Cuando desde joven alguien se convierte en un vehemente lector, preso de las letras, casi siempre está condenado a la escritura. Un prisionero de las letras fue Stephen Edwin King, quien desde los cinco años compartía con su hermano David el hábito de leer en voz alta. Su madre, exhausta después de largas jornadas de trabajo, los interrogaba sobre las historias para comprobar que atendían con cuidado; sembró en él la crítica y la interpretación.
King nunca más dejó de leer. El paso del tiempo se percibía conforme cada rincón de su habitación se llenaba de fantasmas, vampiros y criaturas atrapadas en papel. Sus favoritos eran los EC Comics y Tales from the Crypt, pero pronto extendió su curiosidad: “Leí de todo, desde Nancy Drew hasta Psicosis. Mi favorita fue The Shrinking Man, de Richard Matheson; tenía 8 años cuando la encontré. También me encantaban los cómics, y mis personajes favoritos eran Plastic Man y su despistado compañero, Woozy Winks”, recordaría más tarde.
Detrás de ese apetito voraz por las historias se escondía un niño lleno de temores comunes: las arañas, los espacios cerrados, la oscuridad, los funerales, el número trece, la fragilidad del bien frente al mal. Para enfrentarlos, asistía compulsivamente al cine a ver películas de terror, como si al mirar la pantalla pudiera convencerse de que no tenía miedo. Su hermano, consciente de ello, llegó a jugarle bromas crueles, como aquella vez que lo hizo salir corriendo de una iglesia desierta.
La pobreza fue otro fantasma que lo acompañó desde siempre. Su madre apenas podía sostener el hogar con trabajos agotadores; de vez en cuando les daba a él y a su hermano dólares para que pudieran comprar cómics y libros. De niño, Stephen comprendió pronto que la vida ordinaria también podía ser aterradora: no saber si al día siguiente habría lo suficiente para seguir.
Los propios recuerdos de King demuestran que sus ficciones nacen de lo ordinario. A los diecisiete años publicó “Yo fui un ladrón de tumbas adolescente”, relato inspirado en su trabajo de medio tiempo cavando tumbas. Desde entonces supo que el miedo no necesita de castillos góticos, basta con mirar el día a día. Los fantasmas verdaderos no habitan mansiones embrujadas, sino los miedos personales: perder a un hijo, convertirse en un extraño para uno mismo, las facturas sin pagar, el teléfono cortado, el llanto de un hijo o la mirada de un padre pueden ser igual de aterradores que un monstruo imaginario.
Cuando terminó sus estudios, King no consiguió empleo como profesor y tuvo que trabajar en una lavandería, doblando sábanas y limpiando ropa manchada mientras en su mente bullían ideas de monstruos. En medio de la precariedad, se casó con Tabitha Spruce, quien se convirtió en su apoyo esencial: no solo lo animaba a escribir, también rescató de la basura el manuscrito de Carrie, cuando él lo había descartado por considerarlo mediocre. Fue Tabitha quien lo convenció de que esa historia merecía concluirse.
El éxito de Carrie en 1974 cambió su vida y fue su consagración, aunque su madre nunca llegó a verlo publicado. Murió poco antes de que el libro saliera a la luz, y King quedó marcado por esa ausencia, convencido de que había escrito demasiado tarde para compartirlo con ella. La maternidad perdida y el duelo volverían una y otra vez a sus novelas, como en Cementerio de mascotas.
Con el tiempo, llegaron también los hijos, y junto a ellos nuevos miedos: no solo el sustento económico, sino la fragilidad de criar y de ser responsable de otros seres humanos. En ese sentido, su literatura se volvió todavía más personal, pues narrar terrores fantásticos era también una manera de hablar del miedo de ser padre, esposo y proveedor en un mundo hostil.
Antes de entrar a las recomendaciones, conviene recordar que Stephen King no solo leía sin parar, sino que consumía música y cine con la misma intensidad. Esa mezcla creó una especie de laboratorio mental donde entrenaba su imaginación.
Su constancia como escritor también es increíble. Desde adolescente se obligaba a escribir todos los días, aunque fuera solo una página. Esa disciplina lo llevó a publicar más de 60 novelas, más de 200 cuentos y numerosos ensayos. También ha escrito varios guiones de cine y televisión, ha participado en cortometrajes e incluso en colaboraciones para series basadas en su obra.
Para iniciarse en Stephen King
Para quien desee adentrarse en el mundo de este prolífico escritor, aquí van tres recomendaciones: una novela clásica, una extensa y otra breve.
- Carrie (1974): Todo empieza con una chica tímida, maltratada por sus compañeros y sometida por una madre fanática religiosa. El verdadero terror es ver cómo una adolescente despreciada puede arrasar con todo. Fue su primer libro publicado y la historia que lo sacó de la pobreza.
- It (1986): Con más de mil páginas, narra cómo un grupo de niños se enfrenta a un payaso que habita las alcantarillas de Derry. Pero lo monstruoso no es el payaso, sino la infancia que nunca se olvida: abusos, miedos y pé Al final, It es menos un libro sobre un monstruo y más un recordatorio de que los traumas son los que realmente nos persiguen de adultos.
- Misery (1987): Un escritor herido es mantenido cautivo por una mujer que lo cuida y lo destruye al mismo tiempo. El encierro, la dependencia y la obsesión bastan para mostrar que el mal puede provenir de alguien que se ve como tu salvadora.
A 77 años de su nacimiento, Stephen King sigue mostrando que el verdadero terror no está en castillos lejanos, sino en los miedos cotidianos que todos compartimos.