Intelectuales, comunicadores, actores y políticos llaman a no votar en la nueva consulta, esta de mucho mayor peso que cuando se hizo el plebiscito para quitar la pensión a los expresidentes. Hay muchos que ni siquiera pueden expresar suficiente y llaman al boicot como lo hicieron con el voto en blanco ante Peña Nieto.
En Argentina el voto es obligatorio –no libre, como en nuestro caso- y cuando ha habido movimientos de protesta vía el sufragio lo único que se ha conseguido es que los políticos repudiados se queden aún más en el poder. Debilitar las oposiciones ha fortalecido gobiernos cada vez más autoritarios. Nuestra democracia es onerosa, como pocas, pero el excesivo financiamiento a los partidos no puede ser castigado anulando el voto. Defender la democracia implica salir a votar, aunque sea por la no continuidad del presidente Andrés Manuel López Obrador. Es una manera además de fortalecer al Instituto Nacional Electoral (INE) como árbitro y no dar más elementos para que se diga que el organismo no promovió el plebiscito (un mecanismo constitucional en muchos países y ahora vigente en el nuestro).
Entiendo que haya un gran malestar ciudadano ante una partidocracia que no sabe ser oposición o ante un nuevo presidencialismo poderoso. Una clase política, casi sin excepción, que ha sustituido las ideas y las propuestas por eslóganes y costosas campañas de marketing y se aplaude cuando sus costosos grupos de enfoque les dicen que tal o cual anuncio o consigna es, en realidad, lo que quiere ver o escuchar la gente.
Un extranjero que viniera al país no dejaría de alarmarse con el mal gusto de casi todos ellos. Hay partidos que apelan a la falta de memoria y utilizan símbolos en los que hace tiempo no creemos. Otros más a pesar del color que representan abogan por la pena de muerte en un franco retroceso. Ninguno ha sabido ser oposición estos primeros años de Morena y esto favorece el populismo.
Una oposición que hablara de calidad de vida, de asumir el reto de creer que aún existe futuro, sería deseable. Promover la democracia y sus mecanismos es el primer paso, hace poco por eso escribía (cuando se hizo la consulta), en estos términos muy válidos para el 10 de abril. Parafraseando a Borges, podemos decir que en una enciclopedia mexicana está escrito que las consultas se dividen en a) Pertenecientes al presidente, b) Pertenecientes a la Suprema Corte, c) Pertenecientes al INE, d) Democráticas, e) Antidemocráticas, f) Apáticas, g) Triunfantes h) Fracasadas, i) Vinculantes, j) Sin otro vínculo que casi siete millones de votantes y k) Que de lejos parecen consultas.
En ese momento, como ahora, los demócratas del país llamaron a no votar para proteger la democracia. Movimiento asaz extraño, donde los haya. Se llenaron los pulmones -y las columnas- pidiendo a los sufridos individuos listados en el Padrón Electoral que boicotearan la consulta. Las autoridades federales, por su parte, nuevamente cuestionaron al organizador del instrumento y de su implementación, es decir el órgano de administrar los vehículos de la democracia, de no ser democrático. Y de esa manera, también, se desalentó el voto. Quien diseñó la pregunta pudo haber salido de Si yo fuera diputado, satírica cinta de Mario Moreno, Cantinflas.
Debemos como mexicanos valorar la democracia directa y convertirla en una práctica común. Esto permitirá no solo pensar en instrumentos legales como el plebiscito o la revocación de mandato, sino que seamos tomados en cuenta en cientos de iniciativas de ley que afectan nuestros derechos y la vida cotidiana. En una democracia participativa se toma en cuenta no solo a nivel nacional, sino a nivel local, la voluntad de la mayoría en decisiones aparentemente nimias como la recolección de la basura, la inversión en infraestructura urbana, los presupuestos para escuelas públicas e incluso la regularización de ciertas drogas como la mariguana. Para que estas consultas tengan efecto un cierto número de votantes debiera manifestarse. En la consulta para eliminar la pensión a los expresidentes a la que nos hemos referido se necesitaban 37.4 millones de votos, el 40% de la lista nominal. La participación ciudadana entonces quedó más de treinta millones debajo de cualquier vinculación jurídica (aunque casi el 100% de los votantes tacharan el Sí).
¿Qué pasará ahora con nuestro primer plebiscito?