La política poblana ha sido testigo de alianzas que, aunque parezcan improbables, transforman el panorama político de maneras inesperadas.
Una de las más emblemáticas fue la que unió a Rafael Moreno Valle y Luis Miguel Barbosa, dos figuras que en su momento encontraron en la convergencia de sus intereses una oportunidad histórica para vencer al PRI en 2010.
Sin embargo, esta alianza, nacida de la conveniencia, terminó desmoronándose bajo el peso de las ambiciones personales y las estrategias de poder.
En su momento, Moreno Valle vio en Barbosa un operador hábil, capaz de tender puentes entre el PAN y el PRD para consolidar una coalición que rompiera con décadas de dominio priista en Puebla.
Por su parte, Barbosa encontró en Moreno Valle la oportunidad de fortalecer su posición en el Senado y proyectarse como un actor político de alcance nacional. La colaboración rindió frutos inmediatos: una victoria histórica que marcó el inicio del Morenovallismo.
Sin embargo, como sucede con los pactos forjados en la conveniencia, el tiempo reveló profundas fisuras.
Para Moreno Valle, el poder no era una etapa, sino un proyecto continuo, y su estilo de gobernar —autoritario, personal y pragmático— se consolidó durante nueve años que incluyeron las administraciones de José Antonio Gali y, brevemente, la de su esposa, Marta Érika Alonso.
Mario Riestra, quien vivió cerca de este período, lo describió en 2019:
“Si yo tuviera que ponerle tres atributos (a Moreno Valle) esos serían: autoritario, personal y pragmático, y después de un ejercicio del poder no de seis años, sino de nueve años, a lo largo de estas tres últimas administraciones panistas en Puebla. , por supuesto que vive un desgaste muy fuerte y en ese estilo de hacer gobierno y política, pues para él, y esa parte me tocó vivirla de cerca.”
La tensión entre Moreno Valle y Barbosa alcanzó su punto máximo en las elecciones de 2018, cuando Barbosa, ya convertido en el abandonado de la izquierda, se enfrentó a Martha Erika en una contienda marcada por acusación de fraude y polarización social.
El desenlace trágico del accidente aéreo que cobró la vida de la pareja Moreno Valle-Alonso dejó un vacío político que Barbosa llenó en 2019, al ganar la gubernatura en una elección extraordinaria.
Pero el estilo de Barbosa al frente del gobierno no distó mucho de su antiguo aliado.
Rodeado de figuras vinculadas al PAN y a la derecha ultraconservadora, Barbosa gobernó con un pragmatismo que muchos interpretaron como una traición a los principios de la izquierda.
Incluso llegó a apoyarse en Eduardo Rivera Pérez, el alcalde de Puebla, como un pupilo con el que buscaba rescatar lo sembrado durante su etapa con Moreno Valle.
Sin embargo, Rivera, lejos de consolidarse como una figura eficaz, dejó mucho que desear, arrastrando consigo a su partido y contribuyendo a fracturarlo.
Hoy, Puebla sigue viviendo las consecuencias de esas alianzas que, aunque exitosas en su momento, dejaron cicatrices profundas en la política local.
La relación entre Moreno Valle y Barbosa, que comenzó como una estrategia compartida, se convirtió en un campo de batalla que definió una década de poder en el estado. Una relación similar a la que construían Barbosa y Rivera Pérez.
Eso no lo vieron Felipe Velázquez, Ana Tere Aranda o Leonor Popócatl?
Confrontados en el torbellino político, surgieron figuras como Mario Riestra, Genoveva Huerta, y Rafael Micalco, que vivieron de cerca los excesos y las complejidades de esa época.
De cara a la renovación de la Dirigencia estatal el 15 de diciembre, quién de ellos puede ofrecer perspectivas valiosas, con moralidad para aspirar a redirigir el destino del partido azul.
Los consejeros saben quién es quién.