Jaime Sabines es un nombre inseparable de la poesía mexicana, pero pocos recuerdan que también incursionó en la política.
Cobijado por el entonces partido hegemónico, el PRI, llegó al Congreso en dos momentos distintos: primero como diputado federal por Chiapas (1976-1979) y, más tarde, en 1988, representando al Distrito Federal.
Sus escasos discursos en la tribuna reflejaban su visión del país y su amor por Chiapas, pero nunca llegó a ser una figura política relevante. En sus letras, además, dejó entrever su incomodidad en ese entorno:
“Estoy metido en política otra vez. Sé que no sirvo para nada, pero me utilizan y me exhiben «Poeta, de la familia mariposa-circense, atravesado por un alfiler, vitrina 5».(Voy, con ustedes, a verme)”
Sabines no dejó una huella significativa en el ámbito legislativo. No encabezó grandes debates ni impulsó reformas trascendentales. Más bien, transitó la política con un perfil bajo, sin pretensiones de convertirse en un líder.
Tampoco buscó desafiar al poder ni utilizó su voz poética como un instrumento de denuncia dentro del Congreso. Algunos críticos han señalado que su paso por la política fue una forma de obtener apoyo para su carrera literaria; sin embargo, Sabines ya gozaba de prestigio antes de su incursión legislativa.
Su experiencia como diputado parece haber sido un episodio circunstancial, alejado de su verdadera pasión. Lo más cercano a un posicionamiento político en su obra se encuentra en Yuria (1967), donde incluyó algunos poemas con contenido social, y en Tlatelolco, publicado en 1968, en el contexto del movimiento estudiantil que lo inspiró.
El lugar de Jaime Sabines siempre estuvo en las palabras y los sentimientos, no en los pasillos del poder. Su paso por el Congreso no alteró su legado ni modificó su esencia. Su faceta política sigue siendo apenas una anécdota dentro de su biografía, mientras que su poesía continúa iluminando la literatura mexicana.
Tlatelolco 1968
1 Nadie sabe el número exacto de los muertos, ni siquiera los asesinos, ni siquiera el criminal. (Ciertamente, ya llegó a la historia este hombre pequeño por todas partes, incapaz de todo menos del rencor.)
Tlatelolco será mencionado en los años que vienen como hoy hablamos de Río Blanco y Cananea, pero esto fue peor, aquí han matado al pueblo. No eran obreros parapetados en la huelga, eran mujeres y niños, estudiantes, jovencitos de quince años, una muchacha que iba al cine, una criatura en el vientre de su madre, todos barridos, certeramente acribillados por la metralla del Orden y Justicia Social.
A los tres días, el ejército era la víctima de los desalmados, y el pueblo se aprestaba jubiloso a celebrar las Olimpiadas, que darían gloria a México.
2 El crimen está allí, cubierto de hojas de periódicos, con televisores, con radios, con banderas olímpicas.
El aire denso, inmóvil, el terror, la ignominia. Alrededor, las voces, el tránsito, la vida. Y el crimen está allí.
3 Habría que lavar no sólo el piso; la memoria. Habría que quitarles los ojos a los que vimos, asesinar también a los deudos, que nadie llore, que no haya más testigos. Pero la sangre echa raíces y crece como un árbol en el tiempo.
La sangre en el cemento, en las paredes, en una enredadera: nos salpica, nos moja de vergüenza, de vergüenza, de vergüenza.
Las bocas de los muertos nos escupen una perpetua sangre quieta.
4 Confiaremos en la mala memoria de la gente, ordenaremos los restos, perdonaremos a los sobrevivientes, daremos libertad a los encarcelados, seremos generosos, magnánimos y prudentes.
Nos han metido las ideas exóticas como una lavativa, pero instauramos la paz, consolidamos las instituciones; los comerciantes están con nosotros, los banqueros, los políticos auténticamente mexicanos, los colegios particulares, las personas respetables.
Hemos destruido la conjura, aumentamos nuestro poder: ya no nos caeremos de la cama porque tendremos dulces sueños.
Tenemos Secretarios de Estado capaces de transformar la mierda en esencias aromáticas, diputados y senadores alquimistas, líderes inefables, chulísimos, un tropel de putos espirituales enarbolando nuestra bandera gallardamente.
Aquí no ha pasado nada. Comienza nuestro reino.
5 En las planchas de la Delegación están los cadáveres. Semidesnudos, fríos, agujereados, algunos con el rostro de un muerto. Afuera, la gente se amontona, se impacienta, espera no encontrar el suyo: “Vaya usted a buscar a otra parte.”
6 La juventud es el tema dentro de la Revolución. El gobierno apadrina a los héroes. El peso mexicano está firme y el desarrollo del país es ascendente.
Siguen las tiras cómicas y los bandidos en la televisión. Hemos demostrado al mundo que somos capaces, respetuosos, hospitalarios, sensibles (¡Qué Olimpiada maravillosa!), y ahora vamos a seguir con el Metro porque el progreso no puede detenerse.
Las mujeres, de rosa, los hombres, de azul cielo, desfilan los mexicanos en la unidad gloriosa que constituye la patria de nuestros sueños.