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jueves, noviembre 21, 2024

Las Vaquitas (¡mu!) que Defienden a los Jenkins

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Cuando empezaba a desesperarme de mi arresto domiciliario (léase: cuarentena) pensé en que 4 mil millones de personas —el 50 por ciento de los pobladores del mundo— estaba en las mismas condiciones que yo: metidos en sus departamentos, en sus casas, en sus covachas, en sus penthouse, en sus villas, en sus ranchitos, en sus haciendas, en sus casitas dúplex. 

Eso me tranquilizaba porque las imaginaba haciendo lo que yo: comiendo, durmiendo, comiendo, viendo Netflix o Prime Video, comiendo, durmiendo, subiendo historias a Instagram o a Facebook, durmiendo, comiendo, durmiendo. 

Veía de lejos a mis vecinos. Todos estaban en sus casas. Escuchaba de pronto sus voces. La vecina que me odia, por ejemplo, estaba molesta por mis enredaderas, aunque éstas no amenacen su muro. 

Técnicamente, su muro no es su muro: es mi muro. Pero ella les dice a todos que es suyo. A mi jardinero lo amenazó de hacerle un escándalo si del lado de mi muro —que no es el de ella— se atrevía a sembrar enredaderas. Por más que le ofrecí más dinero, don Juanito no aceptó llevarle la contra. En consecuencia: no sembró nada. 

Ella, mi vecina, sí sembró algo: mucho odio. Ignoro las razones que tiene para odiarme. Seguramente escribí algo sobre algún personaje ligado a ella. Cree que con su hostilidad me hará la vida de cuadritos. Tarea imposible. De rombitos, acaso, como un vestido suyo que se pone de pronto, cuando espía mis movimientos en el jardín.  

Le molesta que juegue con mis perras o que lea a la sombra de un viejo laurel. También le irrita sobremanera, ay, que escuche Nabucco —en particular el coro “Va pensiero”—, de Verdi, que habla de unos esclavos oprimidos que extrañan su patria. Pero ella ni es esclava ni oprimida, y francamente dudo que extrañe alguna patria, salvo la patria de joder al prójimo. 

En todo eso pienso cuando una amiga me envía un WhatsApp: 

Hola buenos días. Sólo para que le digas a tu reportero que si va escribir de la Udlap primero se informe pregunté y averigüé. Yo soy exUdlap y tengo una hija Udlap y no podemos entrar a las instalaciones, si quiere lo acompañamos para que vea y les pregunte a los policías quién es su jefe y ya verás qué respuesta te dan. Se llevaría una sorpresa tu reportero. Además, que se informe sobre la respuesta que le dieron a la comitiva que entró con la secretaria, que es eso una vil secretaría, y no por denigrar a las secretarias. POR FAVOR INFORMATE ANTES DE SACAR UNA NOTA. 

“O tu reportero hablo con los estudiantes, los padres de familia y profesores no verdad, claro que no. Por qué será?????
“PORQUE ESTÁN COMPRADOS POR BARBOSA Y TIENEN QUE HABLAR BIEN DE ÉL”. 

“¡No calumnien, no calumnien!”, le respondo, muy en el estilo de Elenita Poniatowska en 2006. Muchos andan como mi amiga de la Udlap: con mala ortografía, mala redacción, mala puntuación y pésimo humor. Aceptan que los Jenkins hayan desfalcado a la Fundación y que hayan sacado 720 millones de dólares de Puebla para llevarlos a un paraíso fiscal. De eso no se quejan. Tampoco les importan los negocios sucios que Derbez —el exrector prófugo— hizo en la universidad. La shoquía no les importa. Tampoco las cucarachas que andan en la estufa. Lo que quieren es mugir como vaquita de campo. Como aquella vaquita del Retrato del Artista Adolescente:  

“Allá en otros tiempos (y bien buenos tiempos que eran), había una vez una vaquita (¡mu!) que iba por un caminito. Y esta vaquita que iba por un caminito se encontró un niñín muy guapín, al cual le llamaban el nene de la casa… La vaquita venía por el caminito donde vivía Betty Byrne: Betty Byrne vendía trenzas de azúcar al limón”. 

Así andan muchos defensores de la Udlap: como la vaquita del cuento que escuchó en su infancia Stephen Dedalus. ¡Mu! 

Yo francamente prefiero el odio sazonado de mi vecina. Es más auténtico. 

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