Hablar de nuestros pueblos de la sierra norte de Puebla siempre es apasionante. Xochitlán de Vicente Suarez y Pahuatlán, ambos con una extraordinaria similitud por sus encantos, por su entorno ecológico, su calidez humana, por la sapiencia de sus habitantes que por fortuna están escribiendo la historia que sucede desde tiempos inmemoriales a la fecha y por la conservación de sus edificios antiquísimos que les permite sean visitados por las personas de varios estados de la república y del extranjero, que buscan el México que se niega a ir.
Xochitlán
Hace varios años -muchos años- el profesor Alejandro Conrado Ferrari Vázquez me invitó para ir a conocer este paradisiaco lugar, que tiene una vegetación exuberante y un clima envidiable. Se degusta del mejor pan cocido en horno aún de tabique y leña. Se come muy sano y al estilo campirano. Sus moradores, hay que decirlo, son unos excelentes anfitriones. Puede uno caminar a cualquier hora sin el temor de ser asaltado, porque caminar en sus calles empedradas es un verdadero placer.
Tiene escritores, cantantes y un sinfín de personas con cualidades que los hacen ser diferentes a los cohabitantes de la zona. El propio profesor aludido es un escritor en ciernes.
Otro amigo, Gareli -cantautor- está todos los fines de semana en la capital de Puebla deleitando con su voz a los parroquianos de los mejores y exclusivos sitios.
Dejo un excepcional texto que me hizo favor de compartir el amigo Ferrari:
Fulgencio del Sol
Relatos de Xochitlán de Vicente Suárez
Ing. Amado Rivera Sierra
¡Cómo recuerdo piedra por piedra, charco por charco, las calles de mi pueblo!, me dice Fulgencio. La más larga de todas, parecida a una serpiente con escamas pétreas, servía a los arrieros para cruzar el pueblo, desde la casa de doña Beba Romero en la sección primera hasta la casa de doña Clemencia Gómez en la sección quinta. Esta calle empedrada iba más allá de estas dos casas, era un tramo intermedio del camino de herradura que, partiendo de Zacapoaxtla, se internaba en la sierra norte, hasta Tuxtla, Ixtepec, Olintla y Huehuetla. Por esta clase se movían las recuas de 8 a 12 mulas que transportaban café, panela, abarrotes, cartones de cerveza, entre gritos léperos y cantos de los arrieros con que espantaban a la terrible soledad y al silencio. Un arriero de Olintla tenía un mulo de mucha alzada, más de siete cuartas; cuando su recua pasaba por el pueblo, el golpeteo de las patas de este mulo sobre la calzada se distinguía claramente del resto de sus compañeros; contradictoriamente le nombraban El Silencio.
En época de lluvias, todas las calles sentían pasar el ocpanate (octli-camino, panoc-pasar, atl-agua) sobre sus piedras, y los chamacos aprovechábamos la ocasión para embarcar nuestros sueños en un pedazo de papel hecho barquilla. Estaban diseñadas en forma de V para que el agua corriera por el centro, pero aun así cuando llegaba un huracán había que ver como se inundaban de orilla a orilla. Al pasar la tormenta, quedaban charcos en los que nos gustaba ver nuestras imágenes de cabeza, reflejadas en el agua.
No todas estaban empedradas y con la lluvia, por ser el terreno arcilloso, se formaban grandes y profundos lodaceros como ocurría frente a la casa de don Gilberto Rivera Gómez y en el callejón que desemboca en la casa de Celudiel Gutiérrez Rivera.
En las veredas y calles secundarias por donde caminaban solamente personas y perros, y de vez en cuando algún equino Las veredas de tierra serpenteaban entre los cafetales, para dar acceso a los hogares indígenas o mestizos; hasta hoy se conservan algunas que da gusto caminar para llegar a comer un exquisito mole de guajolote o para bailar un son huasteco al ritmo de la jarana, el violín y la quinta huapanguera.
Hasta aquí la cita.
Pahuatlán
Es al igual que Xochitlán un lugar místico y paradisíaco. Junto con mi esposa fuimos a refugiarnos en este hermoso lugar, para estar de huida un breve espacio. Y regresamos a la urbanidad.
Con su riqueza de lenguas: Otomí, Náhuatl y español, son unos anfitriones de lo mejor que tiene la sierra.
Retorné más adelante con mis hijos para ver a Oscar Chávez. Era la época de los jóvenes.
Los hoteles en la semana santa no tienen cabida para quienes acuden de visita después de su larga permanencia en la Ciudad de México o en los Estados Unidos. En la actualidad aun siguen sin poder albergar a los miles y miles de visitantes.
Hoy es un día histórico para Pahuatlán. El Instituto de Antropología e Historia, después de restaurar valiosos documentos los entregan en sus instalaciones en la Ciudad de México. Entre ellos uno de vital importancia los títulos de propiedad del municipio o en su tiempo llamados la cédula real, documentos que se depositaban a los encomenderos y un tiempo resguardados en el edificio municipal hasta que hubo un saqueo y un incendio -en alguna otra entrega de El Baúl, hablaremos de ello-.
Fue Juan Manuel García Castillo, expresidente municipal, quien con la complicidad de don Gustavo Lazcano que por muchos trienios fue el secretario del ayuntamiento el que obtuvo los documentos antes aludidos y otros muchos más. Hablando de complicidades, otro expresidente municipal Miguel Eloin, hubo de buscar el enlace con la gente del INAH quien después de varios meses logró la hazaña.
Ellos estarán este día en esta institución.
De los pocos exalcaldes de la región que logran permanecer con credibilidad al paso de los años.