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sábado, abril 20, 2024

Wisława Szymborska. Cuando la palabra ocupa un lugar en el espacio

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El año en que Wisława Szymborska obtuvo el Premio Nobel de Literatura, 1996, me encontraba realizando una estancia en el retiro internacional para escritores, Hawthornden Castle for Writers Retreat, localizado en las afueras de Edimburgo, Escocia. Por una afortunada casualidad, el anfitrión literario era Adam Czerniawski, primer traductor y connacional de la poeta polaca. Casi nadie había escuchado hablar de ella. De hecho, el día en que la Academia sueca hizo el anuncio los medios corrieron a buscar a Czerniawski a ese pequeño refugio de escritores, alejado del mundanal ruido, libre de internet hasta hoy, a fin de saber de quién se trataba.

Czerniawski me alertó de la esencia poética de esta seria humorista, cuyas principales características fueron la observación minuciosa del mundo y la certeza de que la literatura ocupa un lugar en el espacio. “¿Existe un mundo sobre el cual soy un destino independiente? Ese tiempo al que une la cadena de signos, ¿existe bajo mis órdenes constantes?”, escribió la poeta polaca en La alegría de escribir. Su obra es una réplica a la historia, inundada de espectros que sus atropellos han heredado en la conciencia social y personal. Czerniawski se refirió al cuidado que Szymborska había tenido a lo largo de su vida con el propósito de cultivar la intimidad para expresar lo mundano.

Ella, junto con Czeslaw Milosz (quien también realizó una estancia en Hawthornden Castle) y Zbigniew Hebert, todos ellos nacidos en Polonia, conforman una tríada de excelentes poetas europeos del siglo XX debido a su originalidad, la textura humana de sus versos y la profundidad de su pensamiento. Además, influida Szymborska por la azarosa historia de Polonia (marcada por la invasión de la Alemania nazi; los campos de exterminio instalados en su territorio; la extensa y lúgubre noche del totalitarismo fascista del régimen estalinista; el derrumbe del ámbito socialista y, desde los años noventa del siglo pasado, la imposición del capitalismo como modelo político), hizo de su quehacer poético una forma de sobrevivir, una paciente manera de defender su libertad, una estrategia para crear archipiélagos de luz, me aseguró Czerniawski.

Para él, quien tuvo que dejar su tierra natal huyendo de la rabia comunista, traducir a Szymborska es adentrarse en un baluarte donde la fortaleza de la palabra se transforma en un arma, quizá la más contundente de todas. Responder con la clemencia del lenguaje tras momentos en que ni la historia quiso dar tregua es una de las defensas más salvajes y transgresoras. Se sostiene por su manera de replicar ante las versiones oficiales de cómo debemos vivir; es un estandarte que da esperanza a los vencidos, arrebata la máscara de crueldad a un acontecer cotidiano que parecía darle la espalda a aquella nación. Caminando por el magnífico bosque de Hawthornden, Czerniawski trató de explicarme lo que nunca tuvo explicación, esos actos barbáricos que serán por el resto de la historia una mácula difícil de borrar. “Leamos sus poemas de resistencia sobre el horror y enarbolemos su significado”, afirmó Czerniawski, “eso es apreciar su poesía”.

Quisiera hacer una breve digresión con el fin de referirme a William Drummond de Hawthornden, poeta e historiador, dueño en el siglo XVII de este pequeño castillo enclavado en las suaves lomas de Midlothian, a una hora de Edimburgo en autobús. Fue amigo del ilustre Ben Johnson, así como del también poeta escocés William Alexander, primer conde de Stirling, y del poeta inglés Michael Drayton. A los 25 años de edad interrumpió sus estudios de leyes en Edimburgo y, se dice, por una decepción amorosa se retiró al castillo, donde dedicó el resto de su vida a la lectura, la poesía y la invención mecánica. También se sabe que era un espléndido anfitrión, tradición que se conserva hasta nuestros días. Tradujo al inglés a Juan Boscán y a Garcilaso de la Vega, cuya visión melancólica era cercana al espíritu de William Drummond. Una de sus frases célebres dice: “El que no quiere razonar es un fanático, el que no sabe hacerlo es un necio, el que no se atreve a ejercitar la razón es un esclavo”. Desde mediados del siglo XX el castillo perteneció a la Dama del Imperio Británico, Drue Heinz, editora de Paris Review y filántropa, hasta su muerte a los 103 años de edad, en 2018. En la actualidad es administrado por la Fundación Hawthornden y el fideicomiso Drue Heinz.

