Llegué a Salamanca por un par de coincidencias.
Salamanca es una ciudad nostálgica.
Por las calles inevitablemente se percibe la presencia de aquellos personajes que vivieron magnos años de su vida en esta ciudad. O al menos así lo describieron en las páginas de la literatura clásica.
Luis de Góngora, Miguel de Unamuno, Antonio Nebrija, Francisco de Victoria, entre otros ilustres pensadores que todavía se petrifican en los callejones de cantera color historia.
En una calle cerca de Plaza Mayor leí esta frase que como advertencia se quedó en las paredes de mi inconsciente:
Advierte hija mía, que estás en Salamanca
Que es llamada en todo el mundo madre de las ciencias
Y que de ordinario cursan en ella y habitan diez o doce mil estudiantes
Gente moza, antojadiza, arrojada, libre aficionada, gastadora, discreta, diabólica y de buen humor.
El párrafo lo firma Miguel de Cervantes.
Comprendí que la ciudad tenía cierta magia camuflada en los vestigios literarios que hablaban de ella.
Las personas que me habían platicado de Salamanca tenían una particularidad en los ojos.
Tenían la capacidad de describir mejor que sus palabras.
Incluso, durante una cena en Portugal, me encontré con intelectuales que habían viajado hasta España para estudiar en la prestigiosa Universidad, que tiene más de 800 años de antigüedad y prestigio.
Un maestro en alguna ocasión me dijo que Salamanca tenía una historia tanto triste como jubilosa. “Es una ciudad nostálgica”. Tiene un ambiente académico reconocido mundialmente, pero “tiene una historia de prostitución oculta”.
Fue la segunda vez que escuché algunas de las leyendas que arropan los vientos frescos y el cielo azul salmantino.
Salamanca es un lugar que define perfectamente bien la disociación absurda entre bien y el mal.
Pues se dice; refleja una doble moral, doble identidad.
Una identidad complementaria.
Opuesta.
Esta ciudad estudiantil, se conoce por ser la cuna de los grandes pensadores del mundo.
Pero existen algunas leyendas y realidades que se platican muy poco.
El lunes pasado, fue la fiesta más importante de Salamanca.
El día más esperado del año.
La costumbre es que el primer lunes después de las fiestas de Pascua, los estudiantes y toda la ciudad acostumbran ir a las orillas del río Tormes a convivir en familia o entre amigos.
La materialización del día festivo lo percibí desde un día antes.
Pues noté algo extraño.
Las tiendas y supermercados a los que entré estaban casi sin productos. Como cuando va a haber una catástrofe y se distingue por el desabasto.
Decidí no imaginar nada. Ni mucho menos sacar conclusiones de turista o de extranjera.
Al caminar rumbo a la orilla del río, unos kilómetros antes de llegar, podía ver a la gente que se dirigía al mismo lugar que yo.
Fui rumbo al rastro gitano para ingresar a una reserva natural y deportiva llamada Aldehuela.
Al caminar podía ver a gente mayor tomando merienda a las orillas del río.
Algunos jugando con sus hijos, otros entre amigos tomando tinto de verano y un platillo tradicional llamado hornazo.
En las orillas del río bajo el famoso puente Romano, la gente no cabía.
Aglomerados todos los jóvenes, que día a día celebran y hacen honor a la descripción de Cervantes, se reúnen el Lunes de Aguas para seguir la tradición que está descrita como tarjeta de identidad de la Ciudad.
La leyenda dice que, al comenzar la cuaresma, durante el siglo XVI, las prostitutas que usualmente se encontraban en la calle paralela a la Casa de las Conchas, símbolo de la nobleza cortesana, eran llevadas a los poblados alejados de Salamanca, porque en esos días no se podía “pecar”.
El primer lunes después de la fiesta de Pascua, las prostitutas volvían remando por el río Tormes para regresar a la ciudad y continuar con sus labores.
Los habitantes, en su mayoría estudiantes, las esperaban a las orillas del río para celebrar su regreso.
La leyenda cuenta que las prostitutas regresaban remando con unas “ramas” que como símbolo adjetival se quedaría para siempre entre el riachuelo y las sombras de la cantera.
Los Salmantinos gritaban: ¡Ya llegaron las rameras!
Por eso el primer lunes después de Pascua, los habitantes de Salamanca, en su mayoría estudiantes, asisten al tradicional Lunes de Aguas a revivir el espíritu que connota celibato y lujuria, disciplina y deseo, paciencia y pasión.
Me da la impresión que esta tradición durará algunos siglos más.
Por lo menos hasta que la moralidad resuelva su indisoluble ruptura entre el bien y el mal, ente lo aceptado y la oscura libertad celebrada todos los días a la orilla del río Tormes.
“Ver la ciudad como poso del cielo en la tierra de las aguas del Tormes es una fiesta para los ojos y para el espíritu”.
“Salamanca, Salamanca
renaciente maravilla
académica palanca
de mi visión de Castilla
Oro en sillares de sotoen las riberas del Tormes;
del viejo saber remoto
guarda recuerdos conformes.
Hechizo salmanticense
de pedantesca dulzura;
gramática del Broncense,
florón de literatura.
¡Ay mi Castilla latina
con raíz gramatical,
ay tierra que se declina
por luz sobrenatural!”
Miguel de Unamuno