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jueves, noviembre 21, 2024

El Farsante de la Voz Engolada

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Estaba en un restaurante cuando llegó el farsante.

Lo reconocí por la voz engolada, absolutamente falsa. Los farsantes suelen hablar como Arturo de Córdova y mirar a su alrededor con ganas de que alguien los reconozca. Pero no: nadie los reconoce. Lo que sí pasa es que ellos reconocen a alguien y van corriendo a decirle cosas como éstas:

—¡Cho gusto, licenciado! ¿Cuándo comemos?

Y aunque el licenciado no sepa quién es, a veces sacan una invitación a comer o a desayunar.

El farsante que llegó a mi mesa lo hizo a través de un amigo con que el que yo comería. Confirmé que era un farsante cuando con voz engolada pidió un digestivo en lugar de un aperitivo. En ese tiempo yo me preocupaba por cosas como ésas, pero aprendí que un vermú es un aperitivo y un digestivo al mismo tiempo.

Estaba yo comiendo con Javier Lozano Alarcón en El Desafuero y pedí un vermú. Como titán de las buenas maneras, levantó la ceja derecha y escupió:

“Qué extraño. Te tomas un digestivo como aperitivo, pero así es esto de la vida”.

Me quedé pensando que yo era un ordinario al confundir un vermú con un aperitivo. Y mientras Lozano juraba que Felipe Calderón era el mejor presidente de México, yo estaba francamente cohibido bebiéndome una cosa por otra.

Durante varias semanas tuve cruda moral. Cómo es que ante el árbitro de las buenas maneras —me decía— me había visto como un ser ordinario y vulgar. Salí de esa cruda cuando un reconocido sommelier me dijo que el vermú era el doctor Jekyll y Mister Hyde del mundo de los alcoholes, una vez que podía ser aperitivo y digestivo al mismo tiempo. Respiré aliviado. De hecho, cada vez que me tomo un 2pm —mi vermú favorito—, inevitablemente pienso en Lozano y en su errático comentario.

Regresemos al farsante sentado en nuestra mesa. El tipo dijo que tenía una cita con un empresario poderoso y que sólo nos acompañaría con un brandy. Y en ese lapso habló, siempre con su voz engolada, de supuestos negocios y supuestos viajes. Luego pasó a hablar de sus últimas lecturas. Dijo que era experto en Hemingway y que había leído todo lo que había escrito.

Me detengo. Yo soy como Alfonso Reyes cuando en un famoso ensayo dice que si está enfrente de un pedante no puede evitar ser más pedante que él. En dos minutos el farsante quedó exhibido como un mentiroso que no había leído a Hemingway. Tuve pena ajena cuando noté que su voz engolada había perdido brillo. Casi afónico, pidió un solomillo y otro brandy para acompañarlo, justificando que el importante empresario con el que comería acababa de cancelarle.

El farsante ya no habló durante la comida. Tragó su solomillo como un ratón hambriento, se bebió tres brandis, y se fue a saludar a un licenciado para sacarle una comida.

—¿Quién es este tipo que habla como Arturo de Córdova? —le pregunté a mi amigo.

—No sé. Me lo encontré en la entrada y me habló como si nos conociera muy bien a ti y a mí. Me dijo que quería saludarte y terminó comiendo con nosotros.

El farsante, sí, se había salido con la suya. Días después me lo encontré en otro restaurante hablando con voz engolada con un conocido licenciado. Cuando me vio, fingió no conocerme. El licenciado me saludó y lo presentó como un experto en Hemingway.

Cho gusto —le dije al tiempo que salió disparado al baño en medio de una estruendosa tos.

Ahora que escribo estas líneas me viene su voz engolada diciendo, muy Arturo de Córdova, “no tiene la menor importancia”.

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