19.6 C
Puebla
martes, septiembre 16, 2025

Neruda: el poeta amado y odiado

A pesar de surgir como un seudónimo, el nombre de Pablo Neruda terminó convertido en un gran símbolo: el de una de las figuras más importantes de la literatura universal, un gigante de la poesía cuya obra indudablemente ha cautivado a millones. ¿Quién no en algún momento de fervorosa adoración adolescente escribimos nuestros versos más tristes ‘esa’ noche (entonando una canción desesperada), o soñamos con florecer junto a la persona amada como “la primavera hace con los cerezos”? Alegorías ‘nerudianas’ no, porque me enamoro.

Sin embargo, el gran legado literario del escritor y político chileno no ha estado exento de controversia. En una época más actual –particularmente en el periodo de la desmitificación del amor romántico en los tiempos del #MeToo–, la figura de quien fue bautizado como Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto se convirtió en objeto de debate, pues detrás del poeta amado y multipremiado coexiste la figura del hombre cuestionado por lamentables acciones personales que él mismo confesó haber vivido.

Dentro de este contexto se genera entonces una nueva dicotomía alrededor de la cultura y el arte: ¿Podemos separar al artista de su obra? Al mero estilo del también controvertido caso del estadounidense Woody Allen –considerado un talentoso cineasta y cómico– la figura de Pablo Neruda se volvió más compleja tras la revelación de algunos detalles desconcertantes de su vida privada, en especial a partir de la publicación de su autobiografía póstuma en 1974.

Por otro lado, claro está que si hoy por hoy juzgáramos bajo una mirada feminista a otras históricas personalidades, tendríamos que sucumbir a la cancelación a un alto porcentaje no solo de premios Nobel (como el propio Neruda), o qué decir de la narrativa misógina de Schopenhauer, Nietzsche o Freud, sino también a nuestros propios padres, abuelos, tíos… pasando igualmente por las mujeres que nos criaron y nuestras propias conciencias, vivencias y acciones, más allá del género con el que nos identificamos.

Pero volviendo al enamoradizo y polémico Neftalí Reyes, admitió haber abusado sexualmente de una mujer en Ceilán, durante su época diplomática en Sri Lanka por allá del año de 1929, además de haber sido lo que hoy por desgracia nos es muy cotidiano: un padre ausente y deudor alimentario, al abandonar las responsabilidades sobre su hija –Malva Marina– nacida con hidrocefalia, otro punto que desató severas críticas contra su memoria.

En las páginas de sus vivencias, dice la confesión del entonces cónsul Neruda:

“Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré a la cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. (…) El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia”.

Esta realidad ha generado un intenso debate. Por un lado, están quienes sostienen que la grandeza de su literatura trasciende cualquier vileza personal, bajo el argumento de que sus versos, con su belleza y profundidad, son algo así como un patrimonio cultural, independientemente de la moralidad de quien los escribió. Para muchos, leer a Neruda es adentrarse en un universo narrativo de emociones y palabras que no se desdibujan por sus acciones.

Por otro lado, hay quienes creen que no hay una manera ética de separar la obra del autor. Para ellos, el arte está intrínsecamente ligado a la persona que lo crea y, las acciones de Neruda, con foco especial en la violación que él mismo confesó, son también imborrables. Sostienen que admirar su poesía sin reconocer sus actos es una forma de invisibilizar y justificar la violencia de género.

“No creo que sea necesario condenar la obra de Neruda como tampoco se puede desconocer su aporte a la política como militante comunista, pero sí creo que hay que ser claros en condenar su comportamiento con las mujeres y particularmente su actitud despreciable con su hija enferma a la que desconoció y abandonó. Ni el poema más perfecto puede compensar la maldad hacia un niño”, señala sobre esto la periodista y diputada chilena Pamela Jiles, quien desde la infancia fue cercana a la figura de Pablo Neruda, pues fue precisamente su abuelo –el abogado Jorge Jiles– quien en 1946 apoyó al poeta para finalmente adoptar como su nombre legal el mote con el que fue conocido por todo el mundo.

Dicho sea de paso, se sabe que Ricardo Reyes buscó ocultar durante mucho tiempo la verdadera autoría de sus obras, para evitar la desaprobación paterna y poder publicar sus poemas sin ser descubierto, pues Don José del Carmen Reyes Morales rechazaba tajantemente que su hijo se dedicara a la poesía.

“Neruda” fue un homenaje personal que el chileno hizo al también escritor, poeta y periodista checo Jan Neruda, a quien admiraba profundamente. En cuanto al porqué del nombre “Pablo”, fue un secreto que el autor se llevó a la tumba.

De forma puramente técnica, considero válido pero muy cuestionable el argumentar que la obra y la persona son dos entidades que pueden ser analizadas de forma distinta. La obra de Neruda, con su inmensa calidad, seguirá siendo una referencia poética. No obstante, es fundamental no ignorar los actos de la persona que la creó. La dualidad de Neruda/Neftalí nos obliga a realizar un ejercicio de pensamiento crítico: reconocer la belleza de sus versos sin dejar de condenar las acciones de abuso que cometió. Se trata de una honestidad intelectual que nos permite admirar el arte sin justificar la violencia. Un ejercicio que quizá nos vendría bien aplicar a nuestra propia individualidad.

Nacido en 1904 en Parral, Chile, bajo el nombre de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, fue un poeta, escritor y política. Desde joven mostró un talento extraordinario para la poesía, adoptando el seudónimo que lo haría famoso en todo el mundo: Pablo Neruda. A lo largo de su vida, su obra evolucionó de la melancolía de sus primeros poemas de amor, a un compromiso sociopolítico que lo llevó a escribir sobre la historia de América Latina, el sufrimiento de los pueblos y la naturaleza.

