Continuamos con nuestra exploración del cerebro aquí para los hipócritas lectores. Ahora intentando explorar el tema del genio, o el talento.
El talento, tal y cómo antes se lo consideraba –como la inteligencia, innato– ha revelado ser algo como los músculos, que se ejercita y crece o se olvida y desaparece. Nadie nace talentoso, nadie nace más inteligente para ciertas cosas o más dispuesto. Todos tenemos una capacidad latente que podemos o no explorar a lo largo de nuestras vidas (y no sólo explorar, sino llevar hasta sus últimas consecuencias, hasta sus límites).
De allí que tengamos que explorar la idea de epigénesis, y explorar nuestras ideas sobre la herencia genética, tan llenas de concepciones erróneas como nuestras ideas sobre la inteligencia o la creatividad. La genética contemporánea es clara: no nacemos o nos nutrimos o criamos. Sino las dos cosas juntas. (Nature vs. Nurture, ¿Se nace o se hace? es una dicotomía, como casi todas las dicotomías, como todo lo binario-platónico, esencialmente falso). Somos y nos reformamos, infinitamente. No hay herencia genética que nos predetermine y nos condiciones para siempre, no hay determinismo evolutivo, cosa que haría sufrir a Hitler y a todos los que consideran que exista una raza superior. Cada ser humano es consecuencia de su naturaleza y de su entorno en una espiral infinita. David Shenk en su The Genius in All of Us: Why Everything You’ve Been Told About Genetics, Talent and IQ is Wrong, quien haya hecho una labor fundamental divulgando lo que la genética contemporánea sabe ya sobre la capacidad de nuestros genes de reformularse en breve tiempo y transmitirse a las nuevas generaciones sin esperar largas y complejas mutaciones genéticas producto de la adaptación o la selección natural).
Hoy sabemos que los genes no determinan las características físicas y de carácter de manera irrevocable. Antes bien, interactúan con el ambiente en un proceso dinámico y constante que produce y refina continuamente al individuo.
Hoy sabemos que la inteligencia no es una aptitud innata, construida en la concepción o en la gestación, sino una colección de habilidades y competencias producto de la interacción entre los genes y el ambiente. Nadie nace, lo repito, con una cantidad predeterminada de inteligencia (y de porcentaje de IQ). La inteligencia puede desarrollarse. Pocos adultos llegan siquiera a estar cerca de desarrollar su potencial intelectual completo.
Hoy sabemos que, como la inteligencia, los talentos (lo digo en plural, como la parábola bíblica que los comparaba, justamente con herencias monetarias, craso error) no son regalos innatos, sino resultado de la lenta e invisible adquisición de habilidades desarrolladas desde el momento de la concepción y hasta la muerte. Claro que cada quien nace con diferencias, y algunos con ventajas únicas para ciertas tareas. Pero nadie está diseñado genéticamente para la grandeza o la genialidad y muy pocos han sido biológicamente incapacitados para lograrlo, como lo prueba incluso el esfuerzo de Fundación Televisa y el Teletón, que año tras año nos muestra que la discapacidad física no es muchas veces una restricción biológica para la genialidad.
Hoy sabemos que los “niños pródigos” y los adultos geniales no son, tristemente, con frecuencias las mismas personas. Por ello la comprensión de lo que hace que las habilidades sobre-dotadas de las personas emerjan en determinadas etapas de la vida es fundamental para su impulso y fomento constantes.
Hoy sabemos que no existen, ni siquiera atléticamente, regiones geográficas o étnicas superiores. Las ventajas reales son más bien producto de la elaboración humana y del ambiente y no están tan ocultas como se creía. Lo mismo opera para el talento artístico, por ejemplo. O para la creatividad.
Hoy sabemos que el paradigma de Naturaleza-Medio Ambiente no es válido. Que no es cierto que los genes (Naturaleza) son difíciles de controlar y que nuestras decisiones (Ambiente) sí lo son. Nada más falso. De hecho podemos controlar más nuestro genes que nuestro ambiente de desarrollo.
La educación en casa sí es fundamental. Hay mucho que los padres pueden hacer para que sus hijos logren desarrollarse por encima de la media, pero también hay muchos errores que deben evitarse, como el remarcar la inteligencia por encima del esfuerzo, por ejemplo.
Hoy sabemos que no debe dejarse, entonces, a los genes y a los padres la responsabilidad de generar grandeza humana. Es tarea de la sociedad en su conjunto. Toda cultura –y todo país que se precie- debe hoy colocar el desarrollo de valores y de programas que logren que sus habitantes se desarrollen hasta donde sus potenciales les permitan como centro de sus políticas públicas. Todo país moderno debería tener un ministerio de Desarrollo Humano que trabajara con todos los sectores y los ministerios para conseguir este objetivo como un aspecto central de la ciudadanía y toda constitución política debería convertir este derecho en una de las principales garantías individuales.
Hoy sabemos que el “estilo de vida” puede afectar y alterar la herencia. Lo mismo la alimentación que el desarrollo físico o la inteligencia. Una rata en el laboratorio puede heredar instantáneamente un color de pelo recientemente adquirido por alimentación a sus crías inmediatas. Un ser humano, fuera del laboratorio, en la vida normal, puede alterar sus genes y su herencia dependiendo de qué esté a su alcance. Las consecuencias éticas, políticas y filosóficas de este aspecto de la epigénesis son centrales en nuestro argumento y deberían cambiar para siempre nuestra manera de ver la vida individual.
