Conocí a una chica de Palos Caídos cuyo sueño era vivir en Palos Nuevos. Cuando estaba a punto de emigrar, conoció a un tipo de Palmarito Tochapan cuyo sueño era vivir en Chichiquila. La chica, cuyo nombre era Lluvia, lo dejó pronto y se fue a vivir a Tlamaya Grande con un tipo nacido en Tlamaya Chico. Más adelante, se fue a Naupan de En Medio.
La conocí por una amiga nacida en Cinco Señores, Oaxaca.
Lluvia era fresca como un día de lluvia. Fuimos a comer a un restaurante cuyo dueño era de Válgame Dios, en Badiraguato, Sinaloa. Él, llamado Quirino, estudió la primaria en Buckinham, Nayarit, un pueblito de apenas mil 500 habitantes. La secundaria la cursó en Pitorreal, Chihuahua. Y es que su papá se fue a trabajar de ferrocarrilero. Finalmente se casó en San Antonio Texas, Guanajuato, porque su novia —llamada Viento— era originaria de ese ejido ubicado en Silao.
Lluvia me narró la tragedia de vivir en Palos Caídos. Me dijo que todos los hombres tenían un gran complejo de inferioridad, además de ser víctimas de eyaculaciones precoces. Eran tan precoces sus eyaculaciones que se venían en los primeros escarceos. Levantar la estatua de barro —me confió entre toses— era prácticamente imposible.
Los nombres de los pueblos marcan de por vida a sus habitantes. Si naciste en Huachinango la gente te ubicará siempre con el célebre pescado llamado Huachinango. Si naciste en Las Tetillas, Zacatecas, todos fijarán la vista a la altura de tu pecho. Si naciste en La Chingada, Jalisco, está de más decir lo que la gente piensa. Y qué decir de los nacidos en Salsipuedes, Baja California.
Siempre que me preguntan de dónde soy les contesto que nací en el estado de Plan de Abajo, cuya capital es Cuévano.
—¿Y cuál es el gentilicio de los nacidos en Cuévano? —me preguntó Lluvia.
—Cuevanenses —le respondí.
Y pasé a preguntarle por el gentilicio de los de Palos Caídos.
—Palocaidenses o palocaiditos, o palominos.
—¿Por qué palominos? —pregunté.
—Por puro ocio —respondió—. En mi pueblo no hay nada que hacer, así que nos dedicamos a palomear todo el tiempo.
El otro día pasé por Palos Caídos y pensé en Lluvia. La imaginé soñando con vivir en Palos Nuevos. Unos cuantos metros dividen a las dos poblaciones. Es como cruzar un charco y pasar de Veracruz al puerto de Sétes, en el Hérault, de donde partieron —en mayo de 1939— mil 599 refugiados españoles.
Tan fácil como eso.