Día 27 de la cuarentena de 2020. Mi vecina ya quitó el altavoz de mi jardín. Fue el López-Gatell de su marido quien la convenció después de que la exhibí en las redes sociales por su mal gusto de escuchar el evangelio en la voz de Paty Chapoy (con música de Bebu Silvetti). No obstante, sigue conspirando en mi contra. Vi cómo les aventó a mis perritas cuatro trozos de carne. Éstas, hambrientas de nacimiento, se lanzaron sobre el alimento moviendo las colas y con gesto de “thanks, mom!”.
(Mis perritas siempre se comen lo que les den, pese a que nunca les faltan sus croquetas Pedigree y su agua Evian. Las citadas croquetas poseen una mezcla de salmón, atún, callo de almeja, lenguado y plancton. Sin embargo, ellas viven con un hambre histórica y prehistórica. Moraleja: se tragan todo. Hasta las heces de Martina, la gatita con la que viven y conviven).
Apenas iban a darle el primer bocado a la carne, cuando un grito nacido en el pulmón izquierdo (de 102 decibelios) salió de mis cuerdas vocales. ¿Qué grité? Ahora mismo que escribo estas líneas no lo sé. Pudo haber sido “¡merde!”, “¡fuck!” o “¡Fox!”, que es como me comunico con mis dogos. Todo eso equivale a “¡cuidado, dogos, la carne de la vecina puede estar envenenada!”.
Éstas obedecieron de inmediato y se quedaron petrificadas, pero igualmente hambrientas. Una vez que tomé los trozos de carne con unos guantes de la marca Showa (hechos de acero inoxidable y forro de acrílico desmontable), dirigí mis pasos hasta donde tengo un microscopio Olympus (que utiliza el diseño óptico Greenough: libre de distorsión).
Mis temores fueron confirmados. Doña Cuca, mi vecina, colocó en las chuletas que les ofreció a mis canes ¡anticongelante, raticida y alfileres! La cuádruple muerte que esperaba era francamente atroz, pues es sabido que el raticida genera hemorragias internas, los alfileres perforan el estómago o el intestino (generando una peritonitis séptica), y el anticongelante es dulce (cosa que atrae a las mascotas) pero las mata en el acto.
Ufff, pensé, realmente mi vecina me odia. Odia a mis perras, odia los amaneceres claros y odia al presidente Lopez Obrador, sí, pero me odia más a mí.
Días 28 y 29. No desayuné, no comí, no cené. Mis perritas no salieron al jardín. No abrí libros. No escribí ni una palabra. No escuché música. Sólo vi en repetición las Mañaneras de AMLO y las Nocturnas de López-Gatell. Y todo porque la perversidad de mi vecina me deprimió.