“Aprender cómo respetar y abrazar nuestras diferencias, hasta que
nuestras diferencias no hagan ninguna diferencia en cómo seamos tratados”
– Yolanda D. King
Terminó junio: El Mes del Orgullo, y termina también el único periodo en todo el año en el que organismos, marcas, empresas y hasta dependencias de gobierno, cambian la institucionalidad de sus fotos de perfiles para llenarlas de la bandera a colores. Se termina el oportunista discurso de inclusión, de respeto y de tolerancia, se termina la solicitud global de derechos igualitarios, para volver al triste y cotidiano alegato del “pinches putxs”.
Se termina el ‘pink washing’, en donde millones de marcas también –repentinamente– bombardean con coloridas campañas publicitarias dirigidas a un público muy redituable: consumidores con posibilidad económica de realizar ciertos gastos de lujo debido a su característica de contar con un ‘Doble Ingreso y Sin Niños’ (DINK, por sus siglas en inglés). Pero esta es otra historia.
Bueno, con decirle que nosotres mismes vamos ahí por la vida, al menos en una ocasión, escupiéndonos la diversidad de la bandera de manera despectiva; que si pinches lenchas, que tal o cual “se ve bien putx”, que si es@s bisexuales acaparadores, vaya o hasta que las personas trans no son hombres/mujeres ‘reales’… Aaahh pero qué tal en la Marcha del Orgullo que se celebró este fin de semana: 800,000 almas bien colorides todes bajo el mismo paraguas.
Pero se termina junio y entonces volvemos a ver los crímenes de odio todos los días, volvemos a leer en las redes los comentarios de: “desviados”, “ridículos”, “antinaturales”, “pecadores”… Despedimos junio y con él se va el furor por volvernos tod@s ‘progres’ en favor de la comunidad LGBTTTIQ+, porque más bien pareciera una estrategia mercadológica o una moda de ocasión, que verdaderamente una convicción de alzar todas las voces en favor del respeto y la libertad para quienes nos atrevemos a amar fuera de la heteronorma. Sí, en pleno 2025, todavía es un acto de valentía.
Como vemos, de manera muy genérica y por encima de tantas aristas, el arcoíris –más allá de ser un intenso caleidoscopio– tiene una escala de grises que no nos lleva a una olla llena de monedas de oro, sino más bien a hallazgos un tanto más oscuros: personas violentadas, asesinatos brutales, abuso sexual, discriminación, soledad, rechazo, terapias de conversión o “simplemente” a ser blanco de que nuestra identidad de género y/o preferencia sexual se nos revierta a modo de ofensa. Sí, si bien el Orgullo ha ido saliendo del clóset, aún hay familias que prefieren no volver a saber de algun@ de sus integrantes -hombre, mujer o quimera-, en lugar de abrazar a ese hijo/hija, tío, tía o tíe y cobijar un término, una simple orientación sexual.
Nunca he sido partidaria del concepto Tolerancia, me parece que alude a la obligatoriedad, al no hay de otra, al a huevo, pues. Sin embargo, la no menos grisácea RAE -por aquello de que no da su brazo a torcer respecto al lenguaje inclusivo bajo el argumento de que busca evitar el uso genérico del masculino gramatical (¡!)- define a la tolerancia como: “el respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias.” ¿Y si empezamos por al menos ser tolerantes –ni modo– con quienes nos rodean?
Junio se lleva consigo el arcoíris y abre paso de nuevo a las grises discusiones, absurdas e interminables, en torno a por qué utilizamos la E, o que si lapidamos al bendito lenguaje al poner una arroba (@) en lugar de la hegemónica “O”, o que si alguien solicita ser llamadx con el adjetivo/pronombre que mejor le plazca, e incluso ventilar, opinar e insultar por a quien cada uno, una, une, decidimos meter a la cama… Y no a la suya, queride Hipócrita Lector(a), sino a la que cada persona –en pleno ejercicio de nuestra individualidad– elegimos.
Inclusión a todo color
Más de medio siglo después de haber sido obligados a salir del primer clóset de la comunidad: el sombrío Stonewall, quizá es hora de entender que la diversidad no es una tendencia efímera ni un nicho de mercado, sino la realidad inherente a nuestra sociedad. El respeto (o al menos ya ‘a la de a fuerza’ convertido en tolerancia) no pueden ser actos de conveniencia estacional, sino los pilares más fortalecidos de nuestra cotidianeidad.
El discurso de inclusión debe ir más allá de los colores corporativos de junio; debe permear hasta las políticas públicas, las leyes, la educación pero, fundamentalmente, en la conciencia de cada unx de nosotrxs como individu@s. Es de verdad urgente dejar de validar el odio y la discriminación disfrazándolos de “libertad de expresión” u “opiniones personales”. La conciencia individual que abre paso a la concientización colectiva no es una nimiedad, cuando hablamos de la dignidad y la seguridad de millones de personas que marchan por un fin común: existir y amar sin miedo.
¿Qué podemos hacer entonces para transitar hacia un espacio donde el arcoíris no sea solo una imagen de perfil estacional, sino una realidad verdaderamente colorida para la comunidad LGBTTTIQ+? Aquí algunas ideas:
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Fomentar espacios seguros y de apoyo: Crear redes y comunidades donde las personas LGBTTTIQ+ puedan sentirse seguras, apoyadas y libres de juicio es crucial. Esto incluye centros comunitarios, líneas de ayuda y grupos de apoyo para jóvenes y familias. La salud mental de la comunidad es una prioridad que no puede ser ignorada.
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Reeducarnos y eliminar prejuicios: La educación siempre será la base del cambio, por lo que es necesario impulsar planes de estudio que, desde edades tempranas, promuevan la diversidad, el respeto y la empatía hacia todas las identidades y orientaciones sexuales. Desmitificar estereotipos y erradicar la desinformación es una tarea constante que debe iniciar en casa y consolidarse en las aulas.
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Marco legal especializado: Es esencial contar con leyes que protejan explícitamente a las personas LGBTTTIQ+ contra la discriminación en todos los ámbitos –laboral, educativo, de salud, vivienda– y que tipifiquen los crímenes de odio con la seriedad que requieren. Además, la igualdad de derechos en el matrimonio, la adopción y el reconocimiento de la identidad de género son pasos fundamentales.
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Visibilidad y representación cotidiana: Necesitamos ver a cada vez más personas LGBTTTIQ+ representadas en medios de comunicación, en puestos de liderazgo, en el arte y la cultura, no solo como personajes estereotipados (y hasta exagerados) o víctimas, sino como individuos plenos y diversos que contribuyen activamente a la sociedad. La narrativa positiva es una herramienta poderosa para deconstruir prejuicios.
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Deslegitimar las “terapias de conversión”: De una vez por todas erradicar estas prácticas deshumanizantes que atentan contra la integridad física y psicológica de las personas. Ya que no hay absolutamente nada que ‘curar’ en una orientación sexual o identidad de género, su oferta debe ser prohibida y perseguida por la ley.
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Responsabilidad social y corporativa genuina: Las empresas y marcas deben ir más allá del rainbow branding de junio, para verdaderamente implementar políticas de inclusión laboral efectivas, programas de sensibilización para sus colaboradores y apoyar de manera sostenida a organizaciones que luchan por los derechos LGBTTTIQ+ durante todo el año.