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miércoles, julio 30, 2025

El erotismo primitivo de Balthus

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A la memoria del poeta zacatecano, José de Jesús Sampedro, el buen Sam.

Un autor retrógrado y revolucionario al mismo tiempo, que vio el claroscuro de la sociedad moderna con singular sensualidad, fue el polaco-francés Balthasar Klossowski de Rola, mejor conocido por el apodo que su padrastro, el poeta Rainer Maria Rilke, ayudó a promover: Balthus.

La vida libertina de su madre, Baladine, amante del poeta, lo expuso a un mundo complicado en sus emociones y sencillo en sus ambiciones, lo cual explica, al menos en parte, su obsesión cuasi patológica por pintar muchachas en flor, donde los personajes aparecen suspendidos en un ambiente de ensueño, podría decirse incluso indolentes ante lo que sucede a su alrededor, en ese rito de pasaje hacia la juventud. El mismo Balthus dijo alguna ocasión que la mejor etapa de su vida fue la pubertad. Su entorno cercano al cielo se esfumó al entrar en la adolescencia.

Pero si bien perdió al padre biológico, ganó otro, intelectual, que lo entendió y estimuló, Rainer Maria Rilke, quien le enseñó que el arte era una religión; pensaba que sus cuadros todos eran un fracaso, siempre había que comenzar de nuevo. Balthus nunca se unió a ninguna corriente estética, quizás por eso Pablo Picasso decía que era el único que valía la pena, pues todos los demás, o ansiaban imitarlo (al pintor español), o buscaban la manera más obtusa de contraponerse a él.

Balthus ha sido acusado de promover la pedofilia. De hecho, su sobrina de 16 años de edad se fue a vivir con él; en 2017 una vecina de la ciudad se dio a la tarea de recabar hasta 12 mil firmas para exigir que el cuadro Thérèse soñando (1938), que se exhibe en el Museo Metropolitano de Nueva York, fuera descolgado y arrumbado. Hay quienes lo consideran aburrido, monótono; a otros les parece maravilloso.

Si bien es cierto que la docena de sus cuadros que hoy en día se muestran en este museo se hallan en un área apartada, aun es posible juzgar por nuestro propio ojo en qué consiste el atrevimiento de Balthus: indagar en la infancia como refugio, donde los adultos no tienen cabida, menos sus proyecciones freudianas. Solo gatos acompañan a algunos de estos púberes (en Gatos y Respeto, 1988, y en Desnudo con gato, 1949), o a él mismo en el autorretrato de 1935, El rey de los gatos, donde se pinta con un felino doméstico al que llamaba Frightener. Vale hacer notar que los lienzos de Balthus se hallan dispuestos en un balcón semicircular, bañado oblicuamente de luz, apacible, donde pasan pocos turistas, espacio que invita a regodearse con las diversas escenas del ángel salvaje.

El cuadro La lección de guitarra (1934) representa la profunda dualidad de los seres vivos, entre las tinieblas y la claridad, entre el altruismo y el egoísmo. Sin ser naive ni surrealista, Balthus se apega a sus maestros, los llamados primitivos Piero della Francesca y Giotto de Bondone, así como a sus favoritos Delacroix, Poussin, Courbet, sin faltar un poco de Goya y Zurbarán. Ellos fueron los santos a los que se encomendó.

La partida de naipes (1948–1950) puede verse en el magnífico museo Thyssen–Bornemisza de Madrid. En una obra de gran formato, en la que vemos a dos niños echando cartas en una mesa sobre la que se encuentra un candelabro. La habitación es sencilla, minimalista; la iluminación, fría. La austeridad y grandiosidad que Balthus enseña en este cuadro son un homenaje al mencionado della Francesca.

A nadie le es extraño que cuando nuestro espíritu y nuestro cuerpo pierden su inocencia se produce en nuestro interior un cambio definitivo, irrepetible, una sombra a veces dulce y serena, en ocasiones tormentosa, la cual nos seguirá toda la vida. Esto es lo que despide la pintura de Balthus, y lo hace en un ambiente bucólico, diríase optimista, a pesar de su carga intelectual y social, luego de las guerras mundiales del siglo XX. Hijo del historiador del arte y pintor, Erich Klossowski, así como hermano menor del extravagante escritor, Pierre (autor, por ejemplo, de Roberte esta noche, 1989), Balthus consiguió labrar su destino en el mundo de la pintura, mientras creaba su propio mito.

Su delirio de grandeza lo llevó a afirmar que su padre era heredero del condado de Rola, en Polonia, y que su abuela provenía de la familia Gordon, emparentada con el poeta Lord Byron. Adoptó el título de conde, siempre habitó en castillos y mansiones de rancia nobleza. Fue amigo de la crema intelectual europea, entre ellos Alberto Giacometti, Federico Fellini, David Bowie; André Malraux lo nombró director de la Academia Francesa en Roma y Bono cantó en su funeral.

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