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jueves, marzo 28, 2024

Escurridizo Leonardo

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Carlos Chimal* 

Me encuentro con sir Martin Kemp en Trinity College de la Universidad de Oxford. Junto con Carlo Pedretti, se trata de las dos mayores autoridades en el mundo sobre la obra del inventor y artista florentino del siglo XVI. Sir Martin fue uno de los primeros historiadores del arte en establecer relaciones originales y profundas entre las ciencias y la expresión artística de diversas épocas y distintas filiaciones estéticas, desde fines de la década de 1970. Lo que era un asunto banal, charla de café en aquel entonces, se ha convertido en una disciplina vigorosa, en gran medida gracias al talento de sir Martin. En 2018 publicó sus memorias, luego de cincuenta años indagando en la vida y obra de Leonardo de Vinci, bajo el título de Living with Leonardo. Fifty Years of Sanity and Insanity in the Art World and Beyond (Thames & Hudson, Londres). Es un libro excepcional, pues se trata de un periplo salpicado de datos curiosos, falsificaciones costosas, intriga y codicia alrededor de obras magistrales. Si alguien desea conocer algunos intríngulis del sofisticado mundo del arte, debe leer este libro. 

Sir Martin me recibe en el salón de visitantes, dentro del edificio de profesores distinguidos. Café con leche de por medio, bromea sobre las relaciones entre el futbol amateur, el hockey sobre césped profesional y la expresión a través de la pintura, la escultura, la literatura. “Si quieres entender el movimiento de los cuerpos en el confinamiento de un cuadro, en un trozo de mármol, te ayuda el que hayas practicado algún deporte corporal, de preferencia, de conjunto”, asegura. Él jugó los dos deportes antes mencionados y, hasta hace poco, entrenaba un equipo de hockey. Conoce de manera peculiar la plasticidad combinada con una estrategia “de relojería”, su experiencia en la cancha le enseñó que adiestrar la intuición para descubrir detalles, inconexos en apariencia, es el pan de todos los días cuando se practica un deporte colectivo, es el desafío a vencer. Algo parecido sucede en el momento en que uno decide visitar un museo y pararse frente a una obra clásica, dispuesto a emprender su análisis. Sir Martin me asegura que, gracias al deporte, ha aprendido a apreciar las diferentes clases de inteligencia y pericia corporal, manifiestas en artistas, poetas y atletas. Está de acuerdo con Albert Camus: el fútbol templa el espíritu. “Hay personas que jamás entenderían las sutilezas y complejidades de la ciencia, pero sobre el pasto, conectadas con otras mentes a una velocidad considerable, donde los reflejos saéticos son indispensables, demuestran ser los más brillantes”. 

Los visitantes que han reservado a primera hora (9 am) para ingresar al Museo del Louvre se forman,
ansiosos por admirar la Mona Lisa. Niños y adultos, emocionados, disfrutan de la experiencia colectiva.
Foto: CCh.

Kemp me habla del desafío intelectual que implica hacer historia del arte, es decir, hay que escudriñar las imá- genes más claras que aún pueden descubrirse en los escasos espacios inéditos para la interpretación que todavía permite la obra de autores como el mismo Leonardo de Vinci. ¿Cuándo se interesó en este artista? “A fines de los años de 1960, cuando pude contemplar sus dibujos anatómicos, quedé impresionado”, responde. ¿Y los vínculos con la ciencia, cómo los descubrió, más allá de lo obvio? “Un aspecto primordial es entender que, al igual que en un experimento físico, en el arte el observador no es neutral, el simple hecho de examinar la obra de arte y emitir una opinión ya es una intrusión en la supuesta pureza de nuestras intenciones. Dicho de otra manera, siempre está al acecho nuestro punto de vista contemporáneo metiendo las narices en la época de cada artista”. 

La fama de Leonardo no es poca cosa. De acuerdo a un sondeo de 2013 acerca de la reputación histórica de las celebridades, Leonardo obtuvo el primer lugar entre los artistas anteriores al siglo XX (Miguel Ángel quedó en segundo), mientras que alcanzó un sorprendente vigésimonoveno puesto entre los treinta inmortales de todos los tiempos. La lista la encabeza Jesucristo, seguido por Napoleón Bonaparte. Sin embargo, apunta sir Martin, en internet Leonardo apenas supera los diez millones de visitas, mientras que su proxy, Mona Lisa, acumula más de 30 millones, nada que ver con El código Da Vinci, novela de Dan Brown, que suma la friolera de 345 millones. 

