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jueves, noviembre 21, 2024

Un burdel con piso de aserrín

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La secretaria del juzgado que humillaba a las mujeres tenía un burdel disfrazado de cabaret. De tres a ocho era un restaurante con sinfonola y meseras. De ocho en adelante era un burdel de pueblo. Ya se sabe: sillas y mesas de Cerveza Victoria, piso lleno de aserrín, iluminación de Fiebre de Sábado por la Noche con esferas cubiertas de fragmentos de espejos, música de Los Baby’s y Los Pasteles Verdes, muchachas de rancho metidas en zapatillas altas y un guarura en la entrada para lo que se ofreciera. 

Ella llegaba del juzgado con su tradicional chicle. Entraba fumando y mentando madres. Al guarura —un sobrino suyo— le decía que trajera a las güilas. Así, textual. Las güilas. O las muchachas. O las niñas. Pero casi siempre las güilas. Fumaba, tosía, mascaba el chicle, le daba un trago a la Coca-Cola, se arreglaba el brassier, mentaba madres. Ésa era su vida. 

Con el juez era obsequiosa. Varias veces le invitó las muchachas que quisiera. Los jueves en la noche, todo el juzgado se iba para allá. Les daba la mesa junto al baño. Olía a meados, pero era la más discreta.  

A veces el juez la sacaba a bailar. Le hablaba al oído.  

Ay, señor juez. Ai’stá mi marido.  

–No importa. Para eso soy el señor juez.  

Pus sí, pero se va’nojar 

Ay, chaparrita. Me enciendes el bóiler y luego corres.  

Usté también me gusta, pero mejor mañana en el juzgado. –¡De una vez que ando caliente! 

Una de las muchachas le gustó al auxiliar del juez y se la llevó a trabajar con él. Le compró vestidos y zapatillas. La mandó al salón de belleza. Luego se casó con ella. La secretaria del juzgado fue a la boda y abrazó a la novia.  

–Ya viste, mija. Gracias a mí conseguiste marido. Ora cuídalo bien. Tenlo contento en la cama y en la mesa. Y no andes de puta, por favor. 

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