Fue diplomático en varios países, lo que le permitió conocer diversas culturas y personas, experiencias que d e alguna manera nutrieron su poesía. Fue senador de la República de Chile y un activo militante del Partido Comunista. En 1971, recibió el Premio Nobel de Literatura, un reconocimiento a la calidad y trascendencia de su obra.

Murió hace 52 años –un 23 de septiembre de 1973–, pocos días después del golpe de Estado que derrocó al presidente Salvador Allende, amigo cercano de Neruda. Su muerte, inicialmente atribuida a un cáncer de próstata, también ha sido objeto de polémica e incluso de investigaciones, ante sospechas de que en realidad fue envenenado tras ser inyectado con una misteriosa toxina en la clínica donde yacía.

5 poemas de amor que sobreviven en bodas, grafitis, canciones (y a las cancelaciones)

A pesar de las controversias, la poesía de Neruda sigue viva en el imaginario popular, especialmente sus poemas de amor. Son versos que, por su universalidad y belleza, se han convertido en eco del romanticismo (que juramos deconstruir pero que nos sigue derritiendo), presentes en bodas, grafitis, dedicatorias, canciones y desamores. Para las y los románticos hipócritas lectores, aquí cinco de sus poemas más icónicos:

  1. Poema 20 del libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos».

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.

 

2. Si tú me olvidas de Los versos del capitán

Quiero que sepas

una cosa.

Tú sabes cómo es esto:

si miro

la luna de cristal, la rama roja

del lento otoño en mi ventana,

si toco

junto al fuego

la impalpable ceniza

o el arrugado cuerpo de la leña,

todo me lleva a ti,

como si todo lo que existe,

aromas, luz, metales,

fueran pequeños barcos que navegan

hacia las islas tuyas que me aguardan.

Ahora bien,

si poco a poco dejas de quererme

dejaré de quererte poco a poco.

Si de pronto

me olvidas

no me busques,

que ya te habré olvidado.

Si consideras largo y loco

el viento de banderas

que pasa por mi vida

y te decides

a dejarme a la orilla

del corazón en que tengo raíces,

piensa

que en ese día,

a esa hora

levantaré los brazos

y saldrán mis raíces

a buscar otra tierra.

Pero

si cada día,

cada hora

sientes que a mí estás destinada

con dulzura implacable.

Si cada día sube

una flor a tus labios a buscarme,

ay amor mío, ay mía,

en mí todo ese fuego se repite,

en mí nada se apaga ni se olvida,

mi amor se nutre de tu amor, amada,

y mientras vivas estará en tus brazos

sin salir de los míos.

 

3. Me gustas cuando callas de Veinte poemas de amor y una canción desesperada

 

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,

y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.

Parece que los ojos se te hubieran volado

y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma

emerges de las cosas, llena del alma mía.

Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,

y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.

Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.

Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:

déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio

claro como una lámpara, simple como un anillo.

Eres como la noche, callada y constelada.

Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.

Distante y dolorosa como si hubieras muerto.

Una palabra entonces, una sonrisa bastan.

Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

 

4. Soneto XVII de Cien sonetos de amor

 

No te amo como si fueras rosa de sal, topacio

o flecha de claveles que propagan el fuego:

te amo como se aman ciertas cosas oscuras,

secretamente, entre la sombra y el alma.

Te amo como la planta que no florece y lleva

dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores,

y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo

el apretado aroma que ascendió de la tierra.

Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde,

te amo directamente sin problemas ni orgullo:

así te amo porque no sé amar de otra manera,

sino así de este modo en que no soy ni eres,

tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía,

tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño

 

5. Poema XIV de Veinte poemas de amor y una canción desesperada

 

Juegas todos los días con la luz del universo.

Sutil visitadora, llegas en la flor y en el agua.

Eres más que esta blanca cabecita que aprieto

como un racimo entre mis manos cada día.

A nadie te pareces desde que yo te amo.

Déjame tenderte entre guirnaldas amarillas.

Quién escribe tu nombre con letras de humo entre las estrellas del sur?

Ah déjame recordarte cómo eras entonces, cuando aún no existías.

De pronto el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada.

El cielo es una red cuajada de peces sombríos.

Aquí vienen a dar todos los vientos, todos.

Se desviste la lluvia.

Pasan huyendo los pájaros.

El viento. El viento.

Yo sólo puedo luchar contra la fuerza de los hombres.

El temporal arremolina hojas oscuras

y suelta todas las barcas que anoche amarraron al cielo.

Tú estás aquí. Ah tú no huyes.

Tú me responderás hasta el último grito.

Ovíllate a mi lado como si tuvieras miedo.

Sin embargo alguna vez corrió una sombra extraña por tus ojos.

Ahora, ahora también, pequeña, me traes madreselvas,

y tienes hasta los senos perfumados.

Mientras el viento triste galopa matando mariposas

yo te amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela.

Cuanto te habrá dolido acostumbrarte a mí,

a mi alma sola y salvaje, a mi nombre que todos ahuyentan.

Hemos visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos

y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos girantes.

Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote.

Amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado.

Hasta te creo dueña del universo.

Te traeré de las montañas flores alegres, copihues,

avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos.

Quiero hacer contigo

lo que la primavera hace con los cerezos.

Últimas noticias

Más leídas

Más artículos