Hoy sabemos que la práctica hace al maestro. Que se necesitan –al menos- diez mil horas de práctica seria y bien guiada, para producir un resultado excepcional en todo dominio –deportivo, artístico, científico, comercial o de negocios-, y que no existe sino el esfuerzo, la dedicación y la ayuda para resultados creativos, novedosos, trascendentes. De allí que sean fundamentales el ambiente, un mentor y el reconocimiento de una pasión a temprana edad, así como su desarrollo posterior y constante. Por ello el libro más interesante de los últimos años sobre la educación infantil –en casa y en la escuela- obra de dos periodistas, Po Bronson y Ashley Merryman (Nurture Schock, New Thinking About Children) es central si queremos modificar nuestra manera de responder frente a la educación y la creatividad o el talento y la innovación, tema que nos ocupa hoy.
En su The Talent Code: Greatness Isn’t Born. It’s Grown. Here is How, Daniel Coyle claramente expresa que Nosotros nos creamos constantemente y permanentemente a lo largo de la vida. Afirma que el “código” del talento no es sino la mezcla entre algo que lo inicia (la pasión inicial) que él llama IGNICIÓN, el periodo de mentoría, que él llama ENTRENAMIENTO MAESTRO, la PRÁCTICA PROFUNDA, que lleva muchos años y debe ser no sólo muy intensa sino enfocada y precisa. El libro, como mucho de la investigación contemporánea en neurociencia y creatividad tiene que ver con la “mielinización” del cerebro, es decir la capacidad de cubrir los cables que conectan las neuronas. Hoy sabemos que no se trata sólo de sinapsis –y por ende de neurotransmisores como la dopamina y la serotonina- sino sobre todo de el recubrimiento de esas sinapsis, lo que sólo se logra por medio de la práctica profunda. La metáfora más clara es la siguiente: neuronas que hacen sinapsis son como una red simple, neuronas mielinizadas son como una banda ancha. Y no es poca cosa. La velocidad de la información en neuronas mielinizadas es cien veces mayor que en aquellas que no han logrado “cubrirse”. Esto quiere decir que la información viaja a más de trescientos kilómetros por horas. Malcom Gladwell explicó muy someramente esto en Blink. Pero por eso un experto puede saber, a simple vista, cuando por ejemplo un cuadro es falso o cuando es del verdadero autor.
Cuando Einstein murió se especuló tanto sobre el tamaño de su cerebro. Resultó que era común y corriente. Luego se especuló sobre la cantidad de neuronas y de sinapsis y se hicieron cientos de cortes para analizarse. Resultó que era común y corriente. Pero lo interesante vino después: no era la materia gris, sino la materia blanca, las células glia –mielinizadas una y otra vez- las que eran mucho, pero muchísimo más abundantes que las de un ser humano normal. Einsten había practicado mucho y profundamente. Por eso decía: “No pienso en números, ni en palabras. Pienso en imágenes”.
El cerebro, esa pequeña parte de nuestro cuerpo, que no pesa siquiera tres kilos, consume el 20 por ciento de nuestra energía diaria. Y sin embargo no puede concentrarse más de diez minutos en una actividad sin antes aburrirse y divagar. Como ustedes quizá en esta plática. Por eso los profesores deberían cambiar cada nueve minutos de actividad (cuatro o cinco “bloques” por cada clase).
Hoy sabemos que, si se suspendieran tres veces las clases cada día para hacer en cada interrupción veinte minutos de ejercicio, el aumento de resultados en la matricula sería del 34 por ciento en capacidad y resultados (en la oficina igual, por cierto).
Hoy sabemos que si algo no se repite y no se vuelve significativo se olvida. El 80 por ciento de lo supuestamente aprendido se olvida antes de 30 días y, es lo más alarmante. ¡El 50 por ciento se olvida antes de 30 minutos!
El cerebro no sólo necesita codificar, almacenar y luego recuperar una información de la memoria, necesita sobre todo repetir y mielinizar, “completar” la información para hacerla significativa. De hecho, hoy se sabe que no recordamos el recuerdo, sino la última versión que nos contamos cerebralmente. Sólo tenemos versiones cada vez más refinadas –no necesariamente más verdaderas o fidedignas- de lo que nos sucedió a través de las narraciones que hacemos de nuestro pasado.
La definición neurocientífica de habilidad es hoy: “aislamiento que envuelve circuitos neuronales y que crece de acuerdo a ciertas señales”. El profesor de Harvard, Howard Garner –quien hace tiempo fue pionero de la nueva conceptualización de la inteligencia, asumiendo la idea de inteligencias múltiples, habla ahora de nuevas actitudes o predisposiciones mentales para el futuro, o mindsets: la mente disciplinada, la mente creadora, la mente respetuosa y la mente ética. Tenemos que enseñar a nuestros niños y reprogramar nuestros espacios de trabajo para enfocarnos en estas mentes.