A poco más de quinientos años de su muerte, ¿cuáles son las razones de fondo para explicar la vigencia del toscano? Y las superficiales, ¿qué motiva a la gente a formar largas filas para admirar algún dibujo, solo superadas por los fanáticos de Bruce Springsteen? ¿Qué fascinación ejercen su escritura especular y la variedad de ingenios animados por su cabeza inquieta? Según sir Martin, porque se trata de un hombre de dos mundos, una especie de figura quijotesca, alguien empeñado en defender valores de otra época; sin quererlo, inaugura una nueva manera de ser, explorando, no sin pena, diversos códigos de conducta para enfrentar la realidad cambiante. Leonardo no se limita a describir objetos y organismos del mundo exterior, también reflexiona sobre la relación de nuestro entendimiento con ese mundo externo. ¿Esto lo hace único? “Lo distingue, sobre todo, el diálogo interno que él estableció con el mundo a su alrededor”, responde Kemp. 

Enfatiza en el hecho de que artistas como Piero della Francesca, Giotto de Bondone, el mismo Leonardo, Miguel Ángel, Rafael, Diego Velázquez, Peter Paul Rubens, William Turner, Francisco de Goya, dejan espacio para el estudioso dispuesto a acercarse a su obra. A propósito o sin quererlo, ofrecen claves para seguir jugando con su legado, aunque éste no cambie ni vaya a cambiar en el futuro. Dos dibujos del toscano, descubiertos hace unos años, no agregan nada nuevo, aunque permiten seguir bordando sobre la obra de este peculiar talento. Leonardo arremetió contra los “abreviadores”, aquellos oficiosos y culteranos que pretenden abarcar la obra de un artista versátil con un compás de escolapio y se atreven a resumirla en unas cuantas frases lapidarias. Sir Martin sonríe, enfrenta el reto de no ser uno de ellos y hace hincapié en el espíritu artesanal del toscano. Después de todo, se tomó cincuenta años para publicar sus encuentros con el artista. Leonardo empleó toda su vida a fin de encontrarse consigo mismo. 

Foto: CCh.

Al igual que Shakespeare y Cervantes, la obra de Leonardo es voluminosa. No obstante, retardó la conclusión de muchos trabajos no por desidia o incompetencia, ni siquiera por ambicioso; simplemente porque minimizaba el paso del tiempo en favor del valor intrínseco que exigía cada trabajo. Sus patrones reconocieron su maestría como ingeniero y lo convirtieron en un “chico de la corte”. De esa manera se vio liberado del dilema de intercambiar obra artística por el pan de cada día. “Ejemplo de multiplicidad es la obra de Leonardo”, opina sir Martin . “Si se reuniera su obra escrita y gráfica alcanzaría los veinte volúmenes”, agrega.  

Leonardo nació el 15 de abril de 1542 en el poblado italiano de Vinci, cerca de Florencia. Su madre, Caterina di Meo Lippi, de procedencia modesta, y su padre, un próspero notario oriundo de un pequeño pueblo enclavado en las colinas toscanas, consiguieron proporcionarle una buena educación inicial, a pesar de ser hijo ilegítimo. Tuvo la suerte de ser bien acogido en la casa de sus abuelos, en Vinci. A los 14 años de edad comenzó a destacar por su vivacidad e inteligencia, de manera que fue aceptado como aprendiz en el taller de Andrea Verrocchio, artista conocido por su dominio de variadas técnicas aplicadas al arte, por ejemplo, el uso de aceite a fin de darle un acabado brillante a la superficie de una escultura, el moldeo de metales, el curtido de pieles, secretos de carpintería, dibujo y escultura. Seis años más tarde Leonardo obtuvo el grado de maestro y abrió su propio taller. 

La doctora Sara Taglialagamba, quien también se ha sumergido en el fascinante teatro de la mente del toscano, nos dice que su amistad con dos miembros de la ilustre familia de relojeros y fabricantes de instrumentos científicos, Lorenzo y Eufrosino Della Volpaia, catapultó el genio de Leonardo, pues como en toda empresa humana, una persona no puede llevarla a cabo por sí sola. Lorenzo enseñó y proporcionó a Leonardo los más adelantados mecanismos de relojería conocidos en esa época, mientras que a Eufrosino lo conoció cuando estuvo en París, entre 1494 y 1500, invitado especial en la corte del rey Francisco I. Leonardo impresionó al monarca francés con sus artefactos programables, uno de cuyos ejemplos fue el león autómata. Sir Martin también piensa que tanto Leonardo como Shakespeare, cada uno en su momento, hicieron temblar los viejos edificios del arte convencional. En cuadros como La adoración de los magos podemos percibir la clase de portentosa y característica turbulencia que preludia las tragedias shakespereanas. Al mismo tiempo, hay una rigurosa precisión matemática, por ejemplo, del fondo, a pesar de su aparente caos. La óptica medieval, la forma de medir terrenos, la geometría euclideana son sus aliadas. 