Regresando a Szymborska, José Emilio Pacheco alabó su estilo: “Con gran acierto”, escribió, “Wisława Szymborska ha respondido a estos cataclismos con la poesía más sabia, intensa y original de nuestro tiempo”. Se trata de una poesía peculiar, alejada del rigor retórico y, no obstante, dotada de un impulso único, de un discurrir claro, poblado de imágenes que fluyen con facilidad, sin necesitar de nada más que de su mirada aguda e ingenio perspicaz.

Adam Czerniawski se refirió a la dificultad de traducirla, entre otras cosas, debido a su impresionante, en cierta forma exuberante selección léxica, esa prístina capacidad de dar con las secuencias exactas de palabras en sus versos. Según él, Szymborska recupera desde lo más profundo del lenguaje la masa física necesaria para construir sus mundos poéticos. “La dificultad radica”, me confesó Czerniawski, “en esa aparente sencillez y claridad. La selección léxica que hace es de una exactitud científica; no hay nada casual, las palabras ocupan el lugar que les corresponde, pesan físicamente, porque otras palabras a su alrededor también tendrán su espacio preciso. Semejante sencillez implica un gran esfuerzo, cosa que el traductor debe de asumir al engancharse en la tarea de trasladarla a otra lengua”.

Existe una patente sobriedad en el estilo de Szymborska. También es notable el humor, me advirtió Czerniawski, así como las disquisiciones más íntimas e intelectuales, el desenfado en su estilo. Mantiene una posición política desde la trinchera estética sin olvidar que es el lenguaje su única arma para contestar el fuego canalla. Su lenguaje se halla desprovisto del lastre lírico, potenciado por la pulcritud y, repito, sencillez, lo cual mantiene la densidad específica de cada palabra. Por ello, aseguró Czerniawski, en su pluma abundan la irreverencia, la ironía, el humor implacable.

Czerniawski me aseguró que “Szymborska corrió el riesgo de mostrar el lado negro del existencialismo, poesía dotada de una fachada amarga, pero concebida y desarrollada con el propósito de plantear preguntas fundamentales que, a pesar de estar salpicadas de gritos silenciosos, recrea la angustia de descubrir algunas posibles respuestas”. Szymborska supo elegir las palabras justas para hacernos comprender cuestiones existenciales que trascienden su tiempo. En sus poemas llevó al límite las palabras, indagó sobre la permanencia humana y su coyuntura, nos conmueve.

Respecto al evidente juego de preguntas y respuestas en su obra, ella misma sostuvo que sus salidas son producto de una ruta elegida entre las muchas existentes. Tal sendero no es único, sino una posibilidad de caminar orientados por el lenguaje. A pesar de la oscuridad a su alrededor, es diligente, pues no ofrece respuestas doctrinarias a la angustia de acontecer; en cambio, propone una nueva manera de enfrentarla. En una entrevista después de haber recibido el galardón Nobel, afirmó que la poesía era más que una respuesta vacilante. No explicó las razones; nos invitó a descifrar el enigma que subyace a todo pensamiento creativo. Nada es rotundo y definitivo, me advirtió Czerniawski, todo es temporal en su visión poética del mundo. Los destellos de luz a partir de la oscuridad circundante que emanan de la poesía de Szymborska son fugaces, pero pretenden permanecer.

 

En el libro Y hasta aquí dice, con sutil ironía:

“Comemos vidas ajenas para vivir. La difunta chuleta con el cadáver de la col. El menú es una esquela.

“Incluso las mejores personas tienen que comerse algo muerto, digerir, para que sus sensibles corazones no dejen de latir.

“Incluso los poetas más líricos, incluso los ascetas más austeros mastican y se tragan algo que seguro que crecía por ahí” .

En A mi propio poema se burla de la necesidad de trascender:

“En el mejor de los casos serás, mi querido poema, atentamente leído, comentado y recordado.

“En el peor de los casos solo leído.

“Hay una tercera posibilidad: aunque escrito, un instante después arrojado a la papelera.

“Puedes optar aún por utilizar una cuarta salida:

desaparecer no escrito ronroneando satisfecho algo para tus adentros”.

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