell.
Pero incluso en ese caso continuaría cometiendo la misma falla: el análisis russelliano implica una traducción previa del lenguaje natural a proposiciones lógicas. Y esta traducción, como cualquier otra, debe ser fiel a lo que expresa el hablante, no al significado literal de las palabras.
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Imagino una escena en la vida de algún periodista como Delgado, obsesionado con la precisión del lenguaje.
Este comunicador, dedicado a erradicar cualquier rastro de ambigüedad en el habla entre los políticos, lucha contra la vaguedad incluso al pedir algo tan simple como la sal a su hijo:
—“Hijo, necesito que, de entre todas las cosas posibles, tomes aquella que sea sal, y ten en cuenta que nada, excepto eso, es sal. Ahora, considera también que esta sal, denotada por ‘x’, está situada sobre esta superficie ‘z’, que en este contexto es una mesa, y no hay nada más que pueda ser identificado como ‘mesa’ excepto esto. Además, ten en cuenta que es factible que pases la sal no en todos los mundos posibles, sino sólo en algunos”.
El hijo, con miedo a la precisión quirúrgica de su padre y confundido entre si le pide el salero o sólo la sal, preguntándose además si su padre le solicita que se la entregue o que la coloque en la mesa, decide tomar precauciones. Vierte un poco de sal en su mano, la sostiene cerca del rostro de su padre, y luego la devuelve en la mesa, asegurándose de cumplir todas las posibles interpretaciones de la solicitud de su progenitor.