Doña Juanita, que cocina como los ángeles, me contó que su comadre encontró un buen pretexto para ver a su novio a espaldas del marido. Inventó que tenía que ir a ver a una tía que al parecer era víctima de un chantaje. Y como la comadre es abogada, se ofreció a ayudarle. El marido no le creyó al principio y amenazó con acompañarla.
—No, gordo, no te apures. No me tardo nada —le dijo.
—Es que no te creo, flaca. De seguro vas a verte con uno de tus amantes —respondió el Gordo, ligeramente enojado.
—¡Ay, gordo, no empieces con tus cosas!
Finalmente la comadre venció al marido por cansancio y se fue a ver al joven licenciado. Como todos los moteles estaban cerrados, fueron a Barranca Honda.
Ahí, a bordo de un Renault viejo —propiedad del novio— intentaron tener sexo. Digo “intentaron” porque, según Juanita, no lo consiguieron debido a unos niños que jugaban futbol con una pelota de basket. Apenas vieron movimiento en el auto, lo rodearon. Y empezaron a gritar: “¡Se la quiere montar, se la quiere montar!”.
Fueron a otro sitio y ahí la comadre logró hacerle un oral frustrado. Tampoco se concretó penetración alguna. Como los Niños Héroes, el joven licenciado quiso pero no pudo. Argumentó que por cargar una maceta se le había subido el testículo derecho. El médico le recetó una tableta diaria de Dicoflenaco (complejo b) después del desayuno. También le recomendó cero sexo, cero alcohol, cero carnes rojas, cero enlatados y cero movimientos bruscos.
Decepcionada de la vida y el amor, la comadre le habló a un ex novio de Chichiquila, su tierra: un ex sardo metido en el huachicol. Tuvo suerte: el tipo estaba de paso en la casa de su mamá, allá por la Central de Abasto.
La comadre, pues —siempre según Juanita—, tomó un Uber, se apersonó en la vivienda, saludó a la mamá (que no le devolvió el saludo por estar viendo La Rosa de Guadalupe), se metió al baño con el ex soldado y tuvieron sexo de pie (entre olores a meados y un vómito reciente de perro). Ejercitaron la conocida y gustada posición —muy mexicana— de chivito en precipicio, así como otra que parece llave de lucha libre, y que Lalo el Mimo y Lyn May practican en una película de ficheras.
Todo esto me contó Juanita mientras se preparaba un chileatole sumamente sospechoso.
—¿Y el marido no sospechó? —le pregunté.
—Nada, don Mario. Aunque cuando mi comadrita llegó a su casa iba apestando a orines —respondió.