¿Puede considerarse precursor de la cibernética, superciencia que se encuentra en la base de nuestra sociedad hipermoderna? “No tengo dudas”, opina sir Martin. Al reunir disciplinas del conocimiento distantes en apariencia, Leonardo previó de manera clara la posibilidad de que los organismos vivos establecieran lazos de comunicación tan íntimos como la telepatía o la codificación de signos útiles, cuyo propósito es convivir de la manera más “ambientalista”, diríamos hoy en día, en un entorno terrestre siempre en movimiento, azaroso y muchas veces hostil. Trabajó intensamente en máquinas animalescas, pues estaba convencido de que los organismos naturales tienen algo que enseñarnos para vivir mejor. Dibujar, fortificar, esculpir, pintar, diseñar formaban parte del inventario de “casos”, “razones”, “principios” que desembocaban en “pruebas” cuasi vivas del mundo que le tocó vivir.

También encontró paralelismos en la estructura y funcionamiento de los cuerpos humanos con máquinas objetivas, es decir, ingenios que contuvieran un propósito práctico. Se trata de auténticas analogías. “La analogía es una técnica antigua para explicar el comportamiento de los objetos y los organismos”, afirma sir Martin. Leonardo la hizo contundente en términos visuales, más allá del poder persuasivo de sus dibujos, y sentó las nuevas bases de “la ingeniería humana”. Debido a su enorme creatividad artística fue capaz de diseñar tanto una carreola para bebés como quimeras, máquinas imposibles para su época. En efecto, diseñó una calculadora y una fuente de energía solar. Sus conocimientos de óptica lo llevaron a jugar  con espejos y el concepto de quiralidad, de manera que escribió decenas de páginas al revés. A diferencia de los ornitópteros, cuya fuente de energía era el conductor mismo, quien debía mover brazos y piernas como un dios griego para llevar su carga, y por tanto eran elucubraciones tempranas de un espíritu cibernético, el helicóptero que Leonardo diseñó y construyó, en una escala de juguete, tenía un mecanismo propulsor como los de ahora. Leonardo estaba seguro de que su artefacto funcionaría en una escala mayor, siempre y cuando contara con la máquina adecuada. Nunca supo de qué naturaleza sería este dispositivo impulsor, pues en su época no se había descubierto la electricidad ni se sabía cómo transformar el petróleo crudo. Además, su intuición genial le permitió discurrir esto, ya que en el siglo XV el sentido común dictaba que únicamente los objetos y organismos más ligeros que el aire podían volar. También se topó con una amarga verdad: nunca podría llegar a investigar todos los fenómenos de la naturaleza, ni siquiera los del cuerpo humano. 

En 1500 Leonardo vivía en Venecia. Allí concibió un traje de buzo a fin de escabullirse ante un ataque de naves enemigas. No consiguió fabricarlo, pero en fecha reciente una profesional del buceo lo hizo, siguiendo las especificaciones y utilizando los materiales a la mano de Leonardo, y funcionó. Lo mismo aconteció con su hombre mecánico, construido por la NASA atendiendo a las instrucciones anotadas por él. Como asegura sir Martin, “quizá lo mejor de Leonardo fue la manera tan decidida y frenética con que abordó los viejos asuntos de las artes visuales”. Inventó un “paquete” de elementos esenciales para reordenar nuestras percepciones cerebrales en algo que podemos llamar “imaginación”. Una pintura histórica como La batalla de Anghiari o un asunto bíblico como La última cena nacieron de la imaginación (fantasia), pues sus retratos no son una mera transcripción de lo que sus ojos vieron, sino de lo que se fraguaba en su cabeza. 

