El pasado sábado 8 de septiembre recibí una felicitación sui generis por la celebración del día internacional del periodista, que se celebra desde 1958, en honor a Julius Fucik, escritor y periodista checoslovaco que fue ejecutado por los nazis en 1943. Desde luego, no poque me sintiera aludido en toda la extensión de la palabra, pero me dio gusto
saberme felicitado, porque a raíz de ello me sumergí a investigar su origen y no solo eso, vino a mi memoria todo aquello que ha implicado hacer periodismo a los que se han dedicado toda su vida a ello.
Rememoré el local de periódicos de mi amigo Félix, que se fue sin despedirse, como aquellos personajes que pasan a dejar una estela de su ser, por preocuparse desde su perspectiva a motivar el hábito de la lectura. Encontraba usted en este lugar todos los periódicos que se editaban en la Ciudad de México; llegaban muy temprano, a las 8 de la mañana usted ya podía acudir por su ejemplar. Gran variedad para los distintos gustos y forma de pensar. Recuerdo que un día coincidimos en la charla con León Amador, era asiduo lector de el Heraldo de México y yo de La Jornada, teníamos distintos enfoques, servía para intercambiar los distintos tópicos del país y los distintas formas de pensar. Con todo y ello siempre mantuvimos la cordura y el respeto y seguimos con la amistad fortalecida día a día. Conocí de lejos las grandes rotativas donde se imprimían los diarios. En el lugar de Félix también llegaban las revistas en
boga, Proceso, Siempre, Muy interesante, Letras libres, Revista del consumidor, incluso de los moneros como El Chicali y El Chamuco —que leía con mis hijos Leonel y Orsué—. Por lo descrito no era cualquier expendio de periódicos y revistas.
A Félix, como a muchos, los alcanzó la inflación como a todos y también como a la industria editorial de los distintos diarios, redujo su venta a un expendio en uno de los mejores espacios: en la contra esquina de palacio municipal de Xicotepec. Continuó un tiempo su hijo, mi amigo también, Vladimir, sin embargo, ya no fue redituable y con su formación académica se fue a radicar a Querétaro.
El tiempo pasó llegaron los diarios digitales, las benditas redes sociales y los canales locales de noticias. Con la alegría de muchos y la nostalgia de quienes amábamos el hojear los diarios arribamos a una nueva era. Pfff… a una nueva era la de la información casi en el momento que sucede como decían los viejos slogans.
No sin antes señalar la enorme importancia de los voceadores que con megáfono en mano recorrían las principales calles con una potente voz invitaban a leer la noticia del día. Un dato curioso, la de ocho columnas aludía a determinado nombre de la comuna y vendía sus ejemplares como pan caliente.
El Geño fue icónico, se trasladaba desde Poza Rica con un altero del diario La Opinión y no necesitaba aparato de sonido, su potente voz ronca motivaba que los vecinos acudieran presurosos a comprar el citado diario. Al tiempo, terminaba los que traía y vendía los locales.
No faltó el reclamo de más de un ciudadano que al hurgar afanosamente la nota cacareada nunca aparecía. El respondía: a mí eso me dijeron de la nota, se volteaba y se iba.