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jueves, noviembre 21, 2024

Mario Delgado arroja bidones de gasolina

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La descripción es precisa; el dirigente nacional de Morena está causando un conflicto mayúsculo, una confrontación aún más cruda.

La presencia de Mario Delgado y sus arengas deben leerse como una declaración de guerra.

El discurso del morenista es como si arrojara bidones de gasolina al proceso interno poblano.

Es lo más alejado de la verdadera política.

Ahora se entiende porqué en todo el país cientos de grupos claman por la destitución de Delgado y Citlali Hernández.  Hace unos días el sacerdote Alejandro Solalinde se unió a las voces que piden la remoción de Mario.

Porque el gran daño que Delgado está causando es al proceso de 2024.

Como si fuera un talibán va colocando minas explosivas en el camino que habrá de recorrer el próximo candidato o candidata a la presidencia.

El detrimento no es para los actuales agentes políticos, entre los que se cuenta a los gobernadores. El verdadero perjuicio es a la persona que ocupe la candidatura presidencial en 2024.

Es claro que en todo el país Morena se está fracturando en decenas de tribus, cada una con su “corcholata” a modo, con su figura más cercana.

En este momento hay grupos que son más “claudistas” que Sheinbaum o más “marcelistas” que el mismo Ebrard.

La “comentocracia” nacional aún no mide, ni evalúa la “balcanización” que sufre ese partido y que tendrá secuelas impredecibles.

De cara al 2024 Morena sufrirá grandes fracturas, fisuras y rompimientos internos por la puja entre “corcholatas”.

Y a eso debe agregarse que Mario Delgado de ninguna forma es factor de unidad, al contrario, es un agente que fragmenta al partido.

Cualquier encuesta de una empresa seria debe preguntar: ¿el papel de Mario Delgado y Citlali Hernández abona o perjudica a la unidad de Morena rumbo a 2024?

La respuesta es evidente.

De punta a punta del país los morenistas truenan contra su dirigente quien no cesa de agitar las aguas y provocar incendios mayúsculos.

En el caso de Puebla la imprudencia de Delgado es grotesca, incluso primitiva. Es Bertha Luján con pantalones.

Las abiertas diferencias entre el gobernador Barbosa Huerta y el diputado federal Moisés Ignacio Mier Velazco tienen su origen en la presencia e influencia que tiene Enrique Doger en el legislador.

Desde la elección de 2018 Doger fue uno de los golpeadores aliados del morenovallismo; las afrentas y los agravios quedaron ahí marcados para siempre.

Y aunque en su momento Moisés Ignacio mantuvo una postura institucional dentro de la línea de Morena, no supo marcar distancia con Enrique, su viejo aliado.

Más adelante Mier comenzó a tejer su propio juego; algo que Barbosa denominó “un eje político en Tecamachalco”, pero con una zanja de distancia frente al Ejecutivo estatal.

Ahí inició una soterrada grieta.

Mier Velazco tiene la aspiración de buscar la gubernatura de Puebla.

Y por su parte el gobernador Barbosa Huerta tiene el derecho a hacer valer su jefatura política, su liderazgo; mismos que están fuera de toda discusión luego del proceso para la renovación estatal de Morena.

En este escenario Delgado debería conminar al consenso, al diálogo y la unidad.

Se esperaría que Mario hiciera las funciones de réferi en el cuadrilátero poblano; pero no, ya está haciendo el papel de mánager.

Sus acciones deben verse como las de un huachicolero insensato que de manera irracional llega a echarle bidones de gasolina a una flama.

Lo único que hizo fue recrudecer la pugna.

Al tiempo.

Como siempre quedo a sus órdenes.

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