Aspecto constante en Leonardo, cosa que inquieta a los historiadores del arte como la doctora Taglialagamba y sir Martin, es su conducta escurridiza, aparentemente desidiosa. Afirmaba que había que trabajar a veces y muchas otras dejar de hacerlo, pues era la mejor forma de ordenar las ideas. El cuadro La adoración de los magos quedó inconcluso, al igual que el que conmemoraba la batalla mencionada antes, comisionado por el Consejo Florentino. Le tomó 25 años finalizar La Virgen de las rocas, por mencionar unos cuantos ejemplos. En otras palabras, era aficionado a practicar el ocio creativo. ¿Cómo aguantaron sus patronos semejante “dispersión”? ¿Cómo se salió con la suya? Su talento como inventor, como ingeniero y “maestro del agua” sin duda influyeron mucho, pero, como se dijo antes, a diferencia de los artistas que tenían que ganarse la vida aceptando comisión tras comisión, él siempre fue considerado una “criatura de la corte” por su talento para resolver problemas urbanos y bélicos.  

Sir Martin me advierte que si bien la leyenda de Leonardo como profeta de la ciencia y la tecnología tiene mucho de cierto, también es verdad que esto ha opacado algo más sutil y profundo de su personalidad: su vocación literaria. Sir Martin encontró en la biblioteca personal del toscano una cantidad notable de libros de gramática latina, así como diccionarios. Poesía profana, tratados y relatos religiosos también llamaban más su atención que algunas obras que hoy podríamos llamar científicas, tecnológicas, médicas y filosóficas. Una lúcida revisión de los escritos, bocetos, pinturas, diseños de Leonardo nos muestran a un cronista de su tiempo, un narrador a través de imágenes que apuntan a descifrar el concetto dell´anima, esto es, el concepto implícito en aquello que anima la vida. “El ojo siempre es un aliado del intelecto”, cita Kemp. O, en palabras de Leonardo,“el ojo es un conducto del alma”. El artista estudia manos, pies, hombros, vientres, cabezas, lleva a cabo su propia selección en un cuerpo “ideal”, según lo exija cada relato. Recompone la realidad. Establece su propia escenografía en una especie de hipernaturalismo, como sucede en Retrato de Lisa Gherardini (del Giocondo), mejor conocido como la “Mona Lisa”, y en Santa Ana y el cordero. Consciente de que limitarse a reproducir lo que uno ve está muy lejos de acercarse a la poesía, o, en palabras de Dante Alighieri, a la “alta fantasía”, Leonardo recrea lo que sucede en el mundo visible, ya se trate de retratos, como el de Cecilia Gallerani o Juan el bautista; de una escena trascendental, como la última cena de Jesucristo con sus apóstoles; de un paisaje, como sus estudios de valles y montañas; o bien de una batalla gloriosa, como la citada de Anghiari. Su propósito es acercarse, incluso superar grandes poemas como La Comedia. No es un artista que pretenda congelar el momento oportuno (o indiscreto), sino alguien que quiere ofrecernos noticias del mundo, sobre sus glorias y miserias, sus maravillas y misterios, de la manera más poética y musical a su alcance. La suya es, en suma, una “ficción que significa grandes cosas”, asegura sir Martin.  

Antes de salir del Colegio de Trinity me invita a conocer la capilla, la cual se construyó a fines del siglo XVII. Un bono extra, una pequeña clase de arte piadoso en un enclave antiguo del conocimiento. Su fundador, sir Thomas Pope y una de sus esposas, quizá Elizabeth, son los únicos benefactores, ya sea en Oxford o en Cambridge, enterrados en el mismo colegio que fundaron. No es fácil quedarse quieto, la vista desea admirar el techo, los vitrales, el órgano, el piso, las cornisas. Sir Martin me pide detenerme en el magnífico trabajo de tallado en madera. La capilla tuvo como principal gestor a Ralph Bathurst, quien pagó de su bolsillo parte de la construcción y dedicó mucho tiempo a buscar donadores con objeto de financiar su espléndido interior. Sobresalen las figuras de los apóstoles y los ángeles que los acompañan, talladas por el talentoso artista Grinling Gibbons. El techo fue suntuosamente decorado por alumnos de Gibbons; su propósito era dar realce a la pintura Cristo en la gloria, cuya longitud alcanza ocho metros, a cargo del maestro Pierre Berchet. Sir Martin me señala los vitrales emplomados, los cuales han sido sustituidos a lo largo de tiempo, cosa que uno agradece pues permiten que los rayos del sol se filtren a plenitud, iluminando sin vacilación las figuras coloridas de vírgenes y santos que tienden su sombra sobre nosotros, en particular los días de invierno, cuando el sol se encuentra más inclinado. 

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